La religiosidad popular y su importancia, según los magisterios latinoamericanos y del papa Francisco


“El Santo Padre (Benedicto XVI) destacó la “rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”, y la presentó como “el precioso tesoro de la Iglesia Católica en América Latina”. Invitó a promoverla y a protegerla” (V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, n. 258).

 

Si quisiéramos hablar solo de la “encarnación del Evangelio en las culturas” de este continente latinoamericano, tendríamos que remontarnos al año 1524, en el que un grupo de pobres frailes franciscanos llegaron a la Tenochtitlan de Moctezuma, predicando la fe en Cristo. Es el mismo año en que se dan las apariciones de la “Virgen de Guadalupe de rostro mestizo”. Estos dos acontecimientos de originalidad histórico-cultural marcan el inicio del sincretismo que los pueblos originarios de estas tierras fueron haciendo de sus ancestrales creencias con lo que los frailes les venían predicando. Pero, como queremos hablar de lo que el magisterio latinoamericano y el papa Francisco dicen de la religiosidad popular, tendremos que recurrir a otras fechas: las de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.

 

La I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

Fue convocada por el papa Pío XII y se llevó a cabo en Río de Janeiro, Brasil, en 1955. En esta primera ocasión no se habló de religiosidad popular, dado que el tema central fue “La Evangelización como defensa de la fe” y la creación del CELAM.

 

La II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

Fue convocada por el papa Paulo VI y se llevó acabo en Medellín, Colombia, en 1968, año en que los “signos de los tiempos” empezaban a ser muy cuestionantes para el mundo y para la Iglesia. Por ello, el tema de esta conferencia fue “La Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio Vaticano II”, que había tenido lugar tres años antes.

Los documentos que inspiraron esta conferencia fueron la constitución dogmática Lumen gentium –sobre la Iglesia– y la pastoral Gaudium et spes –sobre la Iglesia en el mundo actual– en congruencia con su tema central. Por ello la religiosidad popular solo ocupó algunos párrafos de su Capítulo VI sobre “pastoral popular”, en los que se acepta que esta religiosidad se originó en la evangelización realizada en la conquista, y que es una “religiosidad de votos y promesas, de peregrinaciones y un sinnúmero de devociones, basado en la recepción de los sacramentos, especialmente del Bautismo y de la Primera Comunión” (VI, 2). También afirma que esta religiosidad prácticamente está al margen de la «vida cultual oficial” de la Iglesia y, con preocupación, señala numerosos riesgos y límites, y recomienda que no se debe “suponer fácilmente la existencia de fe detrás de cualquier manifestación religiosa aparentemente cristiana” (VI, 3). Advierte que “esta religiosidad pone a la Iglesia ante el dilema de continuar siendo Iglesia universal o de convertirse en secta al no incorporar vitalmente a sí a aquellos hombres que se expresan con este tipo de religiosidad” (VI, 3). Obviamente, dada la importancia coyuntural del tema central, la religiosidad popular no podía haber sido tema relevante de Medellín, pero lo tocó.

Al término de esta reunión latinoamericana, el mismo papa Paulo VI convocó y propuso el tema de la III Conferencia General para el 12 de octubre de 1978 en Puebla, México, fecha que hubo de posponerse por el deceso de dos papas: el de Paulo VI (06/08/1978), de quien se dice que al convocar la III Conferencia predijo: “Esta conferencia la veré desde el Paraíso”. El otro fue el sorpresivo deceso de Juan Pablo I (28/09/1978), a los 33 días de pontificado, y 14 del inicio programado para la Conferencia de Puebla.

 

III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

Fue reconvocada por el papa Juan Pablo II, apenas electo el 16/10/1978, para enero-febrero de 1979, en el lugar ya acordado, Puebla de los Ángeles, México, y con el tema central ya definido: “La Evangelización en el presente y el futuro de América Latina”. La participación personal del recién electo papa desbordó el entusiasmo en toda la República Mexicana.

En la segunda parte del Documento conclusivo de Puebla se encuentra un apartado con el título de Evangelización y religiosidad popular, que en los pocos números que lo integran se recogen algunas ideas importantes sobre nuestro tema.

Te presentamos, en resumen, las que consideramos más significativas. Para empezar, llama a la religiosidad popular “religión del pueblo”, y dice de ella que “no solo es objeto de evangelización, sino que, en cuanto contiene encarnada la Palabra de Dios, es una forma activa con la cual el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo” (Puebla, n. 450). Acepta que “la religiosidad del pueblo latinoamericano se convierte muchas veces en un clamor por una verdadera liberación” (Puebla, n. 451). Admite, también, que “el pueblo, movido por esta religiosidad, crea espacios para ejercer la fraternidad (el barrio, el sindicato, la aldea, el deporte)”.

