Diez auténticas enseñanzas que deja la religiosidad popular a cualquier persona


Los obispos en santo Domingo describen a la religiosidad popular como: “…una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata solo de expresiones religiosas, sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural” (DSD 36).

 

¿Alguna vez te has reflexionado sobre cuáles son los valores humano-cristianos de la religiosidad popular?

Como seguramente ya pudiste leer en otros artículos de nuestro blog, la religiosidad popular ha sido valorada positivamente por el magisterio eclesial latinoamericano, y los obispos nos invitan a “cuidar el tesoro de la religiosidad popular de nuestros pueblos” (DA 549) para enriquecer a la Iglesia, con lo que el Espíritu Santo quiere enseñarnos a través de estos valores. Es por eso que queremos fijarnos especialmente en algunos valores que consideramos muy importantes para seguir nutriendo nuestra religiosidad y nuestro caminar en la fe.

 

  1. Espíritu comunitario

La religiosidad popular en sus diferentes formas y manifestaciones, en primer lugar, genera ese espíritu comunitario. ¿Quién organiza para tal fiesta, tal peregrinación? Ellos solos se organizan. Quizá podemos decir que son las mayordomías, las comunidades eclesiales de base y los grupos de pastoral. El hecho es que cuando hablamos de religiosidad popular el pueblo se organiza. Existe eso que podemos llamar espíritu comunitario. Organizan, cooperan, adornan, promocionan la fiesta… y la mayoría del pueblo responde de manera favorable. Lo popular es, entonces, un lugar eclesial, de socialización, de encuentro entre las personas, para una tarea especial: organizar la fiesta, la misa y todo lo que conlleva una reunión de pueblo.

 

 

  1. Fortalece a la familia

Otro valor que podemos observar es que lo popular facilita el encuentro entre las familias. Y no hablamos solo entre consanguíneos, sino también tiene que ver con personas que vienen de otros lugares. Podemos decir que con motivo de la liturgia y celebración popular la familia se ensancha. Las familias se reúnen, rezan, reflexionan, comen, cantan, bailan, ríen. Se vive en espíritu de familia. ¡Y se nota! Si quisiéramos saber cómo es una familia, habría que participar de una celebración popular.

 

 

  1. Da identidad al pueblo

La fiesta popular, como quizás ya lo habrás notado en tu ambiente, da identidad. Cada pueblo tiene sus propias fiestas, celebraciones, piedades. Las acciones de la piedad popular aportan a nuestros pueblos la motivación para revivir sus historias, sus raíces y sentirse herederos de una tradición que los identifica, los une y les da cohesión como pueblo.

 

 

  1. Transmite una tradición o una enseñanza

Cuando el niño o la niña ven una procesión o una danza, preguntan ¿…y por qué hacen esto? Es la oportunidad de los padres o abuelos de compartir lo que ellos han recibido. Cuentan el mito de cómo se formó el pueblo, quiénes fueron los primeros pobladores, cuándo empezó esta tradición. La religiosidad, la piedad, la celebración popular “obliga a decir” aquello que se ha recibido, es decir, se trasmite lo que se sabe. Esto es lo que se llama la tradición oral. Quizá ahora con el internet podemos saber el origen de nuestro pueblo, su mercado, sus tradiciones. Pero no hay como escucharlo del abuelo o la abuela que lo transmite con emoción, con alegría, con anécdotas que solo él o ella lo pueden decir. Y entonces nos sentimos de verdad parte de esta familia, de este pueblo.

 

 

  1. Conecta con Cristo sufriente

Hemos puesto en el centro a Cristo, porque es el motor de la religiosidad popular. Los pobres nos evangelizan porque nos conectan con Cristo crucificado y resucitado. Los Cristos populares creados por el pueblo son el reflejo de su confianza en el Dios sufriente quien los acompaña en su vida diaria. Los pobres “ven a Jesús como liberador, lo ven como quien los libera en lo más profundo de su corazón; los libera de su angustia, su resignación, su individualismo, su desesperación. Ven en Jesús a quien les comunica una fuerza interior que los cambia, personal y grupalmente, de hombres atemorizados en hombres libres, para esperar, para unirse, para luchar. Ven que hoy también se repiten aquellas escenas de curaciones: en contacto con Jesús, los enfermos dejan de serlo; y Jesús les da la razón, tu fe te ha salvado” (Sobrino, El Jesús histórico nos llama al discipulado en América latina y el caribe, 136, en https://www.redalyc.org/pdf/1910/191017410007.pdf).

Por eso, la religiosidad popular vuelve a ser valorada en cuanto pedagogía para el misterio y real praeparatio evangelica (preparación evangélica). La religiosidad popular puede ser una buena manera de acercarnos a Cristo y encontrarnos con él.

