Las 10 características de un sistema educativo integral para acompañar a los adolescentes en su formación

Amigas y amigos formadores en la fe de secundaria y preparatoria, sabemos que muchos de ustedes imparten clases en ambos niveles, y como dice el papa Francisco, no se puede hablar de los adolescentes sin hablar de los jóvenes y viceversa.

En nuestro país y en Latinoamérica, es un hecho que el mayor alejamiento de la Iglesia y de la praxis cristiana se está dando cada vez más en los jóvenes y en los adolescentes, en ese orden. De alguna manera, este hecho está interpelando la formación que se les ofrece, a la cual le están faltando seguramente temas más adecuados y sistemas que desarrollen las competencias y los acompañamientos necesarios y adecuados, que ayuden a los educandos de estas edades a ser capaces de, como dice Aparecida, dar testimonio de Cristo y de los valores cristianos en el ámbito de la vida, no solo religiosa, sino social, económica, política y cultural.

Por este motivo, pensamos en 10 características que nos ayuden a integrar el sistema de formación en la fe que dé respuesta a las necesidades y aspiraciones de adolescentes y jóvenes.

  1. De acuerdo al papa Francisco, cuando hablamos de adolescentes, nos referimos al nivel educativo de secundaria, y cuando hablamos de jóvenes, al de preparatoria. Son dos edades y niveles diferentes pero subsecuentes, que están unidos por necesidades y aspiraciones muy parecidas y tan relacionadas que las de la primera tienden a las de la que sigue, y las de la segunda suponen satisfechas las de la primera.
  2. La educación en estos niveles debe partir de la conciencia clara de que los adolescentes no son enfermos que haya que tratar, sino personas que están viviendo una etapa natural y normal de su desarrollo, y de que los jóvenes no son simples promesas de futuro, sino realidades demandantes del presente. Por tanto, la formación debe ayudar y acompañar a los adolescentes en su primer encuentro verdadero y consciente con la identidad, y a los jóvenes en el encontrar libre y conscientemente el sentido de su identidad y de su existencia.
  3. Los adolescentes no están contentos con serlo, quisieran ser ya jóvenes, y a los jóvenes no les gusta sentirse todavía “jóvenes adolescentes”; quisieran ser ya “adultos jóvenes”. Su formación, por tanto, debe acompañar y desarrollar en ellos las competencias que les permitan, no solo aceptar, sino disfrutar construir en sus respectivas etapas y por sí mismos un camino que les haga avanzar hacia adelante, hacia donde quieren llegar. Parte de esas competencias deben ayudarlos a definir lo que realmente quieren y por qué consideran que eso es lo mejor para ellos.
  4. Los adolescentes y los jóvenes de hoy viven en un mundo que está en constante cambios. Esto les produce una inseguridad, una inestabilidad y una incertidumbre mayores a las que corresponden a sus respectivas etapas. Eso hace indispensable que su formación les permita desarrollar competencias interpretativas y argumentativas para que sean capaces, no solo de adaptarse, sino de interpretar y juzgar los cambios y discernir (o descubrir) el papel que les corresponde desempeñar para transformar y mejorar ese mundo y sus sociedades.
  5. Los adolescentes viven una etapa que requiere reflexión, por lo que necesitan competencias multidimensionales que les permitan saber, hacer, ser y estar en su etapa y entorno. Los jóvenes están más bien en una etapa de ideales y propósitos, por lo que necesitan competencias propositivas que les permitan considerar diversas alternativas de proyectos posibles de vida, y asumir un compromiso para preparar y desarrollar el camino que los lleve razonadamente a la mejor para sus vidas.
  6. Si hablamos específicamente de formación religiosa de la fe, además de tomar en cuenta las cinco consideraciones anteriores, debe desarrollar en ellos las competencias espirituales que les permitan buscar y asumir una posición y un papel a desempeñar ante Cristo. Los adolescentes necesitan ver en Cristo a un ícono que les enseñe a conocerlo de verdad, a caminar con él y a vivir su vida por él, con él y en él. Los jóvenes necesitan ver en Cristo un líder por el que desean ser llamados, con quien puedan conformar su identidad y su existencia y a quien valga la pena seguir a donde quiera llevarlos.
  7. Si hablamos de la Palabra de Dios, la formación debe desarrollar en las y los adolescentes y en las y los jóvenes las competencias que les permitan hacer de la Biblia el libro de su vida. Los adolescentes encontrarán en ella las enseñanzas que les permitan conocer, aceptar y vivir a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, como un Dios cercano que les habla y los oye, y que está dispuesto a dialogar e iluminar sus cuestionamientos. Los Jóvenes encontrarán en ella un mapa que les mostrará de dónde vienen, los caminos que hay que andar, las interpelaciones a las que hay que responder, y a dónde y cómo están llamados a llegar.
  8. Si hablamos de la Liturgia, la formación debe desarrollar, en ambas etapas, competencias que les permitan participar vitalmente y por libre convicción y necesidad en las celebraciones, como la mejor forma de encontrarse con Cristo y con la comunidad, como la mejor forma de aprender a convivir y compartir, y como la mejor alimentación para afrontar y aprovechar con energía los altibajos de la existencia humana.
  9. Si hablamos de la Iglesia hoy, la formación en la fe debe desarrollar, en ambas etapas de la vida, competencias interpretativas y propositivas que permitan a los adolescentes y a los jóvenes de ambos sexos, ser capaces de aceptar, pertenecer y amar a la gran familia de Dios, con todo su pecado y con toda su santidad, como el Pueblo que, en comunidad, les participa de la vida de Dios y los respalda y acompaña en sus búsquedas, en sus caminos y en la realización de su compromiso de servicio con ella y con sus sociedades.
  10. En resumen, la formación en la fe de secundaria y preparatoria debe estar basada en la integración y activación de conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes y valores. O sea, en desarrollar en los educandos las competencias que les permitan llevar a cabo auténtica y adecuadamente el papel y compromiso de cristianos en la sociedad, y consecuentemente en la Iglesia.

Como formadores en la fe de las y los adolescentes y de las y los jóvenes, tenemos la responsabilidad de:

  1. Continuar con nuestra labor educativa; pero ahora, en estos niveles, procurando intencionalmente desarrollar en nuestros alumnos y alumnas las competencias adecuadas a las etapas de sus vidas, y estar dispuestos a acompañarlos con cercanía y paciencia en el transitar de sus edades.
  2. Hacer objeto constante de nuestra observación el conjunto de comportamientos afectivos, familiares, escolares y sociales de nuestros educandos, para dotarlos de las habilidades y destrezas de conocimiento, psicológicas, sensoriales y motoras que les permitan manejar sus comportamientos y transformarlos.
  3. Conocer e interiorizar cada vez más lo concerniente a las etapas de vida correspondientes a adolescentes y jóvenes, y también lo concerniente a la educación basada en competencias. Hacerlo nos permitirá ser mejores formadores en la fe.

Nos gustaría conocer las experiencias al respecto, que seguramente ustedes ya han tenido en su rol de facilitadores de secundaria y de preparatoria.

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