La pedagogía de Jesús es la mejor expectativa de tus catequizandos


“Había gente que presentaba a sus niños a Jesús para que los tocara y los discípulos los reprendían. Más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: “Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios…” Y Jesús los abrazaba y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Marcos 10, 13-16).

 

Estimadas(os) catequistas, después de haber repasado en anteriores blogs algunas ideas sobre la catequesis y su organización eclesial, y haber empezado a hablar de recursos didácticos necesarios para la misma, en esta ocasión queremos hacer hincapié en lo que consideramos el “principal recurso didáctico y aun pedagógico” de la catequesis parroquial: la primera experiencia de los niños y niñas de una enseñanza religiosa formal (el catecismo) y la o las personas que los van a inducir a esa experiencia (las y los catequistas).

Esta primera experiencia del catecismo coincide generalmente con la experiencia de la escuela primaria. Por tanto, nos propondremos responder con ustedes dos preguntas: ¿Qué esperan los niños y niñas al entrar a esa primera experiencia de enseñanza religiosa formal? Y luego, ¿qué esperan de la persona que los va a guiar en esa primera experiencia?

Cuando las madres y/o padres llevan a sus niñas y niños al catecismo por primera vez, ¿qué piensan ellos que van a encontrar ahí, por lo que han visto u oído?

Creo que, en el fondo, algunas cosas simples pero importantes:

  • Piensan en poder ampliar el horizonte de su entorno: nuevos lugares, nuevas personas, nuevas cosas que hacer, nuevas cosas qué descubrir.
  • Esperan encontrar un ambiente, quizá mejor que el de la escuela o el de su casa, de acogida, de respeto, de amistad paciente e incluyente y de relación cordial y alegre.
  • Esperan recibir nuevos conocimientos sobre Dios, sobre lo que dice de nosotros y sobre lo que nos dice que está bien o está mal, conocimientos diferentes a los de la escuela, pero que les ayuden a entender su realidad, su familia, su escuela, la amistad y el maltrato, el bienestar y el malestar. La Iglesia y el mundo, la religión y la vida.
  • Para estas expectativas es necesario que participe la comunidad parroquial en la creación del ambiente de acogida y acompañamiento.

 

 

Cuando el párroco presenta a la o al catequista a los niños y niñas, ¿qué esperan ellos de esa persona que ven por primera vez?

Por lo poco o mucho que hayan oído de Jesús, esperarán que sea, o que al menos intente ser como Jesús, o sea que, su catequista ejerza con ellos la pedagogía de Jesús. No es tan simple, pero, para no inventar, vamos a aprovechar el respaldado resumen que el nuevo Directorio para la catequesis hace de la pedagogía de Jesús, ya que “Jesús cuidó con esmero la formación de sus discípulos con miras a la difusión del Evangelio”. Seguramente pensando también en todos nosotros que hemos creído por la palabra de sus apóstoles. Veamos.

  • (Jesús) Se presentó ante ellos como el único maestro y, al mismo tiempo, como un amigo paciente y fiel (Jn 15, 15; Mc 9, 33-37 y 10, 41-45). Tú debes presentarte ante tus niños y niñas no tanto como maestro, sino como testigo creíble y amigable.
  • (Jesús) Les planteó preguntas (Mc 8, 14-21.27).  Tú harás preguntas que no los avergüencen ni humillen, sino que los ayuden a pensar, a expresar su pensamiento y a dialogar con sus compañeros.
  • (Jesús) Les explicó con mayor profundidad lo que proclamó a la multitud (Mc 4, 34; Lc 12, 41). Tú siempre te darás tiempo para escuchar y explicar mejor y con paciencia a todos los que lo necesiten.
  • (Jesús) Les enseñó a orar (Lc 11,1-4 y 6-14). Tú les ayudarás a sentir necesidad de hablar con Dios, Padre que los ama, de las cosas que viven, buenas y malas, y a darle gracias y alabarlo por la belleza de la naturaleza que creó para nosotros.
  • (Jesús) Los envió a una misión, no solos, sino como una pequeña comunidad (Lc 10, 1-20). Tú también les encomendarás tareas que deban hacer en equipo, tanto en la escuela como en su familia, explicándoles que son como preparación para la gran misión que tienen de transformar el barrio en el que viven.
  • (Jesús) Les prometió el Espíritu Santo que los guiaría a la verdad plena (Jn 16, 13). Jesús no quiso dejar solos a sus discípulos y les envió al Espíritu de la verdad, para que les recordara y explicara todo lo que él les había dicho. Tú, catequista, debes ponerte bajo la protección y la luz de ese Espíritu para que puedas ayudar a tus niños y niñas a entenderse con Dios y a caminar siempre con entusiasmo y alegría hacia él.
  • Sosteniéndolos en los momentos difíciles (Mt 10, 19-20; Jn 15, 26; Hch, 4, 31). Tú te mantendrás siempre cercana/o a tus niños y niñas, sinceramente interesada/o en lo que pasa en sus vidas, para que cuando lo necesiten, puedan confiar en ti y tú, con la asistencia del Espíritu Santo, puedas ayudarlos.
  • (Jesús) Resucitado, se acerca a los dos de Emaús, camina con ellos, los escucha, dialoga, comparte sus sufrimientos. Al mismo tiempo invita a abrir el corazón, conduce a la experiencia eucarística y abre los ojos para ser reconocido; finalmente, se hace a un lado para dejar espacio a la iniciativa misionera de los discípulos (Lc 24, 13-32). Suena esto como el resumen del itinerario educativo con el que tú, catequista, vas a llevar a los pequeños y pequeñas a su primera experiencia eucarística: acercándote, caminando con ellos, escuchándolos, compartiendo sus vidas, abriendo sus mentes, sus corazones y sus vidas, abriéndoles los ojos a la fe en la presencia real de Jesús en la eucaristía que van a recibir. Al terminar el tiempo de preparación, tú te harás a un lado para que ellos y ellas continúen su misión en su familia y en su entorno, transmitiéndoles la alegría, la emoción y la fe de su primer encuentro con Jesús sacramentado.

 

Esto es lo que los niños y niñas esperan de ti como catequista: que los ames y los escuches, que les enseñes a entender y vivir su realidad como lo hace Jesús; esperan de alguna manera poder percibir a Jesús a través de ti. Tarea nada fácil, pero necesaria. Al educar cristianamente a los niños y niñas que el Señor te encomiende, trata de tener los mismos pensamientos y sentimientos y, sobre todo, el mismo amor de Jesús por los niños.

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