Dios visita a su pueblo para realizar sus promesas y establecer su Reino en medio de él


 

¿Habla la Biblia del “Adviento”, de alguna visita de Dios a su pueblo? Acudiendo a los diccionarios de la Biblia encontramos cuatro palabras muy relacionadas con este tema: visita de Dios, día del Señor, epifanía y parusía.

La visita de Dios en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento habla muchas veces de las visitas o venidas de Dios a su pueblo para realizar sus promesas (Gén 50,24; Jer 29,10; Za 10,3). Aquí tres ejemplos:

José dijo a sus hermanos: “Yo voy a morir, pero tengan la plena seguridad de que Dios los visitará y los hará subir de este país a la tierra que juró dar a Abraham, Isaac y Jacob. Y José hizo jurar a los hijos de Israel, pidiéndoles este favor: “Cuando Dios los visite, lleven mis huesos de aquí junto con ustedes” (Gén 50,24-25).

Pues así habla Yahvé: “Cuando se cumplan los setenta años en Babilonia, los visitaré y cumpliré mi promesa de hacerlos volver a su país. Porque yo sé muy bien lo que haré por ustedes; les quiero dar paz y no desgracia y un porvenir lleno de esperanza, palabra de Yahvé…” (Jer 29,10-11).

(Me he indignado con los pastores y voy a castigar a los chivatos). Pero Yahvé de los ejércitos visitará a su rebaño, la tribu de Judá, ellos serán su caballo de batalla. Él es el que dará el ejército, la lanza y el arco de guerra; él es el que dará todos los jefes. Ellos serán en la batalla como valientes que pisan el polvo del camino; serán victoriosos, pues Yahvé estará de su parte, y derrotarán a los que montan a caballo. Reanimaré al pueblo de Judá y liberaré a la gente de José (Za 10,3b-6).

En otros libros de la Biblia Dios interviene para castigar la infidelidad de su pueblo y de ese modo asegurar también la salvación (Am 3,2; Os 4,9; Is 10,3).

“No me di a conocer más que a ustedes entre todas las naciones de la tierra, y por esta razón los castigaré de un modo especial por todas sus maldades” (Am 3,2).

“Trataré al sacerdote como al pueblo y le pediré cuentas por su conducta; a cada cual retribuiré según sus obras” (Os 4,9).

“¿Qué harán el día en que se arreglen las cuentas? ¿A dónde huirán, y quién los ayudará cuando, desde lejos, venga el desastre? ¿Dónde encerrarán sus riquezas?” (Is 10,3).

Este día de visita se llama también “Día del Señor”. Sobre todo después del exilio se esperaba una visita espectacular, una intervención definitiva del Señor para salvar a su pueblo y someter a todas las naciones al “fin de los tiempos”, estableciendo así el reinado definitivo de Dios (Sab 3,7; Eclo 2,14).

La vista de Dios en Jesús según el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento nos dice que Dios realizó esta visita en la persona de Jesús de Nazaret. Así dice Simeón cuando ve al niño Jesús en el templo: “Mis ojos han visto la salvación que preparaste ante todos los pueblos” (Lc 2,30-31).

Los discípulos de Jesús estaban seguros de que él inauguraría el Reino definitivo de Dios. Por eso se asustaron con su muerte: “Nosotros esperábamos que redimiría a Israel, pero los sumos sacerdotes y los jefes de nuestro pueblo lo entregaron para que fuese condenado a muerte” (Lc 24,20-21).

Después empezaron a entender que la muerte en la cruz formaba parte de los planes de Dios para establecer su Reino y entrar en la gloria. El NT nos habla de muchas maneras de esa victoria de Cristo, del establecimiento del Reino, de su venida gloriosa por su resurrección.

  • Jesús está sentado a la derecha de Dios: tomó posesión y comenzó su reinado (He 2,21-36).
  • Hay otra imagen interesante que encontramos en Apocalipsis: el Cordero viene para abrir el libro sellado: descubre el sentido de la historia, nos muestra cómo el plan salvífico de Dios se ha realizado en él, en su muerte y su resurrección. El verbo “venir” expresa la toma de posesión para gobernar. Por eso, cuando el Cordero recibió el libro, todos los personajes presentes se postraron, cantaron y lo aclamaron como Rey: “Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder, la riqueza, la gloria y la alabanza (…). A aquel que está sentado en el trono y al Cordero pertenecen la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos (Ap 5,12-13).

El Reino de Dios ya comenzó con la resurrección de Jesús

Con su resurrección, que es su adviento, Cristo asumió el poder, empezó el Reino de su Padre, que significa la victoria de Dios sobre todo mal, el cumplimiento de sus promesas. Los primeros cristianos esperaban que esa victoria se realizaría inmediatamente, en cualquier momento. Pero con el tiempo se fueron dando cuenta de que transcurriría un tiempo mucho mayor entre la resurrección y la realización total del Reino del Padre. El Reino existe ya entre nosotros como realidad dinámica. Debe crecer hasta alcanzar su plenitud. Nosotros, cristianos en Iglesia, somos sacramentos y testigos de este Reino. Cristo “viene”, establece su Reino, invita a las personas a participar, a adherirnos a dicho proyecto.

Los profetas del Reino de Dios

La Biblia destaca a dos personajes muy importantes para este tiempo: Isaías y Juan el Bautista.

Isaías vivió entre el año 740 y el 700 a.C. Participó activamente en la vida sociopolítica de su país, que vivía momentos de crisis, principalmente en política exterior. Al interior, Isaías insistía en el derecho y la justicia, en la defensa del pobre, de la viuda y del huérfano. En el exterior, sugería que su pueblo no se involucrase en las disputas de las grandes potencias de la época (Siria y Asiria). Isaías ve con optimismo la historia: el Señor tiene todo en su mano. Interpreta las derrotas políticas como castigos de Dios. En medio de las dificultades, el Señor dejará un pequeño resto del pueblo que garantizará la continuidad del pueblo elegido.

Juan el bautista también ocupa un lugar especial en este tiempo de adviento. Es la voz que clama en el desierto. Anuncia la venida del Mesías y prepara el camino, instando al pueblo a la conversión. No solo una conversión interior en nuestra relación con Dios, sino un cambio real en las relaciones. Por eso afirma: “Quien tenga dos túnicas dé una a quien no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo” (Lc 3,11). Es ya el comienzo de la práctica de la participación, que es característica del reinado de Dios.

Esta invitación también es para nosotros

También hoy, gracias a Dios, hay entre nosotros muchos profetas. Son obispos, sacerdotes, laicos, campesinos, padres, madres de familia. Todos aquellos que ayudan al pueblo a darse cuenta de la presencia y actuación de Dios en los acontecimientos. Llaman la atención a la conversión, denuncian las injusticias, animan al pueblo teniendo como base las promesas de Dios.

Vivir el Adviento significa, por tanto, estar atentos a las señales del Reino entre nosotros: la denuncia de las injusticias, la lucha por mejores condiciones de vida, los gestos de solidaridad y ayuda, de compartir sobre todo con los más pobres, los enfermos a causa de la pandemia… Pero, no basta con estar atentos, hay que trabajar, colaborar, actuar, apresurar la venida del Reino y al mismo tiempo percibir todo eso como un don de Dios, pues es Dios quien hace realidad el Reino entre nosotros, en su Espíritu que nos anima, nos guía y nos transforma.

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