La catequesis puede ser la mejor experiencia de un niño, porque aprende jugando, cantando y haciendo nuevos amigos


 

Hacemos una invitación a los catequistas para reflexionar sobre un tema que estamos seguros es básico en la misión que hemos recibido de nuestro Señor, la de acompañar a los niños y niñas en su formación en la fe.

Es seguro que en más de una ocasión has escuchado lo que comentan los pequeños y pequeñas sobre el tema de la catequesis. Tratando de recoger lo que hemos escuchado aquí y allá de los niños y niñas, encontramos seis ideas que han llamado nuestra atención, y queremos compartirlas contigo para que veas hasta dónde puede llegar lo que hacemos, y a veces quizá lo olvidamos.

 

En la catequesis encontré nuevos amigos

Sin duda una de las mejores experiencias que algunos niños comparten en casa o entre sus amigos, es que en la catequesis encontraron a otros niños y niñas que llamaron su atención por distintos motivos. Porque es más bonita, porque platica mucho, porque su pelo (chino, rubio, largo), porque su mamá o su papá hacen tal o cual cosa. Es normal, siempre hay una primera impresión a través de lo que vemos.

Esto quiere decir que la catequesis es vista como un espacio abierto en el que ellos y ellas pueden conocer nuevos amiguitos o amiguitas. Eso los motiva y estimula para acudir con agrado a la catequesis, Están esperando que llegue el sábado para platicar de nuevo con aquel niño o niña que conocieron la semana anterior. Es posible que haya niños o niñas que no la pasen tan bien al comienzo, pero casi siempre van tomando confianza poco a poco y terminan sintiéndose bien en la catequesis.

¿No te parece hermosa una experiencia así? Ojalá todos los niños y niñas vivieran una experiencia parecida. La catequesis debería ser esa ocasión en la que los niños y niñas se sienten bien, un lugar de encuentro, un espacio para hacer amigos. Entonces sí, muchos niños querrían asistir. Si no fuera así, habría que revisar seriamente nuestra catequesis.

Promovamos el encuentro con los pequeños. ¿No es esta una de las primeras cosas que hizo Jesús? Recibió a todos sin excepción, especialmente a los niños, enfermos, mujeres, pecadores. Y poco a poco los fue instruyendo en las cosas de Dios y les dijo “ustedes son mis amigos…”

Hagamos memoria. En nuestra catequesis qué fue lo que más nos gustó. ¿Acaso no fue esa ocasión en la que hicimos nuestro primer amigo o amiga?

 

Hoy aprendí mucho… jugando

Si algo les encanta a los pequeños y pequeñas es jugar. A diferencia del colegio, donde el horario es más rígido por las diversas materias que hay que cubrir, o porque hay una maestra tipo Tronchatoro (laman a la maestra de Matilda), la catequesis es más divertida, porque ante todo se aprende jugando. Además, porque hay un espacio más apropiado. Y si revisamos nuestra experiencia de niños, descubriremos que aquello que nos quedó grabado, lo que aprendimos, tuvo algo que ver con el juego. Jugando basquetbol descubrimos el valor de hacer equipo, jugando a las escondidas nos hicimos más amigos… El juego tiene el poder de poner en acción todo nuestro ser, de relajarnos, de poder mirarnos y expresar con naturalidad lo que somos.

Es claro que en la catequesis no jugamos por jugar. Lo hacemos con un objetivo: relacionarnos, abrirnos al otro, expresar lo que sentimos, darnos cuenta de cómo somos o actuamos. Hay juegos específicos, que normalmente cualquier buen libro de catequesis los sugiere. Es parte de la didáctica incluir el juego en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Imagínate lo que podrían compartir unos niños después de jugar a “el barco se hunde” o “te vendo mi pollo” o a cualquier otro juego parecido. El juego tiene la ventaja de abrir la mente y expresar lo que se vive. No hay necesidad de repetir lo mismo que dijo el otro o la otra compañera. Sobre todo si como catequistas ponemos en juego nuestra capacidad de saber preguntar: ¿Qué sentiste? ¿Qué aprendiste?