 

 

  1. Encuentro con la Virgen María

Otro valor muy interesante de la religiosidad popular que es muy interesante resaltar, es que nos evangeliza llevándonos a María, “la madre del verdadero Dios por quien se vive”. Sin regaños, sin imposiciones, casi de manera natural nos ayuda a encontrarnos con la verdadera Madre que quiere estar siempre con su pueblo. Así, podemos decir que en las vírgenes populares (Guadalupe, Misericordia, Socorro), el pueblo plasma todo el sufrimiento que ha de soportar, haciendo participar de él a la Madre.

Al mismo tiempo, en el rostro de María el pueblo “encuentra la ternura y el amor de Dios” (DA 265) y “ve reflejado el mensaje esencial del Evangelio” (DA 265). Este amor a la Virgen que tiene el pueblo latinoamericano “ha sido capaz de fundir las historias latinoamericanas diversas en una historia compartida” (DA 43).

 

 

  1. Genera alegría

Una nota esencial, básica, de la religiosidad popular, es la alegría. El obispo Casaldáliga, en su libro La espiritualidad de la liberación, describe con mucho entusiasmo esta nota típica de nuestros pueblos:

“El pueblo latinoamericano es un pueblo en fiesta, en danza, en canto. Lo festivo pasa por su vida entera. Ni el hambre ni la lucha ni los desastres impiden que se organice una danza en la primera oportunidad y todos los llantos y todas las luchas se llevan cantando” (p. 68).

“Pueblos enteros, en situación sumamente precaria, son alegres, ríen, cantan, danzan… Hacen de la alegría, muchas veces, una trinchera de resistencia frente a la desgracia o la humillación; y hasta frente a la muerte” (p. 68).

 

 

  1. Lenguaje muy expresivo e incluyente

La religiosidad popular utiliza un lenguaje sencillo, pero, además, se vale de la danza, de la música, de los colores. Utiliza el lenguaje del pueblo y no discrimina nada. En este sentido, apela a todos los sentidos. La gente le gusta “tocar” la imagen de los santos, usa el incienso para expresar el “aroma de su petición” o ver cómo su oración se eleva hacia el cielo. Además, el incienso deja un aroma agradable. A la Virgen no solo le cantan, también le danzan para expresar con todo el cuerpo el cariño que le tienen. Al santo patrón le pintan una alfombra multicolor en la entrada o un portal con las flores más bellas o con semillas de la zona. ¿Alguna vez te has detenido frente a un retablo del templo para contemplar esas flores o esas semillas? ¿Quién usa un lenguaje tan terreno, tan profundo y que habla a todo nuestro ser?

 

 

  1. Genera en nosotros una espiritualidad

Cuando hablamos de espiritualidad nos referimos a vivir la vida cristiana de manera auténtica, profunda. Los evangelios, cuando tratan de este tema, hablan de seguimiento a Jesús.

En este sentido, Aparecida representa un avance significativo en la valoración que hace el magisterio sobre las expresiones de fe de los pobres de Latinoamérica. Reconoce en ellos una verdadera espiritualidad, un modo propio –y válido– de vivir la fe cristiana por donde el Espíritu Santo va guiando a gran cantidad de latinoamericanos. También enseña que esta piedad “puede ser profundizada” (DA 262) y que puede hacerse, no tanto desde correcciones y rectificaciones, sino sobre todo buscando un “crecimiento a partir de la propia riqueza del pueblo”. Esto queda claro cuando el documento dice que en definitiva “por este camino se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular” (DA 262), (Bianchi, E., El tesoro escondido de Aparecida, 575).

 

 

  1. Nos impulsa, como la Virgen a Juan Diego, a ser misioneros

A quienes piensan que la piedad popular no es auténtica fe católica, que no tiene inserción eclesial y que no lleva a un compromiso misionero, los obispos les enseñan que:

“La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros” (DA 264).

Por eso hay que “cuidar el tesoro de la religiosidad popular de nuestros pueblos” (DA 549) y para enriquecer a la Iglesia con lo que el Espíritu Santo quiere enseñarnos.

El gran obispo Casaldáliga habla de hospitalidad, gratuidad y otros tantos valores que hay en la religiosidad popular de nuestros pueblos latinoamericanos.

 

 

La religiosidad popular nos ayuda a vivir y cultivar nuestra fe sencilla, pero también nos ayuda a ser mejores personas creando en nosotros valores que nos ayuden a hacer el bien por los demás. Como a la Virgen de Guadalupe, especialmente, por quienes más necesitan una palabra de consuelo, un abrazo de acogida y una luz en el camino diario para seguir esperando el mundo prometido por Jesús: el Reino de Dios.

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