Conoce cómo se celebra una fiesta en nuestros pueblos y su significado religioso
El pueblo latinoamericano es un pueblo en fiesta, en danza, en canto. Lo festivo pasa por su vida entera. Ni el hambre ni la lucha ni los desastres impiden que se organice una danza en la primera oportunidad y todos los llantos y todas las luchas se llevan cantando (Casaldáliga, P., Vigil, J.M., Espiritualidad de la liberación, p. 66).
En otros artículos hemos hablado de expresiones, de valores y de lo que dice la Iglesia sobre la religiosidad popular. Aquí queremos hablar de lo lúdico. ¿Cómo son las fiestas de tu pueblo? Qué símbolos y colores se utilizan? ¿Cómo se muestra la gente que va por la calle? En todas las celebraciones populares hay diversos aspectos que las hacen únicas, por eso hacemos esta reflexión en 4 dimensiones: la religiosidad popular es fiesta, alegría, comunión y pueblo.
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La religiosidad popular es fiesta y de la buena
En las fiestas patronales, la depresión y la rutina ceden su espacio a la alegría y la exuberancia, a la translocación del orden existente, a la locura y lo carnavalesco, a la excitación sensorial; es tiempo de comer y beber abundantemente (Díaz Tortajada, A., Fiestas patronales: grandeza de la religiosidad popular).
Cuando escuchamos: ya se acerca “la fiesta X”, pareciera que despertamos, que nos “prendemos”. Así es nuestro pueblo, le gusta la fiesta, la música, los colores, las danzas.
Las fiestas se organizan con tiempo. Para eso están “las mayordomías”. Un grupo de personas que, junto con el párroco, planean anticipadamente la recaudación de fondos, “dinero para las fiestas”. Así se dice, pero en realidad eso incluye pagar la misa del santo patrón, el grupo musical, la comida para los invitados, cohetes, el portal del templo, el castillo de medianoche… Esto solo por mencionar algunos de los gastos que se hacen para dicha fiesta. Y sí, la mayoría de las personas cooperan para la fiesta, la fiesta de todos.
El mero día, hay cohetes desde las 5 de la mañana, durante la celebración de la misa y prácticamente todo el día. Se intercala la música con la danza. No baila el que no quiere. En la noche llegan los grupos musicales y hay música para todos los gustos: música de viento para los mayores, música rock para los chavos y música de baile por la noche para quien guste “mover el bote”.
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Hablar de religiosidad es hablar de alegría que contagia
“Pueblos enteros, en situación sumamente precaria, son alegres, ríen, cantan, danzan… Hacen de la alegría, muchas veces, una trinchera de resistencia frente a la desgracia o la humillación; y hasta frente a la muerte, con tanta frecuencia prematura, inevitable, plural, y que acaba haciéndose un ente familiar” (Casaldáliga, p. 67).
Si caminas por la calle, luego te das cuenta que algo bueno va a suceder, te das cuenta que la gente se siente bien, ¡se ven bien!, arregladitos con su mejor atuendo y sonrientes. La fiesta del pueblo les hace bien, les cambia el rostro por lo menos mientras dure.
A la mayoría, sin decirlo, les causa alegría y así lo manifiestan. La gente, además de verse arreglada, saluda y se ve más contenta que antes. Se olvidan los problemas por un rato, se comparten los alimentos y se disfruta más en familia. Prima el sentimiento de alegría y de gratuidad.
La alegría es un signo donde triunfa la vida, el amor y lo mejor de nosotros mismos. La alegría nos recuerda nuestra verdadera identidad. Estamos hechos para la alegría. Con la alegría somos mejores. Nos recuerda que estamos anclados en un Dios alegre que vive y “nos quiere vivos” como nos recuerda el papa Francisco.
Lo que celebramos, el santo patrón, la Virgen o el día de los fieles difuntos, nos recuerda que la vida siempre puede más. Y nuestra alegría la mostramos de muchas maneras: compartiendo los alimentos, participando de la liturgia, las oraciones de las novenas, asistiendo a la “danza de los machetes” o llevando flores a nuestros seres queridos.