¡Cuánto bien haría a nuestro grupo si al iniciar nuestra reunión jugamos un ratito! Tal vez el niño o la niña vuelva, no porque tiene que hacerlo, sino porque le gustó el juego, porque pudo reírse, desestresarse, olvidar por un momento el teléfono y las redes sociales, y ve que puede disfrutar del juego, aprender a través del juego.

Hermano/a, catequista. Revisa tu experiencia. Verás que una de las cosas más bellas que te ayudó en aprender algo fue a través de un juego. Ahora que estás del otro lado, aplícalo con tus pequeños/as. Pon en cuarentena las palabras y deja que el juego ponga en movimiento lo que cada uno trae consigo. Recuerda que el Espíritu habita en cada corazón y él puede moverlo mejor que nuestro discurso.

 

Mamá, en la catequesis descubrí que soy bueno cantando

Mamá, mamá, ¿qué crees? Hoy descubrí que me gusta cantar. ¡En la catequesis descubrí que soy bueno para cantar! Así dicen algunos niños y niñas.

La forma misma de decirlo, emociona, ¿no? Al principio hay niños que no quieren venir o ya los trajeron sus padres, pero no quieren quedarse. Algunos hasta lloran, porque “quieren estar con mamá”. Pero cuando descubren algo así, ya no quieren irse.

Cantar. ¡Qué bonito es cantar! Con razón san Agustín decía que “el que canta es como si orara tres veces”.

La ventaja del canto es que expresa lo que hay en el corazón. Pero, además, si lo hacemos con gestos y ademanes, mucho mejor. Abrimos todo nuestro ser a Dios, a la vida, al amor.

A mí me llama mucho la atención, que haya grandes artistas muy famosos que han confesado que en sus inicios lo hicieron participando en un coro de la iglesia, quizá desde el catecismo. Y algunos se consagraron a la música religiosa.

Esto debería hacernos pensar en la importancia del canto en nuestras catequesis. Los niños vienen fastidiados de casa porque toda la semana estuvieron haciendo tareas, escribiendo, leyendo, dibujando. O peor aún si tuvieron todas sus clases vía zoom. Algunos dicen: “yo mejor salí a jugar porque me aburrí”. Entonces, en la catequesis hay que enseñarles a cantar. Expliquémosle el significado de la canción. Hablemos del valor de cantar.

“Perdamos” unos minutos cantando con nuestros catequizandos. Más que hablar o dibujar, que ya lo hicieron toda la semana, motivémoslos a hablar con Dios a través del canto, que aprendan la letra ta-ra-re-ando. Igual que el juego, el canto es otra actividad que encanta a los pequeños, quizá porque también incluye y pone en movimiento todos nuestros sentidos.

 

Me gusta ir a la catequesis porque compartimos lo que vivimos

Este es otro tema muy interesante para los pequeños. Prefieren hablar de ellos, de lo que han hecho, de lo que van aprendiendo. A algunos se les dificulta un poco, pero una vez que se sueltan dan mucho de sí.

Metodológicamente es un momento de la catequesis. De hecho, es el primer paso: partir de la vida, la realidad, las experiencias que traemos de casa, de la escuela, de convivir con los amigos.

Este momento tiene muchas ventajas, pero la más evidente es que compartir experiencias muestra parte de lo que somos. Al contar nuestra experiencia hablamos de nosotros: de cómo somos, de nuestros gustos, de lo que ya vivimos, de lo que vamos descubriendo en la vida.

El Papa recomienda que escuchemos a los niños y jóvenes y que atendamos sus inquietudes. Sería interesante dedicar en cada tema ese primer momento, unos 10 o 15 minutos, a escucharnos cómo nos sentimos, que alegrías o tristezas traemos, y desde ahí enfocar el tema para que el mensaje de Jesús sea de verdad buena noticia, sentido y alegría para nuestra vida.

