Renueva tu pasión por una educación más abierta e incluyente con estas siete ideas para acompañar a los jóvenes en su educación en la fe


Más que nunca necesitamos hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño” (Cf. Papa Francisco, Alegría del Evangelio, 171).

 

Estamos a punto de iniciar el siguiente ciclo escolar, pero esta vez con muchas incertidumbres, entre ellas, la de no saber exactamente cómo lo haremos, si será presencial u online. Por otro lado, sea como fuere, hay actitudes que no debemos descuidar, porque son elementales para nuestro trabajo como educadores en la fe. Por eso queremos recordarte algunas de estas actitudes para seguir profundizando en ellas y no perder de vista el horizonte de la vocación a la que hemos sido llamados.

El papa Francisco ha formulado en diferentes momentos propuestas muy interesantes para acompañar a los adolescentes de secundaria. Aquí queremos recoger siete ideas que aparecen en la Exhortación apostólica dirigida a los jóvenes Cristo vive (nn. 242-247) y en La alegría del Evangelio.

  1. Acompañante, mentor o educador en la fe

El nombre es importante porque de él se puede deducir el talante o el estilo que se debe seguir. Pero más importantes son las cualidades que los mismos adolescentes están pidiendo:

  • “reconocimiento de la propia humanidad”.
  • “consciencia de sí mismo”.
  • “reconocimiento de sus límites”.
  • “tener experiencia de la alegría y el sufrimiento”.

Como podemos ver, se pide del acompañante una buena “plataforma”. Pero ante todo, y como indica el Directorio para la catequesis, debe tratarse de una persona “madura”, integrada en todas sus dimensiones, diríamos; que ha trabajado todas las dimensiones de su vida; que ha vivido en profundidad y no lo mueve cualquier viento o marea de la vida.

“La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás, y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (cf. Papa Francisco, La alegría del Evangelio, 172).

¿Cómo te sientes frente a estos requisitos? ¿Hay alguno que sientes necesidad de trabajar? Te invito a tomarlos en cuenta. En realidad, se trata de crecer en libertad y hacer mejor nuestra labor de acompañantes en la fe.

  1. Acompañar exige ser un cristiano auténtico comprometido con la Iglesia y con el mundo

Cristiano auténtico es aquel que ha experimentado lo que cree y no vive “de oídas”. Auténtico aquí es sinónimo de místico: habla de lo que ha “visto y oído”. Es testigo de lo que cree. Está cimentado sobre “roca firme”.

Por eso, acompañar es descubrir y vivir una doble fidelidad: fidelidad a Dios («amarás a Dios…» y solidaridad con los desprotegidos), fidelidad al mundo («amarás a tu prójimo…»).

Tres son las actitudes básicas en la vida del cristiano según el papa Francisco: “camino, servicio y gratuidad”.

Se trata de un “camino” como un envío para anunciar; del “servicio” porque la vida del cristiano no es para sí mismo, es para los otros, como fue la vida de Jesús. Y la “gratuidad” ya que nuestra esperanza está en Jesucristo que nos envía y no decepciona nunca.

¿Te consideras un cristiano auténtico o sientes que algo te falta para serlo? ¿Cómo vives tu fidelidad y solidaridad? ¿Crees que eres bueno para servir a los adolescentes?

  1. El acompañamiento tiene como punto de partida la acogida de la persona

“Acoger a todos los jóvenes, independientemente de sus opciones religiosas, proveniencia cultural y situación personal, familiar o social…” (Vive Cristo, 243 y 247)

“En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón (La alegría del Evangelio, 128).

El primer paso del acompañamiento tiene que ver con la aceptación de la persona tal como es, con sus valores, sus costumbres, sus sueños. Permitir que se sienta en casa, en familia, valiosa, como lo es.

¿Aceptas a las personas como son, o a veces tienes alguna dificultad? ¿Sientes que tienes facilidad para entrar en diálogo con cualquier persona o sientes rechazo de algunas?

No olvides que si están ahí es porque Dios las ha traído para que las ayudes a descubrir el valor y el sentido de sus vidas; para descubrir cómo Dios está presente y actuante en la vida de cada una de ellas.

 

  1. Acompañar es practicar la pedagogía de Dios

Como debes saber, pedagogía significa llevar de la mano a una persona. Y ello exige varias condiciones:

  • Tener paciencia. Como la tiene Dios con su pueblo: como la tuvo contigo para que llegaras a conocerlo. No se puede correr. Hay que ir paso a paso. La pedagogía de la paciencia, de la siembra con esperanza, de la espera confiada («salió el sembrador a sembrar…»).
  • Respetar la libertad del otro. Como acompañante debemos sugerir, estimular, impulsar, pero nunca imponer. Ejemplo de ello son los encuentros de Jesús con el joven rico («si quieres ser perfecto…») y con la samaritana («si conocieras el don de Dios…»).
  • Hacer camino con el otro, transitar junto a él en el acontecer de los días, sabiendo que solo crecemos si nos hacemos como niños.

  1. Acompañar es un proceso lento y complejo que se hace en el tiempo

  • Es respetar los ritmos propios de la persona acompañada, como en el encuentro de Jesús con Nicodemo («hay que nacer de lo alto…»).
  • Acompañar solo es posible en el transcurrir de la vida, en la cotidianidad. Es compartir con el otro la gran noticia y la experiencia de que Dios nos ama. Es asomarnos al misterio del otro, a su vida, para que Dios se aloje en su historia y permanezca en ella («baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa»).
  • Acompañar exige del acompañante una rica y fundamentada experiencia interior, expresada en la práctica de la oración personal («Jesús se retiró al monte a orar…») y comunitaria («ustedes oren así»).

  1. Acompañar es facilitar al acompañado la reconciliación consigo mismo, con los demás y con Dios

  • Poco a poco el acompañado irá reconociendo su propia historia y se irá reconciliando con ella.
  • Acompañar es facilitar al acompañado el acceso y la gestión de la propia verdad, confiados en que Dios sale siempre a nuestro encuentro, nos acoge y perdona («profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazo y lo cubrió de besos»).
  • Reconciliarse consigo significa también integración con toda la persona. Eso se manifiesta en que se ama y puede ir libremente al encuentro de los demás.

  1. Acompañar debe tener como meta que el acompañado se convierte en testigo del amor

  • Debe experimentar lo que dice el kerigma: descubrirse amado por Dios en Cristo de manera incondicional.
  • Debe reconocer a Cristo en la fracción del pan y en la escucha de la Palabra, como centro de su vida («entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron»).
  • Además, la adhesión personal debe manifestarse en el compromiso por la construcción del Reino («se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén»).
  • Debe ser promotor de lo que ha vivido: de la justicia, de la verdad y del amor en todo lo que vive.

¿Alguna de estas ideas te latió? ¿Crees que con ellas puedes retomar tu labor? Esperemos que sí. Ánimo. No estás solo. Aquel que te llamó para esta misión, estamos seguros de que siempre estará a tu lado.