Lo que se hace hoy con la liturgia en nuestras parroquias


Estimadas(os) agentes de pastoral, la mejor manera de responder a la pregunta que usamos como título, y al planteamiento del subtítulo, es mediante observación directa de lo que realmente se hace, sobre todo los domingos, en nuestras comunidades, y eso fue lo que hicimos:

Primer caso: un templo parroquial

Al llegar, había una señora, ministra extraordinaria de la comunión, quien tomaba la temperatura a cada persona, repartía gel bactericida para las manos y revisaba que todos llevaran bien puesto su cubreboca.  Ella me informa que los encargados de la liturgia eran los diáconos permanentes, dos, y las y los ministros extraordinarios de la comunión, seis. Las bancas estaban marcadas alternadamente para conservar la sana distancia.

El sacerdote salió de la sacristía hacia el altar, acompañado de los diáconos permanentes. Inició la celebración con “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, y la comunidad respondió “Amén”. El párroco los hizo repetir porque la respuesta había sido muy débil. El saludo, el acto penitencial, el “gloria” y la oración colecta transcurrieron normalmente, solo interrumpidos por las invitaciones del sacerdote a que respondieran con más ganas.

En la liturgia de la palabra, después de la invitación del sacerdote a que se sentaran, de la primera banca se levantaron tres personas, dos mujeres y un varón, que por su mascada amarilla se veía que eran de la escuela de pastoral; ellos hicieron las lecturas.  Al momento del salmo ya había llegado el cantor, y el salmo se cantó con la comunidad, lo mismo la aclamación del Aleluya. El evangelio fue leído por uno de los diáconos permanentes. En la homilía, el sacerdote fue comentando diversos versículos de las lecturas e invitando a los fieles a la santidad, viviendo las bienaventuranzas, duró 22 minutos. El credo se resumió con tres preguntas a las que la comunidad respondía: “Creo”. La plegaria universal fue dirigida por el otro diácono, y la comunidad respondió: “Padre, escúchanos”.

Llegados a la liturgia eucarística, durante la preparación de las ofrendas el cantor entonó el canto “Entre tus manos está mi vida, Señor”, y la mayoría de la comunidad lo siguió. A la exhortación del sacerdote “Oren, hermanos…” los fieles respondieron: “El Señor reciba de tus manos…” De nuevo el sacerdote los hizo repetir con más ganas. Lo mismo sucedió con la introducción a la plegaria eucarística (prefacio). El sacerdote seleccionó la plegaria eucarística II, que es la más corta. Todo transcurrió normal, solo con las interrupciones invitando a que respondieran con ganas. En el rito de la comunión, se cantó el Padrenuestro, se dio la paz a distancia, y se cantó el “Cordero de Dios…”.

Se puso gel en la mano izquierda de quienes se acercaban, para que en ellas el sacerdote depositara el cuerpo del Señor, y el padre recomendó que se consumiera de inmediato la hostia. Comulgó probablemente casi el 50% de los asistentes. Durante la comunión se cantó “Señor, a quién iremos…” En el rito de conclusión, el sacerdote rezó la oración después de la comunión, dio la bendición, y uno de los diáconos exhortó: “Vayamos en paz a vivir nuestra eucaristía”, y la comunidad respondió: “Demos gracias Dios”. El sacerdote deseó a la comunidad un feliz domingo y salió por donde entró.

Segundo caso: otro templo parroquial

La llegada fue similar a la anterior, solo que aquí el sacerdote estaba a la entrada, ya revestido y con su cubreboca, saludando de voz a los que iban llegando, y una señorita y un joven se encargaban del protocolo sanitario, mientras otros dos supervisaban el correcto acomodo de las personas. Todos eran del grupo de liturgia.

Un grupito de cantores (dos varones y una mujer) entonó “Juntos como hermanos…”, y desde su lugar, al frente, con los brazos levantados, estimulaban a la comunidad a seguir el canto. El presbítero inició una procesión hacia el altar, acompañado por dos acólitos adolescentes. Llegado al presbiterio, besó el altar, saludó a la comunidad, e hizo una breve introducción explicando el sentido de la festividad. En los ritos Iniciales, después del acto penitencial, se cantó el “Señor ten piedad…” y también el “Gloria…”. Enseguida el sacerdote leyó la lista de intenciones (acción de gracias, enfermos y difuntos) que otras dos personas del equipo de liturgia habían estado anotando, y luego pronunció la oración colecta e invitó a todos a sentarse. A continuación, también invitó a que tres personas voluntarias pasaran a hacer las lecturas. Tardaron un poco, pero al fin pasaron tres mujeres. Se cantó el salmo y la exclamación, con la animación a distancia de los del corito.

El celebrante leyó el evangelio e invitó a la comunidad a sentarse. En la homilía, en consonancia con las lecturas, exhortó a la comunidad a buscar la santidad, siguiendo el ejemplo de Jesús, haciendo lo que hacían en su vida diaria, pero de un modo extraordinario. Duró algo menos de 15 minutos. La profesión de fe se recitó completa, y la plegaria universal fue dirigida por el celebrante a la que los fieles respondían: “Padre, escúchanos”. Antes de concluir, el celebrante volvió a leer la lista de intenciones.

En la liturgia eucarística, durante la preparación de los dones, el coro y comunidad cantaron: “Te ofrecemos, Señor, este santo sacrificio…”. El prefacio fue cantado. El sacerdote seleccionó la plegaria eucarística III, y me extrañó que cantara las palabras de la consagración (nunca lo había oído antes en nuestras celebraciones).

Durante el rito de la comunión, se cantó el Padrenuestro con la animación del coro, se dio la paz con una reverencia y se cantó con fervor el “Cordero de Dios”. El celebrante empleó unos minutos en indicar el protocolo sanitario para recibir la comunión. Los de liturgia administraron el gel en la mano izquierda, y el padre explicó cuál es la condición espiritual necesaria para comulgar. Se acercaron a comulgar casi la totalidad de los presentes. Después de la comunión, coro y comunidad cantaron el “Alma de Cristo, santifícame…”, seguido de un tiempo de silencio. El celebrante invitó a ponerse de pie, pronunció la oración después de la comunión, impartió la bendición, concluyó y despidió a la comunidad diciéndoles: “Vayamos a intentar ser santos como nuestro Padre celestial lo es”, y la comunidad respondió: “Demos gracias a Dios”. El sacerdote inició la marcha de salida, seguido la comunidad. A la salida, estuvo despidiendo de voz a la comunidad, felicitándolos por su participación.

Estimadas y estimados catequistas y agentes de pastoral, estamos seguros de que estas dos diferentes observaciones les han de dar suficiente material para su reflexión y cuestionamientos. Les agradeceremos si, en su momento, nos comparten lo que estos dos casos les hayan hecho pensar y cuestionarse.  Sus experiencias compartidas nos ayudarán a elaborar los siguientes temas que pensamos compartirles. Gracias anticipadas.

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