Mientras, dice, sin desesperar “aguarda confiadamente y con astucia los momentos oportunos para avanzar en la liberación tan ansiada” (Puebla, n. 452). Esto es todavía poco, pero significativo, sobre la importancia de la religiosidad como “religión del pueblo” y su relación con la liberación del mismo pueblo. En la cuarta parte del documento, donde habla sobre la Iglesia misionera, deja establecida con toda claridad “La opción preferencial por los pobres” como misión esperanzadora, profética y solidaria de la Iglesia en América Latina.

 

 

IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

Fue convocada e inaugurada por el papa Juan Pablo II en Santo Domingo, República Dominicana, el 12 de octubre de 1992, con motivo de los 500 años del inicio de la primera evangelización del Nuevo Mundo. La fórmula temática de esta conferencia fue: La nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana, Jesucristo ayer, hoy y siempre. A pesar de lo complejo y vasto de la temática, se entreveraron algunas importantes afirmaciones sobre nuestro tema de la religiosidad popular.

En el discurso inaugural, Juan Pablo II dijo: “En los pueblos de América Dios ha escogido un nuevo pueblo, lo ha incorporado a su designio redentor y lo ha hecho partícipe de su Espíritu”. Y añade que “la religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata solo de expresiones religiosas, sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural”. También afirma que la Virgen de Guadalupe, a través de Juan Diego, “ofrece un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada”.

En el cuerpo del documento hay pensamientos como estos: “En esta religiosidad puede descubrirse el proceso de mestizaje que es conjunción de lo perenne cristiano con lo propio de América”. Y considera que “gran parte del patrimonio cristiano del continente se encuentra en las expresiones culturales y religiosas de campesinos y habitantes suburbanos” (Santo Domingo 247), porque es en sí “una forma inculturada del catolicismo” (ibídem).

Aunque en algunas de las conclusiones se encuentran ciertas observaciones que desdicen un poco la valoración de la religiosidad popular: “Es necesario…comprender cada vez mejor y acompañar, con actitudes pastorales, las maneras de sentir y vivir, comprender y expresar el misterio de Dios y de Cristo por parte de nuestros pueblos”. Porque “frecuentemente la religiosidad popular, a pesar de sus inmensos valores, no está purificada de elementos ajenos a la auténtica fe cristiana, ni lleva siempre a la adhesión personal a Cristo crucificado y resucitado” (Santo Domingo, n. 248). Como puede verse, ya existe una mayor valoración, pero todavía se albergan algunas dudas sobre la religiosidad popular que impiden valorarla y aceptarla sin más. La apreciación en el Documento de Aparecida será diferente, como enseguida mostraremos.

 

V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe

Originalmente convocada por el papa Juan Pablo II, fue concretada e inaugurada por el papa Benedicto XVI con el tema: “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Tuvo lugar en el santuario mariano de Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de Mayo de 2007. A diferencia de las cuatro conferencias anteriores, podemos decir que esta fue, por su amplia temática pastoral, la de la religiosidad popular.

Desde el discurso inaugural, en el que el Papa habla de la fe cristiana en América Latina, se empieza a hablar de la religiosidad popular, originada en el encuentro de la fe en Dios con “las etnias originarias”, como iniciadora de la “rica cultura cristiana de este continente” que hoy se expresa en la cultura, las artes y, “sobre todo en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas”.

Ese encuentro significó para aquellos pueblos acoger a Cristo como el Dios que “sin saberlo buscaban sus antepasados en sus ricas tradiciones religiosas”, por el bautismo fueron hechos hijos adoptivos de Dios y recibieron el Espíritu Santo que ha fecundado y desarrollado hasta hoy, “los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellos”, “respetando a la vez la riqueza de las diversidades, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, en el auténtico progreso”.

Afirma el Papa que “en la rica y profunda religiosidad popular”, “aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”, porque se manifiesta en ella: “el amor a Cristo… el amor al Señor presente en la Eucaristía…Se cree en el Dios cercano a los pobres y a los que sufren…Se tiene profunda devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, de Aparecida o de las diversas advocaciones nacionales o locales, a los santos.. el amor al papa y a los demás pastores y a la Iglesia como gran familia de Dios…Gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina”. Como se puede apreciar, desde aquí, ya hay una nueva mirada realista y positiva de la religiosidad popular.

