Ubiquemos el Adviento en el Año Litúrgico o año de la Iglesia cristiana


 

 

Cuando hablamos de Navidad nos fijamos en el corazón de esta celebración, pero en realidad hay toda una preparación que lo antecede: a este tiempo se le conoce como Adviento, por eso en este artículo te invitamos a reflexionar sobre su sentido y ubicación en el Año Litúrgico. Así podremos celebrarlo con mayor conocimiento de causa y promoverlo en nuestra comunidad, para ayudar a otros en el descubrimiento de la vida cristiana.

 

Adviento significa tiempo de espera, de preparación al nacimiento de Jesús. Con el primer domingo de Adviento comienza el Año Litúrgico. En todo el año se celebran dos grandes fiestas: Pascua y Navidad. La Pascua es más importante que la Navidad. Es la fiesta cristiana más importante, porque en ella se celebra la resurrección de Jesús. Ambas fiestas están precedidas por un tiempo de preparación y se prolongan en otros domingos y fiestas (para la Pascua, el tiempo pascual y Pentecostés; para la Navidad, el tiempo de Navidad y Epifanía). Entre estos dos tiempos tenemos el Tiempo Ordinario, en total, 33 o 34 domingos, dependiendo del año.

El sentido del Adviento consiste en ser al mismo tiempo “fin” y “comienzo”. La liturgia en las primeras semanas habla del “fin de los tiempos”, y a partir del 17 de diciembre se orienta hacia el “comienzo”: el nacimiento de Jesús. Nos hace vivir la expectativa y la preparación de la venida de Jesús al final de los tiempos, en la gloria de su Reino, y nos recuerda su entrada en la historia y en el camino de su pueblo, con su nacimiento en Belén de Judá.

Nosotros, cristianos, consideramos la vida y la historia como una gran caminata que terminará solo cuando hayamos llegado todos a la casa del Padre, a la ciudad de Dios, la “nueva Jerusalén”, el Reino definitivo que Dios nos prometió.

 

La celebración del Año Litúrgico es para nosotros una forma de recordar, a lo largo de nuestra peregrinación, la presencia dinámica de Dios en medio de su pueblo. Y al recordarlo nos unimos y nos comprometemos con él. Celebrando la Pascua de Jesús realizamos hoy en él nuestra propia Pascua. Celebrando la Natividad de Jesús realizamos hoy en él nuestra propia natividad. Celebrando el Adviento y la Epifanía de Jesús, él mismo se nos manifiesta y nos hace caminar más aprisa hacia el Reino. Con razón el papa Paulo VI afirmó que la celebración del Año Litúrgico no es solo recordatorio de un hecho pasado, sino que “posee fuerza sacramental y especial eficacia para alimentar nuestra vida cristiana” (Introducción al Misal Romano).

El Adviento tiene una duración de 4 semanas y “empieza con la oración de la tarde, la víspera del domingo que cae el 30 de noviembre o el domingo más próximo, y termina antes de la oración de la tarde, la víspera de la Natividad del Señor” (Introducción al Misal Romano).

Las lecturas de este tiempo nos muestran cómo la venida de Dios renueva la “historia de la humanidad”. Dios no ha querido prescindir del “sí” de María ni del de todos nosotros para hacer realidad esta renovación; necesita también nuestra conversión; por eso el evangelio nos invita a escuchar las sugerencias prácticas de Juan el Bautista.

En cuanto a las lecturas de la liturgia, en el primer domingo prevalecen las imágenes del “fin del mundo”, no como amenaza, sino como advertencia para que nadie sea tomado por sorpresa. En el 2º y 3º domingos, los dos personajes que adquieren relevancia son el profeta Isaías y Juan Bautista: anuncian la salvación que está próxima y vendrá con certeza absoluta. Por eso alegría y conversión se mezclan en la preparación de la venida del Mesías. En el 4º domingo, el personaje central es María. Ella está pronta para dar a luz al ansiado Salvador.

Esperemos que estas reflexiones sobre la ubicación del Adviento y la orientación de las lecturas te animen a celebrar y vivir con más esperanza esta época del año, como la oportunidad de volver nuestra mirada a Dios y dejar por un momento aquello que nos distrae o nos aleja de los hermanos en la fe.