La celebración de la religiosidad despierta en nosotros la dimensión lúdica de que todo lo podemos y que con Dios a nuestro lado todo puede ser mejor, aquí y ahora. ¡Ojalá y no perdamos esta nota de alegría que nos da la fiesta popular!
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Hablar de religiosidad es “hacer” la comunión
“La fiesta, además, es una expresión plural de encuentro y comunicación, de mitos y memoria, de comida y bebida, de fe y sensualidad, de utopía y sátira” (Casaldáliga, p. 69).
Según Jesús, el misterio último de la vida es un Dios, Padre de todos. La humanidad es sencillamente la familia de todos sus hijos e hijas. El único objetivo del Padre aquí, en esta tierra, es ir construyendo una familia donde reine cada vez más la justicia, la igualdad, la solidaridad. Este es el camino para hacer un mundo cada vez más humano donde todos podamos vivir con dignidad. Y también el que nos permite a los creyentes vivir con la esperanza de conocer un día, más allá de la muerte, la plenitud de la vida para toda la humanidad (Pagola, J. A., “Aprender del coronavirus a ser más humanos”).
Este pensamiento de Pagola expresa muy bien lo que buscamos cuando celebramos una fiesta. Nos sentimos convocados a la comunión. Cuando se trata del santo patrón del pueblo, nos reunimos, participamos de la liturgia para escuchar de nuevo el mensaje de amor que Dios quiere ofrecernos. Pero es también lo que expresamos al reunirnos para compartir el pan y la alegría con la familia, con quienes nos visitan y con quienes tenemos al lado.
No somos teólogos como Pagola porque la mayoría de las veces no escribimos lo que sentimos o pensamos. Sin embargo, es lo que provocamos al hacer lo que hacemos: practicamos lo que sentimos y lo que nuestros mayores nos han heredado: celebrar, compartir, incluir a todos porque todos nos sentimos hermanos e hijos de un mismo Padre que nos ama sin hacer distinción de personas.
Ojalá que cada vez que celebramos una fiesta pudiéramos hacerlo más conscientemente. Hacemos fiesta porque buscamos la comunión entre nosotros y con el que nos convoca, con Dios, el que convoca y provoca la comunión, el dador de fiesta y de vida para todos.
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Hacemos fiesta popular, pero es para “crear pueblo”
“Creemos que todos estos carismas de alegría y fiesta son un verdadero don de los dioses lares de esta Patria, múltiple y una, y sería una verdadera traición a la herencia de nuestros mayores y una negación de nuestro propio espíritu no seguir cultivando esa característica” (Casaldáliga, p. 69).
Dejamos al final lo de “hacer pueblo”, pero en realidad está presente desde el principio. En la mayoría de nuestras comunidades hay diferentes formas de organización para tales celebraciones. Pero como dijimos al inicio, para esto están las famosas “mayordomías”. Y la acción de “cooperar para la fiesta”, “crea pueblo”. Por eso los antropólogos dicen que los actores de las fiestas populares son el pueblo. Pero no solo es la organización, también es su historia, su identidad y su participación. Porque los actores de las danzas son del pueblo, los músicos también son del pueblo, los que arman los adornos para que todo se vea bien y bonito también son del pueblo. Hay, hasta cierto punto, una conciencia de la historia y la presencia de Dios con el pueblo. “El sentimiento de élite es lo que nos hace tanto mal y perdemos ese sentimiento de pertenencia al santo pueblo fiel de Dios” (Papa Francisco, Homilía, 7 de mayo de 2020).
A pesar de tantos dolores, de tantas formas de exclusión imperantes por la modernidad, y de situaciones lamentables como la pandemia, nuestro pueblo sigue celebrando con música, con danzas, con comidas. Cambió un poco la forma, porque debe ser diferente, pero no tanto el contenido. Y esto nos da identidad como pueblo, genera alegría en los ambientes y facilita el encuentro de comunión y vida compartida en nuestras familias. Y como dice el gran obispo, pastor, profeta y poeta del pueblo, Don Pedro Casaldáliga, “sería una traición a la herencia de nuestros mayores y una negación de nuestro propio espíritu no cultivarlas”.