“Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo; porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el Señor llame”

Hechos 2, 38-39.

Para nuestras amigas y amigos catequistas y agentes parroquiales de pastoral. Queremos compartirles una nueva serie de reflexiones acerca de algo que implica y debe interesar a nuestro oficio y ministerio: la iniciación cristiana de jóvenes y adultos. Y empezamos con su historia.

La necesidad de la iniciación cristiana

Todos, de una manera o de otra, nos derivamos de una historia, por eso quizá dicen los expertos que el conocimiento y la comprensión de la historia son necesarios para entender y comprender el presente. Los seres humanos nos definimos también por la relación con una historia en la cual, sepamos o no, nos sumergimos desde el pasado hasta el presente y continuamos, a nuestra vez, haciendo historia (cfr Jean Danielou, El misterio de la historia, p. 9-11). Por la importancia que la historia tiene para comprender hoy nuestras vidas, compartiremos algunos hechos históricos de la iniciación cristiana, no con la pretensión de hacer historia, sino de sacar de ellos las consecuencias pastorales prácticas que ayuden a más de uno de nosotros a tomar conciencia de la importante necesidad y de todo el sentido pastoral que hoy puede tener la iniciación cristiana de jóvenes y adultos.

La historia de la iniciación cristiana

A continuación, nos gustaría revisar algunos momentos históricos que llevan a la reflexión de la importancia y existencia de la iniciación cristiana

  • En la incipiente Iglesia apostólica, en Pentecostés, después del impactante discurso de Pedro (Hechos 2,14-36) que provoca en los oyentes una afligida pregunta dirigida a Pedro y a los demás apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer? Pedro les contestó: Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo, porque la promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros que el Señor llame”. En este texto, aparece claro un cierto proceso que hay que seguir para hacerse cristiano: bautizarse, aceptar a Jesucristo y recibir el Espíritu Santo.
  • En el siglo I de la Iglesia naciente, no se habla de la Iniciación cristiana, pero en los Hechos de los Apóstoles y en la vida y los escritos de Pablo se ofrecen textos significativos acerca del ingreso a la comunidad de los discípulos de Jesús, por ejemplo: la conversión de Saulo (Pablo) de perseguidor a Apóstol, luego de la aparatosa caída del caballo, el llamado de Jesús, su ceguera, y su ayuno. Cristo le envió a uno de sus discípulo de Damasco: “Fue Ananías, entró a la casa, le impuso las manos y le dijo: ´Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo´. Al instante fue como si se le cayeran escamas de los ojos y pudo ver. Se levantó, y fue bautizado: comió y recobró las fuerzas” (Hechos 9,1-19). En la carta a los Hebreos, podemos leer: “Dejemos, pues, la enseñanza preparatoria sobre Cristo, sin reafirmar las bases, es decir, el arrepentimiento de las malas acciones anteriores, la fe en Dios, la doctrina referente a los bautizos y la imposición de las manos… Es lo que vamos a hacer, si Dios quiere”. Algo semejante podemos encontrar en Efesios, donde se empieza ya vislumbrar un proceso inicial para ser cristiano.
  • En los inicios del siglo II, se encuentra el documento más antiguo denominado Didajé o Enseñanza de los doce Apóstoles. Encontramos una instrucción moral fundamentada en “los dos caminos” (vida y muerte, luz y sombra, justicia e injusticia) que estaba dirigida a los candidatos al bautismo, como un proceso inicial de preparación al bautismo.
  • Hacia el año 150, d.C., un converso de Éfeso llamado Justino escribió una obra de apologética (defensa y/o alabanza) en la que alude claramente al proceso de iniciación bautismal, como proceso de conversión a la fe. A mediados del siglo II, encontramos la obra La tradición apostólica, escrita por Hipólito que es el documento más antiguo que alude al primer catecumenado romano. Ya en estos años y hasta iniciado el siglo IV, los pastores de la Iglesia buscaron institucionalizar el catecumenado como el proceso ordinario para llegar a ser cristiano. El proceso empezó a tener tres etapas: misionera (para conversos del paganismo), cuaresmal (que marcaba la duración del tiempo de formación), y la pascual (preparación inmediata para la recepción de los sacramentos de iniciación).
  • Iniciado el siglo IV, un acontecimiento no religioso sino político provocó un giro histórico en la vida y la pastoral de la Iglesia, que hasta entonces en Roma era catacumbal (hacía su vida en las catacumbas, por la persecución del emperador Diocleciano). El emperador Constantino y su “socio” Licinio hicieron un convenio o firmaron un decreto llamado de Milán por el cual el cristianismo pasaba a ser la religión oficial del estado. Esto produjo un cambio radical en la vida, la pastoral y la institucionalidad de la Iglesia: el estado imperial pagano pasó a ser estado cristiano, la Iglesia de catacumbas se transformó en la Iglesia del estado imperial.
  • Este cambio radical produjo un rapidísimo y tumultuario crecimiento del número de cristianos, los conversos convencidos de la verdad cristiana eran muy pocos. La opción por la verdad del Evangelio era más política que religiosa. Así se inició lo que se ha llamado “la era de la Cristiandad”, que se extendió hasta la Edad Media y prácticamente hasta el siglo XV. El catecumenado, que había adquirido la calidad de iniciación cristiana desde el siglo IV, se fue desacostumbrando gradualmente, dado que en esa larga época se dejaron de “hacer” cristianos por convicción y atracción, porque se nacía en una sociedad ya cristiana. Sin que desapareciera totalmente, la iniciación cristiana, con su contenido teológico y pastoral, fue dejando de ser practicada y vivida prácticamente hasta el siglo XX en que el Concilio Vaticano II exhortó a la Iglesia a restaurar el catecumenado de adultos.

¿Qué hacer con la historia?

Con el breve repaso histórico que hemos hecho, nos toca ponernos en acción en proo de cualquier proceso de iniciación cristiana dentro de nuestras parroquias.

Lo primero es reflexionar sobre los momentos históricos compartidos, si tenemos oportunidad, investigar algunos más y tomar con ciencia de lo importante de la exhortación del Concilio Vaticano II para la vida de nuestra comunidad cristiana.

Sin duda, tenemos que compartir esta información, y otras más, con nuestros compañeros catequistas y con otros agentes de pastoral, para entender que la iniciación cristina ha formado parte de la vida de la Iglesia a través de la historia.

Con esto, seguramente podemos pensar qué tanta necesidad tiene nuestra comunidad cristiana de esta iniciación y qué tanto bien le haría el desarrollarla.

Esperamos que lo compartido empiece a tener un sentido de vida cristiana para ustedes y esperen con interés los temas que seguiremos compartiendo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.
Tienes que aprobar los términos para continuar