La estrecha conexión entre las celebraciones litúrgicas y nosotros los cristianos


“Desde el inicio del cristianismo, celebración y vida comunitaria aparecen unidas: “Se reunían asiduamente para la enseñanza de los Apóstoles, la convivencia, la fracción del pan y las oraciones”. Hechos 2, 42

Martín Irure (Liturgia y espiritualidad)

Nuestra creencia equivocada

La razón por la cual participamos con poco entusiasmo en las celebraciones cristianas puede estar basada en dos creencias o consideraciones equivocadas; la primera es que vemos las celebraciones litúrgicas como un añadido de la vida cristiana, una carga más de la religión católica; la segunda es que la religión es algo personal “entre Dios y yo”, a lo sumo familiar, nada tiene que ver ni la Iglesia ni la sociedad con “mi religión” y la de mi familia. Esto implica un desconocimiento de lo que es la liturgia, de lo que es la vida cristiana y comunitaria y de la estrecha e inseparable relación entre ellas.

 

Iluminemos nuestro conocimiento

Como cristianos, tenemos que conocer muy bien qué es la liturgia y sus celebraciones, para ello te invitamos a hacer las siguientes reflexiones:

  1. ¿Qué es la liturgia? Etimológica y literalmente, se puede entender por liturgia el conjunto de ritos y rituales que constituyen el culto público y social que la Iglesia católica, como pueblo, rinde a Dios. Una definición más teológica puede ser: “La celebración del misterio de Cristo y en particular de su misterio pascual. Mediante el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo, se manifiesta y realiza en ella, a través de signos, la santificación de los hombres; y el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público que se debe a Dios” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 218).
  2. Entendida así la liturgia, es claro que esa celebración del misterio y la función sacerdotal de Jesucristo tiene un impacto fundamental en la vida de la comunidad de creyentes, porque “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Vaticano II, Const. Sacrosantum Concilium, 10). Cristo, en y a través de la liturgia, continúa presente en el mundo y en la Iglesia, y con ella y por medio de ella continua la obra de la redención del género humano. Nosotros, pueblo de Dios, en la liturgia y a través de ella recibimos y compartimos esa redención de Cristo.
  3. Jesús, en Pentecostés, con el Espíritu Santo dado a sus Apóstoles, los dotó, a ellos y a sus sucesores, del poder de actualizar la obra de la salvación por medio del sacrificio eucarístico y de los sacramentos, en los cuales él mismo actúa para comunicar su gracia a los fieles de todos los tiempos y del mundo. (Cf. Compendio del CIC, 222). Es en la liturgia donde Cristo hace realidad el “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20). La presencia, de múltiples maneras de Cristo en la liturgia, la hace el lugar y momento privilegiados en el que la comunidad y cada uno de los que la formamos podemos encontrarnos con él.
  4. La novedad de la liturgia cristiana no es la de un simple servicio con sentido religioso, sino que, en sí misma, es la expresión del hecho cristiano, el cual se funda en acciones divinas que constituyen la historia de la salvación. Su verdad reside en un hecho, en una experiencia de muchos: la muerte y resurrección del Hijo de Dios. La celebración de la liturgia cristiana se funda en experiencias de salvación, porque la humanidad ha sido redimida a partir de la vida humana de Jesús, situada histórica y temporalmente. Dios ha actuado en la historia y lo sigue haciendo en la Iglesia, en nosotros, en el mundo, a través de la liturgia.
  5. Nosotros no nos salvamos solos, ni como individuos ni por nuestras solas fuerzas. El Concilio Vaticano II nos dice al respecto: “Sin embargo, fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los seres humanos, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Constitución Dogmática Lumen Gentium, 9). Esto es lo que acontece en nuestras comunidades: en ellas somos pueblo de Dios, y en la celebración litúrgica, que es naturalmente comunitaria, confesamos a Dios con verdad y asumimos el compromiso de servirlo santamente en medio de los hombres.
  6. El Señor es quien nos invita a los cristianos a la reunión en la asamblea litúrgica. Dejamos nuestras tareas cotidianas y nos reunimos para celebrar la salvación, para poner en las manos de Jesús nuestras alegrías y tristezas, angustias y esperanzas, anhelos y frustraciones; él las presenta y ofrece a su Padre. Y nosotros le damos gracias y hacemos una celebración alegre porque nos encontramos con el Padre, con Jesús y con su Espíritu. Este encuentro, por supuesto, tiene un sentido y un impacto en nuestras vidas que nos ayuda a continuar la existencia, comprometidos con nuestra comunidad humano cristiana.
  7. Lo anterior sucede cuando nosotros, los cristianos, hacemos la celebración con nuestra palabra, oración, gestos y símbolos debidos; cuando en comunidad hacemos presente la salvación que nos trae Jesús , que actualiza y aplica la salvación; son el mismo y único Dios que salva aquí y ahora, siempre y cuando participemos plena, activa, consciente y comprometidamente. No basta que como cristianos participemos plena, activa y conscientemente en las celebraciones, sino que es necesario que nuestra vida diaria refleje las realidades que hemos celebrado en ellas.

 

Queremos terminar estas reflexiones con una oración que recomendamos rezar con nuestros educandos siempre que hablemos de temas litúrgicos:

“Dios todopoderoso y eterno, que en el sacramento de la muerte y resurrección de tu Hijo, ofreces a los hombres el pacto de la reconciliación y la paz, concédenos realizar en nuestra vida este misterio que proclamamos con la fe. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.» (Oración colecta del viernes de Pascua)

 

Como educadores en la fe y promotores de la liturgia en nuestra comunidad nos corresponde difundir en nuestra comunidad estas reflexiones acerca de la liturgia que hemos compartido; poner el alma en dar testimonio de cómo se celebra y como se vive la celebración en comunidad; empezar a cuestionarnos, personal y comunitariamente qué podemos hacer para que las celebraciones litúrgicas de nuestras comunidades sean vivas y vivificantes.

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