Siete señales que a tu comunidad le urge un programa de formación cristiana que transforme a sus jóvenes en protagonistas de la vida y el desarrollo de sus sociedades.


En ocasiones anteriores hemos hablado de la importancia de incorporar un nuevo sistema de educación en la fe de las y los jóvenes, que atienda a su formación integral, humanista y de incidencia social. Por eso, amigas y amigos, responsables de la formación de las y los jóvenes de hoy, es momento de evaluar si un sistema educativo como el que te hemos planteado es necesario en tu escuela o comunidad.

La realidad es más importante que la idea

Es esta una indicación del papa Francisco que nos hace reflexionar en que no podemos hablar de transmisión de la fe, ni de la formación en la misma, si no nos disponemos antes a escuchar con apertura y a mirar con atención a las y los jóvenes, en las condiciones reales y concretas en que se encuentran, y, reconociendo la realidad, descubrir también lo que ellas y ellos rechazan o esperan de su Iglesia.

No se trata de estadísticas o discusiones sociológicas sino de conocer y reconocer la realidad, tomarla en cuenta, asumir también los desafíos y oportunidades que nos plantean los diversos contextos de la realidad de las y los jóvenes los jóvenes, y dejar que nos toquen en profundidad para que sean una base concreta para la iluminación de la fe y para el camino a seguir.

Siete señales de la emergencia educativa cristiana de las y los jóvenes en la comunidad

Compartimos algunas señales de la realidad que nos hagan comprender la necesidad urgente de una formación auténticamente cristiana que responda a las necesidades reales y concretas de las y los jóvenes de nuestras comunidades. Al no poder ser exhaustivos, compartiremos las señales que nos parecen las más importantes (Cfr. Documento de trabajo para el Sínodo de Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, del 2018, n. 4).

  1. Es sensiblemente notoria la escasa presencia de jóvenes de ambos sexos en las celebraciones litúrgicas comunitarias, sobre todo en las dominicales.
  2. El inexorable envejecimiento de las y los agentes de pastoral y catequistas de la comunidad, sin que se vea en el horizonte el relevo de las nuevas generaciones.
  3. La evidente fractura de los vínculos, raíces y costumbres familiares, porque las y los jóvenes las consideran estancadas en el pasado, pasadas de moda, “fuera de onda” y equivocadas. No pueden, por tanto, aceptarlas como raíces en las que puedan anclar su crecimiento y desarrollo personal y comunitario.
  4. Una cantidad considerable de jóvenes de la comunidad, por el rechazo, la exclusión y el aislamiento, viven atrapados en el circuito engañoso de las adicciones (drogas, alcohol, pornografía, etc.), y la sociedad, inclusive sus padres, o no los ven o no los quieren ver.
  5. Es a veces obvio que muchos jóvenes del entorno comunitario, por la pobreza, el desempleo y la marginación, viven existencias de precariedad, tanto material como social y política, y aún religiosa.
  6. Existen comunidades en las que se aprecia que la cultura de muchos y muchas de sus jóvenes está inspirada en el individualismo, el consumismo, el materialismo y el hedonismo, lo que los mete en una angustia, más por parecer que por ser.
  7. Actualmente, muchas y muchos jóvenes, por la globalización de los “saberes” y la “hiper conexión”, tienden a perder su identidad, vinculación y su sentido de pertenencia a la comunidad familiar, social, política y religiosa.
  8. Hoy, más que nunca, se debe prestar atención a las violaciones, desapariciones y homicidios de jóvenes que van sucediendo en la comunidad para insistir en su formación cristiana y no acostumbrarse a ello.
  9. En muchas ocasiones y lugares se encuentran jóvenes que, por diferentes razones, son apáticos e indiferentes a todo, al grado de tener como anestesiados sus sueños y aspiraciones.
  10. Finalmente, hoy son muy de tomar en cuenta una cantidad cada vez mayor de jóvenes adictos a consumir obsesivamente “productos virtuales”, que, por su ambigüedad, llevan a las y los jóvenes a una “existencia virtual” que cada vez tiene menos que ver con la vida real, personal, comunitaria y social. (Esto no tiene nada que ver con la potencialidad real y benéfica de la tecnología, sino con el uso desordenado de ella).

Pongámonos en acción

Las comunidades que tengan desde luego las dos primeras señales, y alguna, algunas o todas las demás, tienen una emergencia educativa cristiana de sus jóvenes, con incidencia comunitaria y social. Para eso, sugerimos:

  1. Salir a conocer jóvenes, a investigar los diversos contextos reales en los que se desenvuelve su vida.
  2. Dialogar en grupo acerca de cómo colaborar a que haya un programa concreto de formación cristiana de las y los jóvenes de nuestras comunidades.
  3. Revisar qué clase de Iglesia le estamos ofreciendo o queremos ofrecerle a las y los jóvenes de nuestras comunidades.

Si al intentar realizar lo sugerido, surge alguna valiosa experiencia, les agradecemos compartirla con nosotros.

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