Tienes que reconocer el potencial evangelizador de la piedad popular


La religiosidad popular, con sus múltiples expresiones de fe, fiesta, ritos, lenguaje, gestos, música y símbolos, ha estado presente en la vida de los pueblos desde tiempo atrás. Sin embargo, la reflexión cristiana se ha hecho cargo de revalorarla con mayor interés y comprensión desde las conferencias de Medellín hasta la de Aparecida, al grado de considerar su riqueza como “alma de los pueblos”, “precioso tesoro de la Iglesia Católica en América”.

Tan presente está la religiosidad popular en nuestra vida, en nuestra cultura y en nuestros pueblos, que muchas veces es la que orienta los momentos importantes de la práctica religiosa y de la dimensión celebrativa de la Iglesia.

Por estas razones, a continuación queremos hablarte de las riquezas y los retos que la religiosidad popular presenta en nuestra realidad actual.

 

La fe del pueblo

La mayoría de la gente sencilla no habla de religiosidad popular, religiosidad tradicional, de mística popular o de espiritualidad religiosa del pueblo, sino de su fe, de sus fiestas religiosas, de sus tradiciones festivas de fe, o incluso de sus clamores de fe. Es así como las expresiones, las tradiciones y formas de celebrar, forman parte de su identidad católica, de su forma de relacionarse con Dios, con la vida, con la tierra y con la comunidad.

Estas formas de relacionarse con Dios y con el mundo tienes raíces indígenas, afroamericanas, rurales, y en menor grado urbanas y citadinas. Todas han aportado algo a la vida de la Iglesia y del pueblo, y han contribuido en su permanencia y su vitalidad. Por eso, como dice el documento de Aparecidano podemos considerarla como un modo secundario de vivir la vida cristiana” (Cfr. Aparecida 263).

El reto es que la Iglesia esté más atenta a que esas expresiones de fe del pueblo tengan un acompañamiento litúrgico y pastoral, para que la fe no se divorcie de la vida y el compromiso cristiano no aparezca solo en tiempos de fiesta.

En una formación bíblica, la religiosidad popular encontrará la fuente en el Evangelio, en la Buena Nueva que ha de fortalecer, inspirar y guiar esa fe del pueblo, de manera más sólida y comprometida con su tiempo. El aporte que han dado las comunidades eclesiales de base (CEB´s) muestra la apertura a nuevos modos de ser Iglesia, nuevos modos de caminar como pueblo, vinculando sus tradiciones, fiestas y expresiones de fe con la lectura de la Palabra, acentuando una mayor conciencia de solidaridad y  fraternidad y una mayor conciencia social y ecológica.

 

 

La relación con Dios-Padre-Madre

En el pueblo se puede percibir su fe en Dios. La cual se muestra en sus actitudes interiores que raramente se percibe en gente que no tiene esta religiosidad (EN 48). Muchas veces esa expresión propia de los pueblos y no tan notoria en otras, se debe al sentimiento de élite o de superioridad que hay en muchas personas.

Sin embargo, en la religiosidad popular se refleja una convicción de que Dios está presente en sus vidas, en su comunidad, en la creación; a él se le debe todo y por tanto hay una actitud de  adoración y de mayor humildad. No es casualidad que en este sentido la expresión más popular en los pueblos latinoamericanos sea con Santa María de Guadalupe.

La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo trascendente.

El pueblo expresa en sus ritos y en sus fiestas la realidad de la vida y la muerte, la tristeza y la alegría, los gozos y esperanzas, la salud y la enfermedad, el pecado y la gracia. De alguna forma son signos concretos de quien experimenta la salvación o el anhelo de la misma. El pueblo carga en sus expresiones de fe, más que doctrinas y dogmas, mejores deseos de vivir en paz con la familia, con la comunidad, con la madre tierra y con el Dios de Jesucristo. Hay un sentido de vinculación con lo sagrado y lo trascendente, en forma más afectiva que apegada a dogmas.

El reto es continuar con la formación cristiana y presentar la imagen correcta de Dios, el Dios de la misericordia que está atento a la vida de los desprotegidos, pero que están enfrentados con una realidad de olvido y exclusión.

