Porque, a la verdad, para esto los enviasteis a este mundo, para que, al morir, con su carne y su sangre, den de comer al sol y a la tierra.
Canto en honor a Tezcatlipoca (traducción de Sahagún).
Como mexicanos, seguramente tenemos alguna noción sobre la idea que nuestros antepasados prehispánicos tenían de de la vida y de la muerte.
Y es que existen múltiples investigaciones, nacionales y extranjeras, especialistas en las culturas mesoamericanas. Muchos de ellos han publicado una gran diversidad de opiniones e interpretaciones con respecto a la vida y la muerte en aquellas culturas, y muy especialmente en la cultura náhuatl, de lo que hoy es el centro de México. Los escritos son tan ricos y abundantes que nos vemos en la necesidad de presentar solo “un vistazo”, entresacando y compartiendo lo más sencillo, pero relevante, acerca de la concepción de la vida y la muerte en el México prehispánico.
La muerte en Mesoamérica
En el enorme territorio de lo que hoy es México, entre los años 2000, a.C. hasta el 1519, d. C., se desarrolló la grandiosa civilización mesoamericana, integrada por distintas culturas originales como la Olmeca, la Maya, la Mixteca, la Teotihuacana, la Azteca y la Tolteca. En todas ellas se han encontrado vestigios reveladores de que en esas culturas dedicaron un espacio primordial a la reflexión y la memoria sobre el nacimiento a la vida y la llegada a la muerte, como naturales principio y fin de la existencia.
Entre los antiguos mexicas se creía que la vida de todo ser humano estaba constituida por tres entidades anímicas (llamadas también fluidos vitales) que eran: el Tonalli, que residía en la cabeza del individuo; el Teyolía, ubicado en su corazón; y el Ihiyotl, asentado en el hígado. Cuando la muerte ocurría, estos tres elementos se separaban. En esta cultura, la manera de morir (en batalla, ahogado, de enfermedad, etc,) era indicativa del destino que se deparaba al alma (Teyolía), la cual viajaría, transitando por lugares determinados según los dioses. Creían, por tanto en una forma de vida más allá de la muerte.
Se creía también que, cuando el individuo moría, su cuerpo debía retornar al lugar que le había dado la oportunidad de vivir, la tierra. Se han encontrado vestigios que indican que las ceremonias dedicadas a los muertos y los entierros se practicaban por lo menos desde el año 1800, a.C. En las tumbas descubiertas se han encontrado junto a los cuerpos objetos de cerámica o de barro (ollas, vertedoras, cazuelas, etc,), que quizá habían contenido agua y semillas de maíz y frijol, elementos necesarios para el largo viaje que las almas tenían que llevar a cabo. En estas culturas se tenía claro un sentido último de la vida humana.
En las culturas de este mundo mesoamericano, la vida y la muerte eran dos realidades naturales con las que todos convivían. Eran realidades consideradas como parte de un ciclo o círculo natural en el que una era el antecedente de la otra en continuo movimiento circular. Se creía que al morir se renace; esta era una idea básica, y de ella se desprendió la concepción de la permanencia y la dualidad: vida-muerte, muerte-vida. Los estrechos vínculos existentes entre vivos y muertos, muertos y vivos son parte de esa continuidad y dualidad culturalmente naturales. Creían, pues, que había que mantener la relación con los difuntos y la memoria de los mismos. La memoria en su creencia era necesaria para que las almas, en los destinos que les hubiera tocado, no se disolvieran.
Como consecuencia de aquel movimiento cíclico o circular, creían que el morir aseguraba la continuidad de la vida sobre la tierra y se contribuía al equilibrio del universo. Por ello surgió una especie de “culto a los muertos” que se fue manifestando en prácticas religiosas que pretendían sostener la relación personal con los difuntos de la familia y evitar su disolución por el olvido.
Respecto al origen de las festividades anuales de los difuntos, en la cultura de esta época, muchas fuentes de investigación están de acuerdo en que en el calendario mexica, que constaba de doce meses, el noveno y el décimo, llamados Tlaxochimaco y Xocolhoctzi, respectivamente, estaban dedicados a la celebración de los muertos “chiquitos” el primero, y de los grandes el segundo. Cabe hacer notar que estas festividades tan antiguas reflejan cierta coincidencia en fechas con la festividad de todos los santos y la de los fieles difuntos del calendario cristiano.
La vida y la muerte hoy
Sin duda, las concepciones prehispánicas sobre la vida y la muerte, conforman una parte de nuestra religiosidad popular actual. Algunas de esas creencias antiguas han influido en nuestra manera de vivir la fe cristiana actual.