Espiando en uno de los encuentros de la catequista Edith


“La fe, de hecho, exige ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración. Así pues, para formar en una vida cristiana integral, la catequesis persigue las siguientes tareas: conduce al conocimiento de la fe; inicia en la celebración del Misterio; forma a la vida en Cristo; enseña a orar e introduce a la vida comunitaria” (Directorio para la Catequesis, n. 79, Dabar, México 2020).

Con el debido permiso, nos colamos un sábado, poco antes de las 9:00 hrs. al salón de catecismo de la Sra. Edith. El propósito es poder apreciar qué hace, qué dice, y cómo lo hace y dice, como un ejemplo a analizar. Ya habían llegado la mayoría de los 25 ó 30 niñas y niños que están recibiendo de ella la preparación para realizar su primera comunión.

La sesión de catecismo de la catequista Edith

La Sra. Edith llegó 10 minutos después de las 9:00 AM. Su grupo ya estaba completo. Saludó, “¡Buenos días, amiguitos!”. Los niños respondieron a coro: “¡Buenos días, maestra Edith!”. Como buscando en el salón, Edith pregunta: “Ernesto y Maricarmen, ¿cómo sigue su mamá?”. Responden juntos: “Un poquito mejor, gracias.”

Edith se colocó en el centro, de cara a los niños y niñas. Todos se pusieron de pie, se oyó un breve rumor, y unos a otros se ayudaron a acomodar sus deditos de la mano derecha. Edith dijo: “A ver, esa cruz bien hecha con la mano derecha; nos persignamos todos en voz alta: Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor… Muy bien. Hoy casi todos lo hicieron bien, se ve que practicaron en casa como les dije”.

Edith sacó una cartulina ajada (quizá maltratada por el uso reiterado) con la palabra CREDO, la pegó con cinta en el pizarrón y dijo: “Por última vez vamos a recitar todos juntos el Credo (señala la cartulina). Espero que esta vez todos lo reciten de memoria, sin ver sus cuadernos”. Todos recitaron el Credo en voz alta y pausada, como cantando. Alguno que otro vio disimuladamente su cuaderno. Al final, la catequista preguntó: “¿Por qué es tan importante saber el Credo?”. Los chicos respondieron a coro: “Porque es el símbolo y el resumen de nuestra fe, y porque es la respuesta que damos a Jesús cuando nos habla en la misa”. La catequista, aplaudiendo, dijo: “¡Muy bien!”.

Edith ordenó: “Abran su libro en   la página 17”. Todos lo hicieron. “¿Qué título tiene la página?”. Todos respondieron leyendo: “Los Sacramentos”. La catequista preguntó: “¿Qué dice ahí que son los sacramentos? Léanlo en voz alta y despacio”. Todos leyeron en su libro: “Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Jesucristo para santificar nuestras almas”. Edith: “¿Cuántos dice que son los sacramentos?” Todos contestan: “Siete”. “Díctenmelos, entonces” Los chicos iban leyendo y Edith anotando -Bautismo, Penitencia, Eucaristía, Confirmación, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio-. Los iba enumerando del uno al siete, en el margen izquierdo.

“Cierren su libro y copien en su cuaderno lo que escribí en el pizarrón”. Ellos lo hicieron con bastante rapidez. “Ahora, díganme: ¿para qué número de sacramento nos estamos preparando?” Después de titubeos, todos le atinaron al 3. “¿Cómo se llama ese sacramento?” Todos: “Eucaristía”. La catequista: “Bien, envuélvanlo en un círculo rojo, pero también envuelvan en un círculo azul el de Penitencia, porque es el que tenemos que recibir antes de la Eucaristía. Ya veremos por qué”.

La catequista sacó varias cartulinas ajadas. Una horizontal, larga, que pegó en la parte superior del pizarrón, y cuatro casi cuadradas que fue pegando una tras otra en forma de escalera descendente. Y dijo a los catequizandos: “Vayan copiando en su cuaderno lo que dicen las cartulinas que voy a ir pegando”. La horizontal alargada decía en letras altas: BAUTISMO. Y en letras bajas: es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la Palabra que (primera cartulina cuadrada) nos da la gracia de la fe, nos libera del pecado, (segunda) nos regenera como hijos de Dios, nos hace hermanos de todos los bautizados, (tercera) nos hace miembros de Cristo, nos hace partícipes de su misión, (cuarta) nos incorpora a la Iglesia –familia de Dios-, nos abre las puertas a los demás sacramentos.

