La relación Familia-Escuela juega un papel vital en el desarrollo integral y equilibrado de los educandos
“Es necesario tomar nota de los cambios que han afectado tanto a la familia como a la escuela y renovar el compromiso por una colaboración constructiva, -o sea reconstruir la alianza y el pacto educativo- por el bien de los niños y de los chicos”
(Papa Francisco a maestros de la AIMC, Alocución del 05-01-2018)
El tema que hoy queremos compartir contigo, es considerado por muchos como utópico; pero, afortunadamente, la mayor parte de autoridades, educadores y padres, tanto en el ámbito civil como religioso, están de acuerdo en considerar que la alianza familia-escuela es hoy más necesaria que nunca, si queremos llegar a formar ciudadanos y cristianos capaces de autonomía, autocríticos y responsables en sus acciones existenciales. También debemos reconocer que muchos de estos agentes educativos no están muy dispuestos a asumir el complejo trabajo que implica lograr esa alianza. Estamos seguros que el comentarlo contigo servirá de mucho.
La familia y la escuela ante un mundo en cambio
En tiempos pasados, la relación entre los papás y la escuela fue algo frecuentemente fácil y natural, caracterizándose por “mucho reforzamiento recíproco entre los estímulos dados por los maestros y los facilitados por los padres”. Pero hoy, todo está cambiando con mucha rapidez, tanto para las familias como para las escuelas y los educadores.
Las familias, sumergidas en un mundo cambiante que les genera inestabilidad e incertidumbre en medio de contrastes económicos, sociales y culturales, se sienten sobrepasadas. La educación que ellas recibieron en su momento, sienten que ya no les sirve para educar a sus generaciones actuales y se preguntan cómo responder a las demandas educativas de sus hijos que rebasan sus propias experiencias y vivencias de formación.
Las escuelas se ven impactadas por los mismos cambios que las familias, pero además la velocidad de los cambios, sobre todo en las ciencias de la educación y en la tecnología, las rebasan y hacen que la mayoría se encuentren uno o dos pasos atrás, quedando obsoletos sus patrones educativos, que no les sirven para educar hoy. Y lo peor: muchos dejan de hacer, porque no saben qué hacer. Paradójico ¿no?
Por si fuera poco, ambas instituciones, la familiar y la escolar, se encuentran en competencia con los medios de comunicación social, sobre todo los digitales cuyos dispositivos se han ido convirtiendo, con rapidez, en “faros que alumbran lo cotidiano, en ejes en torno a los cuales gira la vida familiar y escolar y sus acontecimientos, y en modeladores de una nueva forma de concebir el mundo y sus valores”.
Todo esto, entre otras cosas, ha provocado desde hace tiempo que la alianza familia–escuela se encuentre “en crisis y, en ciertos casos, rota del todo.
¿Qué hacer?
“Desde el momento en que esta sinergia (familia-escuela-familia) ya no sucede de modo ´natural´, es necesario favorecerla de modo proyectivo… (con la aportación profesional pedagógica, si es necesaria y posible)… Pero antes incluso es necesario favorecer una nueva ´complicidad´ -soy consciente del uso de esta palabra-, una nueva complicidad entre profesores y padres…complicidad solidaria”. (Papa Francisco a la AIMC)
¿Cómo se podría favorecer esto en la práctica? La respuesta total y real a la pregunta va a necesitar mucho tiempo, mucha disponibilidad y mucho esfuerzo de familias y escuelas. Pero tú y nosotros podemos empezar hoy con algunas consideraciones que pueden ayudar a lo que se necesita.
Es indiscutible que, para los adolescentes y jóvenes, la familia y la escuela constituyen el marco de referencia imprescindible para aprender a aprender, a socializar, a identificarse y a incorporarse a la sociedad y a la Iglesia. Juntas lo pueden lograr con mayor eficiencia.
Cuando la familia (papás) y la escuela (maestros) tratan de formar aisladamente y por separado, la educación corre por vías paralelas y a veces tan divergentes que no tienen nada que ver la una con la otra, y en muchos casos se contradicen. Esto no forma, porque desconcierta y confunde. Solución: hagámoslo juntos, comunicándonos y dialogando.
Padres y maestros deben considerarse trabajando en el mismo bando, remando juntos en la misma dirección. Esto implica: dejar de culparse unos a los otros, no considerar los problemas y necesidades de unos y otros como ajenos, sino, con solidaridad mutua, dejarse de protagonismos antagónicos, aliarse y emprender juntos un camino que los lleve a crear una nueva visión de la educación, con una perspectiva comunitaria real, donde los verdaderos y únicos protagonistas sean los adolescentes y los jóvenes
Todo esto exige la elaboración conjunta de un proyecto educativo común en el que maestros y familias se ayuden mutuamente a descubrir y ser conscientes del importante papel, diferente pero complementario, que juntos juegan en la formación de los alumnos y alumnas. Ambos deben generar tiempos, espacios y acciones conjuntas para que, colaborando unidos y coordinados puedan dar respuesta a las peculiaridades propias de la educación de adolescentes y jóvenes.
Algunos pensamientos que resumen o confirman lo dicho hasta aquí:
-La escuela forma parte de la vida cotidiana de la familia y la familia de la vida cotidiana de la escuela.
–La escuela no puede educar sin los padres y los padres no pueden educar sin la escuela.
-La escuela debe ser abierta, un lugar de encuentro respetuoso, democrático y participativo, donde los padres tengan espacios y muchas oportunidades de participar, intercambiar y compartir con el profesorado.
-Subirse y actuar en el escenario educativo es tarea de todos: escuela, maestros y familia y el papel protagónico es de los educandos.
En fin, quizá estamos de acuerdo contigo y con los que piensan que esto no es nada fácil, pero estamos seguros de que tú, como nosotros, sabemos que lo difícil es lo que vale la pena y que, en este caso, estamos hablando de algo de vital importancia para el mundo y para la Iglesia. Esperamos tus comentarios y las ideas que se te ocurran para ir logrando esto.