“Más vale la oración y el ayuno, la limosna y la justicia que la riqueza con injusticia”

(Tobías 8).

¿Por qué los católicos debemos orar, ayunar y practicar la limosna en tiempo de cuaresma? Si en verdad queremos convertirnos a Dios, ¿no sería mejor practicar otras cosas?

Estas tres prácticas religiosas, presentes en la Biblia, fueron heredadas a los primeros cristianos y son benéficas para las personas de nuestro tiempo. Por eso, ahora queremos detenernos en algunas recomendaciones que Jesús nos hace en los evangelios, esperando que sean de gran beneficio en la pastoral catequética.

Durante la Cuaresma, por ser un periodo de penitencia, arrepentimiento y conversión, la Iglesia Católica, recomienda practicar la oración, el ayuno y la limosna, para no acostumbrarnos a nuestras situaciones de deshumanización en las que hemos caído. Pero también, para recuperar el sentido de estos ejercicios, los cuales apuntan a las principales relaciones del hombre: “la relación íntima con Dios, la relación con el prójimo y la relación con la naturaleza creada”.

El ejercicio de la oración

Rezar es el medio para comunicarnos con Dios. A través de este encuentro, cultivamos nuestra relación como hijos de Dios, para conocerle mejor, para descubrir su voluntad, para pedir su ayuda o solo para estar en su presencia amorosa.

Los grandes transformadores en la historia de la salvación, como los profetas, los apóstoles, los discípulos y discípulas de Jesús fueron personas de oración. Pero, sin duda alguna, el maestro de oración es Jesús. Su forma de orar causó un gran impacto en sus discípulos que le pidieron que les enseñara a orar: “Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de la plazas, para que la gente los vea… Cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve lo secreto, te premiará” (Mateo 6,5-6).

Por eso, en este tiempo de cuaresma, si queremos ir más seguros en nuestro caminar y convertirnos a Dios, podemos dejarnos orientar por un camino de intimidad y de interioridad a través de la oración personal.

El ejercicio del ayuno

Si la oración nos pone en relación cercana y amorosa con Dios, el ayuno nos vincula con los bienes creados, con la naturaleza y la  vida.

Comer y beber es el medio por el que las personas nos apoderamos más de las cosas. Por eso, la Iglesia recomienda el ayuno: el cual consiste en abstenerse, en ciertos momentos de la comida y la bebida. El ayuno es un signo de conversión.

Jesús, frente a esta dinámica de conversión y de cambio en el abuso y pérdida del sentido del comer y del beber, también nos dice: “Cuando ustedes hagan ayuno, no pongan cara triste, como los que dan espectáculo y aparentan palidez, para que todos noten sus ayunos. Cuando tú hagas ayuno, lávate la cara y perfúmate el cabello. No son los hombres los que notarán tu ayuno, sino tu Padre que ve las cosas secretas, y tu Padre que ve en lo secreto, te premiará” (Mateo 6, 16-18).

 “Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. Ayunar no es solamente adelgazar, ayunar es ir precisamente a lo esencial, es buscar la belleza de una vida más sencilla” (Papa Francisco).

El ejercicio de la limosna

Si la oración nos pone en relación cercana y amorosa con Dios, y el ayuno nos vincula con el uso equilibrado de los bienes creados, la limosna nos acerca a los necesitados.

De las tres prácticas cuaresmales mencionadas, la limosna es la más olvidada. Es una forma de oración porque consiste en dar algo de lo que poseemos a Dios. Eso implica, no solo un acto de desprendimiento y sacrificio, sino de ofrecimiento en beneficio de los que más lo necesitan.

Al respecto, Jesús nos enseñó que dar limosna es una práctica necesaria y liberadora: «Cuando des limosna no lo publiques al son de trompeta; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben… Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber o que hace tu mano derecha. Tu limosna quedará en secreto» (Mt 6,2-4).

Los primeros cristianos observaban esta enseñanza, en sus comunidades: “entre ellos ninguno sufría necesidad, pues los que poseían campos, o casas los vendían, traían el dinero y lo depositaban a los pies de los apóstoles, que los repartían según las necesidades de cada uno” (Hechos 4,34-35).

Finalmente, para cerrar este artículo, queremos decirte, que ante la realidad de distanciamiento social y de encierro, las tres prácticas de la cuaresma, las podemos vivir desde casa. Sin perder de vista el sentido de conversión y de esperanza que evoca.

Con oración, ayuno y limosna, tratamos de volver a la armonía que hemos perdido en nuestras relaciones cristianas. Esta es la lógica del evangelio y es un cambio para mejorar, para retomar el camino digno de nuestro ser cristiano.

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