Descubre los 6 motivos para orar que no todos ponen en práctica


La oración es un medio que nos ayuda a acercarnos a quien le da sentido a nuestra fe y a nuestra vida humana.

La oración es importante y vital para las personas y más para los cristianos. Hay miles de testimonios, de santas y santos, que nos han dado ejemplo. Y en estos tiempos de angustia, sufrimiento y preocupación, muchas personas de todo el mundo sienten más la necesidad de hacer oración, porque guarda secretos a los que todos, de forma gratuita, podemos tener acceso.

Por eso mismo, queremos compartirte las seis razones para invitarte a dedicarle a la oración más tiempo en tu vida.

  1. Oramos porque la vida nos impulsa a ello

En algún momento de nuestra vida, todos sentimos un llamado a la oración. Puede que haya sido ante una necesidad, por una experiencia de alegría, porque alguien nos lo sugirió o por un sufrimiento que no le veíamos solución. Por eso buscamos un momento a solas y en silencio para encontrarnos con Dios. De esta manera podemos mirar nuestro interior, valorar nuestras raíces profundas, conocer nuestras motivaciones, sopesar nuestras necesidades y expresárselas al Señor.

Tal vez has rezado en espera de grandes resultados, pero sin descubrir aún tu misión, sin que jamás haya descendido sobre ti una lengua de fuego, sin que hayas escuchado el sonido de trompetas celestiales anunciando tiempos nuevos, sin que se haya producido una gran multiplicación de panes, ni se te haya aparecido una zarza ardiendo y te hayan pedido que te quitaras las sandalias.

No obstante, la oración es importante porque nos permite expresar nuestras necesidades, gritos, sufrimientos, quejas, enojos, pero también nuestras alegrías, nuestros gozos y esperanzas. Con palabras, silencios y gestos pedimos a Dios protección, salud, bendición, damos gracias, imploramos perdón y buscamos sentido a la vida, a todo lo que nos ocurre.

  1. Oramos para entrar en contacto íntimo y personal con Dios

Nuestro corazón anhela entrar en contacto con Dios porque lo necesitamos, porque a veces sentimos que la realidad nos rebasa o porque las diversas circunstancias de la vida nos abruman y necesitamos expresarle lo que sentimos, lo que vivimos o lo que vemos. Buscamos ponernos en las sus manos. No hay nada que nos impida hablar con él, porque él no es propiedad privada de nadie.

Si algo deseamos todos los seres humanos es vivir y vivir bien, y a Dios eso también le importa. Por eso, a través de las plegarias, a veces silenciosas, buscamos encontrarnos con Dios porque creemos que a él le interesa la salud, la dicha y la felicidad de sus hijos, y desea que todos podamos vivir sin los males que a diario nos aquejan.

 

  1. Oramos para crear una relación de amistad con el Dios de Jesús

Gracias a Jesús podemos dirigirnos a Dios como Padre, mantener una relación constante y permanente de cercanía y amistad con él. Se trata de saber estar con él, saber dialogar y saber confiar, como se hace con un padre en quien se confía o con los amigos, “saber perder el tiempo” para crear lazos de empatía y profundidad.

Rezar nos acerca y nos familiariza con Dios de tal modo que nos ayuda a conocer sus deseos, sus criterios y la forma en que quiere que vivamos su voluntad.

Por esta razón, la oración no se practica porque tenga poderes mágicos. La oración es para crear y mantener una amistad con el Padre bueno, para ser fieles, para cumplir nuestra misión, para ser mejores.

  1. Oramos para aprender a amar como Jesús

Podemos pronunciar o repetir oraciones de todo tipo, pero más allá de las oraciones habituales, la verdadera oración nos lleva a encontrarnos no con una idea, sino con la persona de Jesucristo, con la finalidad de aprender a amar como él ama. La oración no va a cambiar la voluntad de Dios, los que cambiamos somos nosotros, por la experiencia del encuentro con el amor que Dios nos tiene.

Muchas veces, cuando hacemos oración, queremos que Dios remedie todo, sin caer en la cuenta de que somos nosotros los que tenemos que remediar lo que sucede a nuestro alrededor. Hacer nuestras plegarias en el silencio o en la soledad nos introduce en el amor de Jesús. A partir de esa experiencia, aprendemos cómo Jesús ama, qué hace y qué no hace por amor a su pueblo. La invocación nos conduce a amar como Jesús para liberar y hacer el bien, sobre todo a los que son víctimas del sufrimiento, la enfermedad o la desgracia.

 

  1. Oramos para alimentar nuestra espiritualidad

Rezar no es lo mismo que la espiritualidad, pero es parte de ella. “Entendemos por espiritualidad” nos dice Monseñor Pedro Casaldáliga, “lo más hondo de una persona: sus motivaciones, su ideal, la pasión por la que vive, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás”. Nuestra espiritualidad depende de si hacemos oración o no. La espiritualidad de una persona necesita “cargar sus baterías” en la oración. Si no lo hace, se vacía y en lugar de vivir con un buen espíritu, vive con el espíritu de la prepotencia o el egoísmo, creyendo que Dios no es necesario.

Desde este enfoque, la oración personal o comunitaria nos va a proporcionar otra fuerza, con nuevos impulsos, con el fin de vivir una vida más humana y en función del Reino de Dios. Por eso, un niño, un joven, una mujer, un hombre o una familia que ora, será mejor cristiano y tendrá una mejor espiritualidad en la medida en que busque poner en práctica los valores del Reino y vivir al estilo de Jesús.

 Oramos por un mundo mejor

Orar nos permite entrar en contacto con Dios, pero no podemos pensar o meditar en Dios sin pensar en su proyecto y en su voluntad divina de anhelar un mundo mejor para sus hijos.

La oración no es para alejarnos del mundo y evadirnos de él, aislándonos de los problemas de la gente y de las pandemias que azotan a nuestros pueblos. Nuestras súplicas nos hacen conscientes y nos vincula de manera poderosa con la vida cotidiana y con la realidad para llevar a cabo nuestra misión. Dios no solo está en nuestro interior, sino que también está en el mundo y nos está dando su mensaje para transformarlo y mejorarlo.

En este sentido, la oración se convierte en un testimonio de profundidad interior, de fe, de confianza y de compromiso solidario con el mundo en el que vivimos. De esta forma, la oración se verá reflejada en la calidad humana con la que nos comprometemos con un mundo mejor, donde “los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea el Evangelio de Jesús” (Alabado seas,  n. 246).

 

Estas seis razones hacen de la oración algo vital para todo ser humano, para la vida cristiana y en la vida de la Iglesia.

No solo estamos invitados a agarrarnos de Dios con la práctica gratuita de la oración, también hemos de estar dispuestos a ser transformados por lo que aprendemos en ella. Una persona consciente del propósito de sus rezos pasará por la vida haciendo el bien. Debido a esto, también estamos invitados a enseñar a otros a exclamar sus plegarias, con el deseo de que entren en sintonía con Dios y con la belleza de una vida transformada por su amor.