Lo que no sabías, o quizá no querías saber, acerca de una formación cristiana que te impulsa a no encerrarte en ti y a salir al encuentro de los demás
En Dabar, cuando nos planteamos la educación en la fe para jóvenes de preparatoria, tenemos muy en cuenta la apertura a los demás y la consecuente solidaridad. ¿Por qué es necesaria una formación que nos saque de nosotros y nos proyecte hacia los demás?
La educación en la fe nos lleva al encuentro
Según el papa francisco, “El origen de las actuales fragmentaciones y oposiciones que a menudo conducen a diversas formas de conflicto, se encuentra en el miedo a la diversidad”. (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 01-01-2020). El Santo Padre quiere decir que, el miedo a la alteridad, o sea, a la identidad diferente del otro, causa conflictos y quizá hasta guerras. “Las guerras comienzan dentro de nosotros mismos, cuando no sabemos abrirnos a los demás, cuando no logramos hablar con los demás; cuando, en otras palabras, la alteridad se considera un obstáculo para la afirmación de la propia identidad”. (Papa Francisco, Discurso en su visita a la Universidad Roma-Tre).
Es muy probable que eso esté pasando en el conflicto entre Rusia y Ucrania. Es obvio, pues, que la respuesta es sí: sí es necesaria una educación en la fe que nos impulse a salir de nosotros mismos e ir al encuentro de los demás.
Complementemos la educación de las y los jóvenes
Con la intención ilustrar la orientación que debemos seguir en la educación religiosa de las y los jóvenes, hemos rescatado una serie de respuestas que ha dado la Iglesia católica y que vale mucho la pena integrar en los procesos educativos de nuestros alumnos de preparatoria.
- San Juan Pablo II afirmaba que la educación “tiene una importancia fundamental”, no en la información, sino en la formación de “las relaciones interhumanas y sociales”, y que por ello es necesario que el ser humano “sepa ser más, no solo, con los otros, sino también para los otros”. (Discurso ante la UNESCO, n. 11, en Paris, 02-06-1980). O sea, que nuestro ser y quehacer no es solos, sino con los demás y, más aún, en servicio de los demás.
- Nuestros obispos nos enseñan que “efectivamente nadie se crea a sí mismo” y que, a partir de que nacemos debemos reconocer que “todo nos ha sido dado y que requerimos de los demás para subsistir y desarrollarnos”. También nos dicen que si queremos tener una realización verdaderamente humana, tenemos que aceptar entrar en una dinámica “de interacción interpersonal, basada en el recibir con agradecimiento y en el dar con generosidad “(CEM, Educar para una nueva sociedad, 43). O sea, la educación debe formarnos como seres capaces, en libertad y responsabilidad, de realizarnos a nosotros mismos con los demás y para los demás.
- Los seres humanos de hoy, por múltiples motivos, nos creemos muy modernos y muy avanzados, y caemos muy frecuentemente en el error de una presuntuosa convicción: creemos “ser los autores únicos de nosotros mismos, de nuestra vida y de la sociedad”, y no admitimos que eso es una pretensión producida por “la cerrazón egoísta en nosotros mismos” (Cfr. Benedicto XVI, La caridad en la verdad, 34). Nos cuesta mucho trabajo creer que cada uno de nosotros hayamos sido puestos en esta vida como don de Dios para los demás.
- Reflexionando en nuestra vida y en cómo se desarrolla, tenemos que admitir que las personas nos formamos en diversas comunidades: familiar, parroquial escolar y social, en las que nos movemos y vivimos, y en ellas aprendemos actitudes de convivencia, con respeto y aceptación de los demás, en la medida en que, en esas comunidades se vivan esos valores. Sólo así vamos adquiriendo nuestra madurez y descubriendo nuestro sentido (Cfr. CEM, Educar para una nueva sociedad, 51). Cada uno de nosotros necesita de los demás, y los demás necesitan de nosotros. Así nos vamos haciendo humanos, en la convivencia con los humanos.
- La formación nos debe ayudar a entender, aplicar y vivir que la auténtica unidad del género humano y la comunión fraterna, más allá de toda división, nacen de la Palabra de Dios-Amor que nos ama, nos convoca y nos enseña a amarnos como él nos ama a todos (Cfr. Juan, 15, 7-13). Porque ese amarnos como Cristo nos amó es característica distintiva de los discípulos y seguidores de Jesús, y es el principio fundamental de la solidaridad entre los seres humanos.
- San Juan Pablo II nos enseña que la solidaridad no es ni debe ser un mero sentimiento superficial, sino que “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Solicitud por la cuestión social, 38). Esto evidentemente implica el salir de nosotros y proyectarnos a los demás por una seria convicción generada por la formación.
- El papa Francisco, en su encíclica Fratelli Tutti (Todos hermanos (n. 272)), nos enseña que “los creyentes (de cualquier religión) pensamos que, sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad. Estamos convencidos de que solo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros”. Para tener la conciencia de todos hermanos, se necesita la conciencia de ser todos hijos de un mismo Padre.
- “Para nosotros, cristianos, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos” (Papa Francisco, Fratelli Tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social, n. 277). O sea, que el Evangelio de Jesús no es de autoconsumo, sino de proyección hacia el otro, hacia todos.
La fraternidad y amistad social
En resumen, la auténtica formación en la fe debe ayudar a moldear, en las y los jóvenes, la forma en que los haga capaces de no encerrarse en sí mismos, de saber hacerse cargo de los demás y de saber impulsar, en los ambientes en que se muevan y vivan, la fraternidad y la amistad social, para que todos nos sintamos, seamos y actuemos como responsables de todos.
Como educadores, debemos prepararnos muy bien, si realmente queremos formar a las y los jóvenes en todo lo compartido, porque ellos y ellas lo van a querer aprender más de nuestro acompañar, dialogar y compartir con ellos, que de las muchas palabras que les digamos.