En realidad, no hay razones o pretextos para no hablar con Dios


El ritmo de vida del hombre y la mujer contemporáneos es más acelerado, apremiante y exigente que nunca. Los cuidados de la familia, las fechas y horas límite para los trabajos, los desplazamientos constantes, las comunicaciones electrónicas instantáneas, las saturadas redes sociales, los chats, la investigación e invasión de vidas a través de los Facebook; todo eso son distracciones y  tensiones  que dificultan  el elevarnos al nivel espiritual que todos tenemos, aunque pocas veces entremos en él. A ese nivel corresponde la oración.

Solemos además justificar nuestra falta de tiempo para la introspección y oración diciendo: es que no sé qué decirle, ni cómo ni cuándo decírselo. Sin embargo, sabemos por experiencia que los seres humanos, cuando de veras queremos y nos proponemos algo, somos capaces de enfrentar retos, superar barreras y lograr lo que queremos. Por eso pensamos que, si tenemos un deseo vivo y eficaz, de esos que impulsan a la acción, podremos encontrar, basados en experiencias diversas y en expresiones de diversos autores, pensamientos, reflexiones y sugerencias que nos lleven a la comunicación con Dios.

Si buscamos entonces entrar en diálogo con Dios, pensemos de qué podemos hablar con él, cómo decírselo y cuándo hacerlo. Descubramos que comunicarnos con él, es decir, hacer oración, no es complicado y sí es algo que está a nuestro alcance:

  1. No sé de qué hablar con Dios. A veces sentimos que debemos tener un tema o asunto concreto de qué tratar, y nos parece que no lo tenemos.

Reflexionemos: En nuestra vida diaria, si nos encontramos con un extraño, un desconocido, es seguro que no solo nos será difícil encontrar un tema de conversación, sino que ni siquiera se nos ocurrirá tener un acercamiento con él. En cambio, si es un amigo, tarde se nos hace para platicar con él y tenemos muchos temas para hacerlo. Dios no es un extraño ni un desconocido: es un amigo. Lo que nos pasa es que no tenemos costumbre de relacionarnos con él. Intentemos hacer contacto con Cristo, el que nos llamó amigos, busquémoslo con frecuencia, y el qué decirle se nos dará naturalmente.

Los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a hablar con su Padre. Si nosotros nos plantamos en su presencia y le decimos: “Señor, no sé hablar contigo, enséñame a hacerlo”; él nos ayudará y nos inspirará qué decirle.

A propósito del de qué hablar con Dios, Teresa de Ávila enseñaba que no había que pretender hablar con palabras y oraciones muy hechas, que le habláramos de lo que traigamos en el corazón. Todos tenemos y guardamos muchas cosas en el corazón. ¡Hablemos de ellas con Dios!

San Juan Pablo II le confiaba a una de las religiosas que lo atendían, que él le pedía a Dios que le sugiriera de qué quería que hablaran, y que cuando no llegaba la sugerencia, solo lo veía y dejaba que él lo viera y así se comunicaban. Hagamos lo mismo ante un crucifijo o ante el sagrario o ante un paisaje: sin palabras; tratemos de verlo y sentirlo, y dejemos que él nos vea. Eso es orar.

  1. No sé cómo hablar con Dios. Es decir, creemos desconocer el modo adecuado de entablar la conversación.

Reflexionemos: Comunicarnos, conversar y compartir con Dios no tiene ningún secreto que no hayamos experimentado en nuestra vida diaria. Con nuestros amigos, familiares y conocidos, nos brota la conversación con espontaneidad. Sencillamente, intentemos comunicarnos con Dios con la misma naturalidad con la que nos comunicamos con amigos y familiares. Dios, como ellos, nos escucha y quiere compartir con nosotros lo que piensa y siente de nosotros y del mundo.

El afecto sincero es el alma de la comunicación entre personas. Teresa de Ávila solía decir que para orar la cosa no era de pensar mucho, sino de sentir y amar mucho. Amemos y tratemos de sentir a Dios y el cómo orar se nos dará con facilidad. Alexis Carrel solía decir que lo importante en la oración no es el qué ni el cómo, sino el que, en ella, Dios se nos manifiesta.

Con frecuencia oímos decir o lo decimos: “Lo espiritual y los rezos no se me dan”. La verdad es que se nos da a todos por el solo hecho de ser humanos. El mismo Carrel decía:  “¿Quieres comunicarte con Dios? Búscalo, está en tu interior”. Si queremos hablar con Dios, no nos preocupe el cómo, simplemente hablémosle; él está en nosotros y nos escucha.

  1. No sé cuándo hablar con Dios. Es decir, pensamos que Dios debe estar muy ocupado y tenemos que hacer una cita con él a una determinada hora y en un determinado día

Reflexionemos: En realidad, para conversar con el Señor (sea el Padre o el Hijo, o el Espíritu Santo) cualquier tiempo y lugar son buenos.

Algunos recomiendan aprovechar momentos fugaces, circunstancias inesperadas, situaciones emocionales intensas y espontáneas para comunicarse con Dios. Otros sugieren que cuando algo nos angustia o nos preocupa, nos comuniquemos con él. La verdad es que, quienes vivimos en medio de la agitación del mundo, si no empezamos por dedicar honestamente un tiempo y un lugar, y no buscamos un ambiente propicio para experimentar un contacto puntual con el Señor, el ritmo veloz y cambiante de la vida nos impedirá acostumbrarnos a acudir a él diariamente y en los diversos momentos de nuestra existencia, por muy angustiosos que sean. Es necesario tomar conciencia de la necesidad que tenemos de Dios, provocarnos un deseo eficaz de acercarnos a él, y generar en nosotros la libre disposición y apertura interior para encontrarnos con el Señor que nos busca.

Recordemos que el Señor Jesús nos prometió que estaría con nosotros siempre, en todo tiempo y lugar. Por tanto, solo basta que queramos platicar con él, y que creamos que él, a su vez, quiere tener un diálogo con nosotros, y la oración se nos hará no solo posible, sino también fácil en todo momento, ocasión y lugar.

Sólo nos falta por hacer:

  • Que iniciemos hoy mismo nuestras experiencias de oración y tengamos la decisión firme de ir adquiriendo la costumbre, el hábito de hablar con Dios de todo lo que vivimos y sentimos, de manera natural y espontánea y en todo momento y lugar.
  • Que nos interesemos en ir desarrollando en nosotros un camino constante y frecuente de oración, que se convierta en hábito y nos lleve a una auténtica vida de oración.

Si lo hacemos, sería interesante que compartiéramos nuestras experiencias.

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