 

 

Los sujetos evangelizadores

Las manifestaciones religiosas de la gente no llevan solo las semillas del Verbo, también son frutos del Evangelio. Son una fuerza activamente evangelizadora (Doc. Puebla 396). El pueblo no solo tiene un modo de festejar su fe, sino que se abre a la novedad del Evangelio y es capaz de convertirse en sujeto de evangelización para sí mismo y su comunidad. Como dice el papa Francisco, “los pobres nos evangelizan” (II Jornada mundial de los pobres, 2018).

La Iglesia sabe que el pueblo es protagonista, “los principales actores de la religión del pueblo son los pobres” (Juan Manuel Hurtado). Son ellos los que expresan su fe con alegría, creatividad, resistencia y esperanza.

El reto están en que la pastoral de la Iglesia se deje interpelar aún más por los pobres y descubrir su aporte evangelizador. Que vea que la religiosidad popular no es obstáculo para la evangelización, sino un camino para generar encuentro con Cristo, con los hermanos, con el pueblo.

En palabras del papa Francisco, el reto es que la Iglesia ponga un oído en el pueblo y otro en el Evangelio.

 

 

La espiritualidad y la mística

En sus rezos, novenas, rosarios, vía crucis, procesiones litúrgicas, danzas, cantos, devociones a los santos y peregrinaciones –entre otras-, reflejan la intimidad, la profundidad, la fe, la alegría y su sentido festivo de la vida. Estas fuentes componen su espiritualidad;  aunque vivida por personas que tienen poca instrucción religiosa  “no por eso  es menos espiritual, sino que lo es de otro modo” (Doc. Aparecida 263).

No es una espiritualidad de masas, sino una espiritualidad comunitaria que brota de su vida diaria, de hábitos y acciones de piedad personal y familiar, incluso nacen de su clamor ante la pobreza, la injusticia, la exclusión y la marginación.

Hay mucha cercanía a los santos, los mártires y, de manera especial, a Santa María, lo que la convierte en una espiritualidad mariana.

Es una mística que sostiene su lucha, a veces callada, su trabajo diario, su relación familiar del día con día y sus anhelos de vida digna y salvación.

El reto es que al acercarnos con buen espíritu la fe de nuestros pueblos, o al celebrar como pueblo, nos interesemos en aprender que a través de sus santos populares, de sus rezos y peregrinaciones está la voz de los marginados, vulnerables y aún marginados de la historia.

 

 

Una fuente de valores

Muchas de estas tradiciones y expresiones religiosas mantienen vivos los valores cristianos: fe comunitaria, lugar de encuentro con Dios y con los hermanos, sentido de solidaridad y colaboración, agradecimiento festivo sin discriminación, alegría desbordante por encontrarse ante lo sagrado y lo divino.

Hay obispos, agentes de pastoral, religiosas, religiosos y laicos comprometidos que se han hecho compañeros, hermanos y pueblo. Saben que se puede crecer con el pueblo y vivir con ellos el evangelio del amor y la justicia, enriquecido con cantos, danzas, oraciones y fiesta; y descubrir con ellos las aflicciones y los clamores de los oprimidos.

El reto es alentar y fortalecer esos valores, hacerlos crecer. Que los cristianos, las comunidades y el pueblo sean motivados y encausados a una conversión personal y comunitaria, de tal forma que el centro de la fe y el seguimiento sean Jesús y su Reino.

 

Al final de este recorrido, la religiosidad popular ahora es reconocida por su potencial evangelizador. No podemos pasar por alto su proceso de conversión y compromiso. Pero también es importante que veamos con cariño y respeto que hay lugares que nos cuentan muchas historias de fe, de alegría, de fiesta, de resistencia, pero también nos regalan testimonios de amor, de gracia y de salvación. Donde el pueblo celebra su fe, Dios se hace presente.

Si quieres saber más, puedes leer: Ney de Souza. La Teología del Papa Francisco. La piedad popular. Ed. Dabar, México, 2020.

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