Edith, con gran paciencia, fue explicando, repitiendo y preguntando acerca de cada frase que había puesto en las cartulinas del pizarrón hasta que consideró que era suficiente. Al término dijo: “Bueno, ya casi es la hora. Tomen nota para la tarea: leer y estudiar las páginas 17 y 18 de su libro y preguntar a sus papás y, si pueden a sus padrinos, cuándo y dónde los llevaron a bautizar, y que les cuenten qué sucedió en su bautismo tanto en el templo como en sus casas. El próximo sábado platicaremos más sobre el Bautismo, pero sobre todo acerca del Bautismo de cada uno. Salúdenme a sus papás y que tengan una bonita semana”.

Los niños y niñas se arremolinaron para despedirse de Edith, y algunos le comentaron del algún enfermo que tenían también en casa.

La entrevista con la catequista Edith

Yo: Sra. Edith, perdón por la invasión en su clase, espero le hayan avisado de mi presencia.

Edith: Sí, el P. Eleuterio me avisó a la entrada, llegué un poco tarde porque que tuve que dejar desayunados a mi esposo y a mis hijos.

Yo: Le pido, por favor, que me platique brevemente algo acerca del tiempo que lleva de catequista, cómo se metió en esto, qué formación ha tenido, con qué apoyos cuenta, y…desde cuándo hizo usted y utiliza sus cartulinas.

Edith: Empecé hace ya casi doce años, creo. Un domingo el P. Eleuterio nos llamó, a mí y a mi familia, y nos dijo que la catequista de entonces, la Sra. Cristina, tenía que irse con su familia a Aguascalientes y le había sugerido que me encomendara a mí los grupos. Nunca supe por qué. El padre nos dijo que sería por solo dos o tres años. El caso es que ya llevo casi doce. La misma señora Cristina me entregó todos sus materiales: los libritos, las cartulinas, los plumones y gises y, durante casi dos semanas, me enseñó cómo usarlos y me dio muchos consejos. Yo sólo terminé la prepa y sé que necesitaría más preparación, pero no tenemos ningún centro de formación cercano a nuestro alcance.

Yo: Veo que usted tiene muy bien pensado lo que va a hacer en cada clase, sin titubeos, ¿Cuánto tiempo dedica a la preparación de cada clase?

Edith: Lo que usted ve, no es porque le dedique tiempo, que no tengo, a la preparación de cada tema; es más bien el resultado de los años que llevo haciendo lo mismo. Cada vez me cuesta más trabajo evitar que mis niños se aburran, y quisiera poder hacer algo más para lograrlo. Sé que cuento con la ayuda de Dios, y a él me encomiendo siempre. Mis hijos y mi esposo ya me prometieron que un día de estos me van a ayudar a rehacer mis cartulinas.

Yo: Señora Edith, dejar a su familia y encargarse de este ministerio de catequesis es un reto que usted está enfrentando lo mejor que puede, por lo cual la felicito. Espero poder hacer algo por usted.

Por lo pronto, le prometo, Sra. Edith que si encuentro algo que le pueda ayudar se lo hago saber, siga encomendándose a Dios porque él es el más interesado en que esos niños lo conozcan y lo amen. Hasta luego.

Reflexiones sobre este caso

El caso de Edith no es un caso aislado, sino uno de los tantos que los podemos encontrar en nuestras parroquias, tanto provincianas como urbanas: catequistas, mayoritariamente mujeres, improvisadas, con poca preparación, frecuentemente por imposición, y que más por fe, por buena voluntad y por gracia se mantienen en este servicio, más allá de su preparación, más allá de sus posibilidades y aún más allá de sus fuerzas y de su tiempo. Por lo cual, para nosotros, son dignas de reconocimiento y aplauso.

Sin dunda, si los y las catequistas como Edith tuvieran una mejor formación para que transmitieran la belleza del Evangelio, y tuvieran algunos apoyos didácticos y aún pedagógicos, sencillos, prácticos y económicos, que pudieran remediar las deficiencias e impulsar la fe, las ganas y los esfuerzos de tantas Ediths, que quieren, pero no encuentran a su alcance la manera de poder, sería para ellos y ellas una bendición.

El caso de Edith es la muestra de una realidad que cuestiona e interpela a todos quienes estamos interesados en la formación religiosa de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos, y muy especialmente a los párrocos, que por derecho y por oficio son los responsables en su territorio del respaldo y acompañamiento de las y los catequistas.

Si tú, querido lector, tienes algo que comentar, corregir o aportar al respecto, esperamos y agradecemos tu participación.