La Biblia es cristocéntrica


“Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el  universo”.

(Heb 1, 1-2)

Seguramente ya caíste en cuenta de lo polifacético que puede ser el estudio y aun la lectura de tu Biblia: diversidad de autores, libros, estilos, géneros, versiones, traducciones, métodos, etc…

Pero, aunque en las Escrituras encontramos, además del Espíritu Santo, múltiples autores humanos y 73 libros que hablan de temas diferentes, redactados a través de casi doce siglos, sin embargo, todas están implicadas en una sola unidad. Dicha unidad bíblica radica principalmente en dos hechos: el primero, que Dios, mediante el Espíritu Santo, es fuente y autor de todo lo que en ellas está escrito. El segundo, que todo eso que está escrito en ellas tiene una dirección específica, una intención de parte de Dios que apunta a un personaje central, quien es la manifestación culminante de Dios en la historia, y cuyo nombre es Cristo Jesús.

Esto quiere decir que la Escritura, la Biblia entera, gira de muchas maneras en torno a la persona del Hijo de Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret. Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de modo que el Nuevo está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo (Dei Verbum, Núm. 16). Así pues, con lo que te hemos compartido, podemos afirmar que la Biblia es Cristocéntrica.  Busquemos juntos algunos textos que nos lo confirman.

Las Escrituras todas dan testimonio de Cristo: es correcto decir que toda la Biblia habla de Jesucristo como su personaje principal y único centro. El evangelista Juan nos lo confirma con palabras del mismo Jesús: “Y el Padre que me ha enviado, es el que ha dado testimonio de mí…Ustedes investigan las Escrituras ya que creen tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y ustedes no quieren venir a mí para tener vida” (Jn 5,37-39). Obviamente, esto lo dijo Jesús antes de que el Nuevo Testamento se escribiera.

El Antiguo Testamento da testimonio de Cristo  

Juan inicia su relato evangélico así: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada” (Jn 1,1-3). Aquí Juan se vale de un himno muy antiguo que sigue las huellas del relato de la creación en el Génesis 1,1-31, con esa especie de estribillo: como “Dijo Dios…y así fue” se hace presente, en ese principio la Palabra de la que luego nos dice Juan “Y la Palabra  se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,1-3.14).  Ahora lo sabemos, esa Palabra se refiere al Hijo de Dios que, al hacerse carne se llama Jesús.

En Génesis 3,15 Dios le dice a la serpiente: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar”. Esa mujer será María, la Virgen, en quien se encarnó el Hijo único de Dios y se hizo hombre. Jesús es quien pisa la cabeza de la serpiente. En apoyo, la nota de la Biblia de Jerusalén: “Este versículo es conocido como Protoevangelio… La traducción griega atribuye esa victoria no al linaje de la mujer en general, sino a uno de los descendientes de la mujer. Así queda esbozada la interpretación mesiánica de este texto, presente ya en la exégesis judía y recogida y explicitada luego por muchos padres de la Iglesia. Junto con el Mesías va incluida su madre, de ahí la interpretación mariológica…”

Hay muchos otros textos del Antiguo Testamento que se refieren a Cristo enunciándolo, prefigurándolo, anunciándolo, profetizándolo y aun describiendo su persona, sus padecimientos y su muerte, pero sería muy tardado citarlos todos. Es como si el A.T. hubiera ido preparando el escenario para la aparición, en el N.T., de su tema y su personaje central: Jesús de Nazaret. “Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: he aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros” (Is 7, 14).

 

El Nuevo Testamento da testimonio de Jesús como centro

Un texto que entrelaza la Antigua y la Nueva Alianza es el de los discípulos de Emaús; un relato hermoso pero largo, son mínimo 20 versículos. Transcribiremos solo las palabras que más nos interesan para este propósito. Dos de los discípulos, después de la pasión y muerte de Jesús, tristes y desalentados, iban de regreso a su pueblo natal, Emaús, y en el camino los alcanzó Jesús, les preguntó por qué caminaban tristes. Le contaron lo que ellos esperaban y lo que había pasado, y Jesús, reprendiéndolos por ser “tardos de corazón para creer”, les dijo: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” (Lc 25, 13-33).

En su primera aparición a los apóstoles, después de comer con ellos para disipar sus dudas, les dijo: “Estas son aquellas palabras mías que les dije cuando todavía estaba con ustedes, Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí”.

San Pablo, en 1Co 15,3-4, afirma que Cristo murió por nuestros pecados “según las Escrituras” y que resucitó al tercer día “según las Escrituras”. Así, el misterio pascual se presenta “como el más íntimo cumplimiento de las Escrituras” (Cf. Verbum Domini n,13).

 

Teniendo presente lo hasta aquí expuesto y como conclusión, queremos compartir contigo un texto de Benedicto XVI que subraya la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación y de toda la historia de la salvación: “Por recurrir a una imagen, podemos comparar el cosmos a un libro -así decía Galileo Galilei- y considerarlo como la obra de un autor que se expresa mediante la sinfonía de la creación. Dentro de esta sinfonía se encuentra, en cierto momento, lo que en lenguaje musical se llama un solo, un tema encomendado a un solo instrumento o a una sola voz, y es tan importante que de él depende el significado de toda la obra. Este “solo” es Jesús… El hijo del hombre resume en sí la tierra y el cielo, la creación y el creador, la carne y el espíritu. Es el centro del cosmos y de la historia, porque en él se unen sin confundirse el autor y su obra” (Verbum Domini, final del núm. 13). Ese “solo” se llama también Leitmotif.

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