A orar se aprende orando: pistas y actitudes para iniciarte en una vida de oración


¿Has estado luchando por querer iniciar un ritmo de oración y no lo consigues? Como en todo aprendizaje, al principio cuesta un poco porque vas como “de subida”, pero a medida que lo vas practicando te vas familiarizando y empieza “la llanura”. Entonces ya es más fácil, pero no es nada de otro mundo. Solo necesitas empezar.

¿Qué es la oración?

La oración es el ejercicio de personalización, interiorización, más importante del creyente, por las siguientes razones:

  • En ella te encuentras con tu mundo interior, subconsciente y consciente.
  • Dios responde tanto a tus necesidades más elementales de ser aceptado y de confianza, como al amor más grande de libre donación de sí.
  • En la oración descubres una lectura profunda de tu historia.
  • Dios es el amor personal absoluto, y nada personaliza más que el amor.

Para orar

La oración se aprende practicándola, como toda relación viva de encuentro interpersonal. Pero, ¿qué se necesita, en concreto?

  1. Busca el mejor momento del día, el más propicio, el menos tenso, no un tiempo de relleno, el hueco que te queda en tus quehaceres.
  2. Un lugar tranquilo, con el menor ruido posible, sin excesiva luz.
  3. Dale continuidad, unos 15 minutos al día, sin importar cuando te va bien o sientas ganas.
  4. Adopta una postura cómoda. Lo ideal es aprender una técnica de relajación.
  5. Recuerda que tu cuerpo es expresión del encuentro con Dios. Puedes hacerlo sentado, postrado, en actitud de adoración.
  6. La oración necesita disciplina interior, un mínimo de autocontrol de necesidades.
  7. Hay muchas formas de oración. Puedes hacerlas apoyadas en un recuerdo, una foto, una mirada, un minuto de silencio, una lectura o con música. No la reduzcas a una sola forma.
  8. La oración exige determinación: vivir intensamente ese momento, con todas las energías vitales, afectivas y espirituales.

Dar prioridad al corazón y no tanto a la razón

  • No se cree en la oración, sino en Dios. Para perseverar en la oración hay que vivirla como don del Señor, que nos llama a su presencia para estar con él.
  • La oración es un encuentro. Y por ello, presencia de Dios en acto de fe y amor, relación única. Implica mediaciones: aprender a escuchar la Palabra de Dios, afectividad que se abre, ejercicio de comunicación con Alguien a quien no vemos; pero la relación, en cuanto tal, es experiencia inmediata, percepción espiritual del Tú viviente. Unas veces se le siente, otras no, pero él está presente, como dice Hechos 17,28: “En realidad no está lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos…”
  • Procura vivir este encuentro desde tu verdad y proceso, no desde lo que te gustaría que fuese. La oración rinde frutos a largo plazo. Notarás que poco a poco va cambiando tu centro personal y tu modo de ver las personas y las cosas. Poco a poco entenderás el sentido de «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría» (Jn 4,10).
  • Importa orar con todo el ser: desde la necesidad al deseo, desde la pasión a la desnudez de la fe. El orante es un hombre de corazón.
  • Dar primado al corazón significa buscar en la oración no auto-plenitud (sentirse bien, a gusto), sino obediencia de amor (hacer la voluntad de Dios). No trates de controlar tu oración, sino de encontrarte con el Dios vivo que viene a tu encuentro.
  • El método no es un fin, sino una ayuda, un puente para entrar en la dinámica orante. Nace de la necesidad de cierta disciplina. En la medida en que vayas descubriendo la libertad de tu corazón, preferirás unos minutos de corazón a corazón, que largo tiempo de concentración.

El momento de oración

  1. Antes de leer, relájate. Hazte consciente de lo que vas a hacer, de qué palabra se trata. He aquí una técnica de relajación.
  • Respira pausadamente. Siente el flujo y reflujo del aire por la nariz, pulmones… Concéntrate en tus sensaciones corporales, déjate llevar. Haz unas diez respiraciones. Cuando te sientas tranquilo, comienza tu oración, poniéndote en presencia de Dios.
  • La oración comienza con el acto de fe. Puedes decir una frase breve: “Señor Jesús, creo en ti”. Percibe en la fe que estás delante de él. Él te conoce. Te ama. Escucha su palabra.
  • O con la oración del cardenal Martini:

“Señor, tú pones ante nosotros tu Palabra, la que inspiraste a los profetas. Haz que nos acerquemos a ella con reverencia, con atención, con humildad; haz que no desperdiciemos esta palabra, sino que la recibamos con todo lo que ella nos dice… Haz, oh Señor… que nuestro corazón se abra a ella y que nuestra mano no oponga resistencia; que nuestro ojo no se cierre, que nuestro oído no se distraiga en otras cosas, sino que nos dediquemos totalmente a escucharla.

  1. Abre la Biblia y lee despacio, desde tu corazón. Deja que resuene la palabra de Dios, sin racionalizar y sin buscar utilidad.

Textos con los que puedes iniciar (o la lectura del día):

  • Salmo 139 (138): “Señor, tú me sondeas y conoces”.
  • Eclesiastés 3,1-15: aprender a vivir el tiempo sin ansiedad.
  • Sabiduría 7,1-14: pide al Señor aprender a “andar en verdad”.
  • Ex 32-33: “Si no vienes conmigo en persona, no me hagas salir de mi tienda”.
  • Sal 63(62): “Tu amor vale más que la vida”.
  1. Según la resonancia, ábrete a la relación personal con el Señor.
  • Deja que alguna frase se te haga oración.
  • Compromete tu corazón, tu persona entera, en lo que lees.
  • Deja fluir tu sentimiento de confianza o humidad ante su grandeza.
  1. Subraya en la lectura aquello que te ha impresionado.
  • Cierra la Biblia y, con lo meditado, vive la relación con tu Señor.
  • Concentra todo lo que él significa para ti: “Padre nuestro” o “tú eres mi fortaleza”.
  • Permite que vaya resonando durante el día.
  1. Termina tu oración con una actitud de entrega a su voluntad.
  • Este es el fin propio de la oración: el amor de obediencia, hacer la voluntad de Dios.
  • Es el momento de empalmar la oración con la vida. Piensa en situaciones y tareas que el Señor quiere que realices con lo que meditaste.
  • Si no te ha resonado nada, pregúntate por qué. Quizá algo no hiciste bien.

Como puedes ver, iniciarte en la oración es muy sencillo. Necesitas decidirte, buscar un lugar, un horario e iniciarte en ello. Ánimo. ¡De seguro, muchas sorpresas hallarás!

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