Y tú, hermano catequista, ¿compartes tus experiencias de vida o lo que has leído de algún autor?

 

En la catequesis siento que Dios está en mi catequista

“Que cuando me vean a mí, te vean a ti”. Así rezaba santa Isabel de la Trinidad. Se dice fácil, pero en realidad es todo un plan de vida. Como catequistas estamos llamados a ser eso: “testigos” del amor de Dios para los niños. Así nos lo recuerda el Santo Padre en el documento sobre el ministerio del catequista.

De pequeño tengo la imagen bien grabada de un señor que venía al pueblo vestido todo de blanco y se sentaba a la entrada de la capilla. Mientras llegaba la gente a misa, él saludaba a cada uno dándoles la mano. Además, con una gran sonrisa que daba gusto saludarlo. Era el misionero que venía a dar la misa. Yo tenía la dicha de hablar con él después de la misa, pues mi padre era catequista, y de hecho era él quien lo iba a traer a caballo porque en aquel lugar no había otro medio de transporte. Después de misa iba a la casa a descansar un rato.

Imagínate, a mis cincuenta años me parece que apenas lo vi ayer. Ese es el reto de nuestro ministerio: hacer que en nuestra persona los niños sientan que Dios está allí, con ellos y que los quiere. Y que puedan decir: esto me gusta. Quiero conocerlo. Quiero ser como él.

Sería bueno hacer en nuestros encuentros algo parecido a lo que hacía aquel misionero americano: desde la llegada, recibirlos, darles la bienvenida, decirles que están en su casa, hacerlos sentir que son importantes porque fueron invitados nada menos que por el Maestro Jesús. Y al final de la reunión, darles la bendición, agradecerles su presencia e invitarlos a que vuelvan, porque los estaremos esperando.

¿Quién no se siente bien cuando le dicen “bienvenido, estás en tu casa, te estábamos esperando”?

 

La catequesis me está ayudando a explorar mis talentos

Muy parecido con lo que sucede con el juego, el canto, la dramatización o el dibujo, la catequesis es un espacio en el que los pequeños van descubriendo para qué son buenos, qué talentos tienen. Esto es parte de la formación, pues debe incluir la dimensión integral del ser humano.

La catequesis debe ser un espacio en el que podamos conocernos más y mejor. Hacia fuera, capacidad de relación, de expresar lo que llevamos dentro, lo que vamos aprendiendo, y hacia dentro también poder ir respondiendo las preguntas básicas que nos inquietan a todos: para qué soy bueno, qué puedo hacer, y hacerlo bien.

Así, al final de cada actividad sería bueno hacer un ejercicio de reflexión sobre los sentidos: si jugamos, qué sentido aplicamos más, si cantamos, qué fue lo quisimos expresar… De tal manera que seamos capaces de reflexionar lo que hacemos, generar una actitud crítica y poner atención en los aprendizajes de fe que pueden ser varios: sentimientos, emociones, valores y sentido de nuestra vida.

Como ves, la catequesis puede ser todo menos aburrida. Puede ser un espacio para hacer nuevos amigos/as, para tener compañeros con quien jugar, aprender a cantar con gestos, mímica, pero también una oportunidad para conocernos mejor y poder descubrir qué podemos hacer con nuestros dones y cualidades. Todo ello rodeado de la presencia amorosa de Dios.

 

Y tú, hermano/a catequista, ¿has escuchado alguna otra experiencia como éstas? Los niños y niñas no solo dicen la verdad, también expresan lo que sienten, lo que piensan, lo que sueñan. Ojalá pusiéramos un poco más de atención en ellos; así podremos ofrecer un mejor acompañamiento y una mejor imagen del Dios que nos ha llamado y quiere que seamos signos de su presencia en medio de todos, especialmente de los pequeños, necesitados de ejemplos y testimonios luminosos.

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