En el cuerpo del Documento conclusivo, en el capítulo VI titulado “El itinerario formativo de los discípulos misioneros”, su primer subtítulo (6.1), nos habla de “Una espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo”, el segundo subtítulo (6.1.1) “El encuentro con Jesucristo” nos enseña la importancia fundamental que tiene para el inicio del discipulado dicho encuentro; en el subtítulo (6.1.2) “Lugares de encuentro con Jesucristo” los enumera: La Iglesia, la Sagrada Escritura, la Sagrada Liturgia, la Eucaristía –lugar privilegiado-, el sacramento de la reconciliación, la oración personal y comunitaria, los pobres, afligidos y enfermos (nn. 246-257).

Me permití anotar los subtítulos anteriores porque le dan un sentido particular al subtitulo 6.1.3 “La piedad popular como espacio de encuentro con Jesucristo” a través de por lo menos 8 números (258-265), nos va planteando cómo esta religiosidad -a la cual los obispos decidieron mencionar mejor como “piedad y/o espiritualidad”- puede ser y es un espacio de encuentro con Jesucristo.

Recensionamos los párrafos más significativos a este respecto:

El epígrafe que usamos para iniciar este artículo es precisamente el que inicia este subtítulo. Al final de ese párrafo dice que la “religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un catolicismo popular, profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la cultura latinoamericana” (n. 258). En el párrafo siguiente (n. 259), enumera algunas expresiones de espiritualidad popular, destacando las peregrinaciones como símbolo de hermandad y del pueblo que “camina hacia Dios que lo espera” en el santuario. Termina con este hermoso texto: “La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio. Lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual”. Esto es, un encuentro de amor con Dios en la piedad popular.

Siguiendo el documento “es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso solo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado”. Solo así es como “la piedad popular es un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga fecunda”. Es por este camino que “se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular” (n.262).

Más adelante, los obispos afirman: “La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es parte de una “originalidad histórica cultural” de los pobres de este continente, y fruto de una síntesis entre las culturas y la fe cristiana” (n. 264). Este subtítulo termina con una interesante reflexión sobre algunos de los contenidos más importantes de esta piedad y/o espiritualidad popular que transcribimos enseguida:

“Nuestros pueblos se identifican particularmente con el Cristo sufriente, lo miran, lo besan o tocan sus pies lastimados como diciendo éste es el que “me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2, 20). Muchos de ellos, golpeados, ignorados despojados, no bajan los brazos. Con su religiosidad característica se aferran al inmenso amor que Dios les tiene y que les recuerda permanentemente su propia dignidad. También encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio. Nuestra Madre querida desde el Santuario de Guadalupe hace sentir a sus hijos más pequeños que ellos están en el hueco de su manto. Ahora, desde Aparecida los invita a echar las redes en el mundo para sacar del anonimato a los que están sumergidos en el olvido y acercarlos a la luz de la fe. Ella, reuniendo a los hijos, integra a nuestros pueblos en torno a Jesucristo” (n.265).

Con lo citado hasta ahora, creemos que queda claro que la religiosidad, piedad y/o espiritualidad popular es un tema relevante en el documento de Aparecida, porque es un espacio de encuentro con Jesucristo y con los hermanos.

 

 

La religiosidad popular en el magisterio del papa Francisco

Antes debemos aclarar que la influencia del pensamiento del papa Francisco acerca de la religiosidad popular se inicia, por lo menos desde Aparecida, pues siendo Cardenal Bergoglio, fue cabeza de los redactores del Documento de Aparecida. En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, en el capítulo tercero, sobre “El anuncio del Evangelio” abre un espacio (nn. 122 al 126) sobre “la fuerza evangelizadora de la piedad popular”, en el que cita varios párrafos del Documento de Aparecida. Aquí vamos a citar los párrafos más significativos del magisterio propio del papa Francisco:

Empieza afirmando: “Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal” (n.122). Cita Aparecida para confirmar la riqueza de la piedad popular que el Espíritu Santo ha producido en ella y destaca: “El caminar juntos hacia los santuarios…llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador. ¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!” (n.124).

En el número 125 explica: “Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar, sino amar. Solo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario, aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo Crucificado… Son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Romanos 5,5)”.

Termina el Papa advirtiéndonos que menospreciar esa “fuerza activamente evangelizadora…sería desconocer la obra del Espíritu Santo”, que debemos más bien “alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada” (n.126). Hasta aquí el magisterio del papa Francisco sobre el tema de religiosidad popular.

 

 

Estamos seguros de que se percibe claramente cómo nuestro tema de la religiosidad popular fue evolucionando en el magisterio latinoamericano con ciertas reservas, hasta llegar a la Conferencia de Aparecida y al magisterio del papa Francisco, quien nos enseñó que la religiosidad popular, no es solo importante en sí, por sus valores y dimensiones, sino, sobre todo, porque es una “fuerza evangelizadora” para la misma iglesia.

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