La historia bíblica de una familia de verdad


Hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos. El anuncio de Dios lleva a la comunión con Dios en la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo

Cardenal Joseph Ratzinger (La nueva evangelización, 2000, p. 8).

La familia sobre la que queremos contarte su historia está integrada por seis personas: José y María, los esposos, y cuatro hijos: Pedro, el mayor, Marta, la segunda, Juan y Lidia, la menor (una sobrina de María que adoptaron como hija a la muerte de sus padres).

Es probable que, como esta familia, haya otros testimonios parecidos sobre el acercamiento a la Biblia. Por ello se divide este testimonio en dos partes. La primera relata la historia del testimonio bíblico de José y María, y la siguiente parte trata sobre los valores familiares que ellos han descubierto y adquirido gracias a la Biblia.

La historia bíblica de José, María y sus cuatro hijos
Todo empezó en 1963, cuando José, aún soltero, andaba en Nueva York, enviado por los laboratorios en los que trabajaba, y se le ocurrió entrar a una librería Dalton. Allí compró varios libros que consideró adecuados para su trabajo, y se topó con un libro que no era de los que buscaba, pero  estaba en oferta y se veía muy bonito, su título era Story of the Bible World, editado por The Reader’s Digest, hermosamente ilustrado, que en 20 relatos narraba la historia bíblica, desde la creación, hasta los albores del cristianismo. José lo metió en su carrito y lo compró. De regreso a su casa lo guardó en un estante.
En 1966, José y María se conocieron y a finales de ese año se hicieron novios. En 1967, decidieron tomar un curso parra novios en la parroquia de María, curso que impartían dos sacerdotes y dos parejas de jóvenes, y lo hacían de manera muy interesante. En una de las pláticas, el sacerdote de más edad dijo algo que a José y a María les “movió el tapete”. El sacerdote dijo: “El verdadero problema del mundo en este tiempo es que los cristianos, ustedes y nosotros, desgraciadamente, vivimos en la realidad como si Dios no existiera. ¿Quién entonces le va a decir a esta humanidad, que tanto necesita de él, que Dios existe y que los ama?”. Fue ahí donde María y José decidieron cambiar y tratar de ser cristianos en serio y se propusieron que a los hijos que Dios les diera los ayudarían a que también lo fueran.
En 1968 José y María se casaron y, pensando en lo que se habían propuesto en el curso de novios, decidieron formar parte del Movimiento Familiar Cristiano. La Biblia de Jerusalén que los padres de José les habían regalado en su boda, la “entronizaron” en su departamento al regreso de la luna de miel. María y José, todos los días, antes de ir a trabajar, leían juntos un buen párrafo de su Biblia, y lo mismo hacían por la noche, porque se habían propuesto llegar a leer la Biblia completa, de principio a fin. En 1969, el ginecólogo les confirmó el embarazo de María y el mismo médico les recomendó que empezaran a tomar en cuenta al hijo que esperaban y que se conectaran con él. Fue entonces cuando José se acordó de aquel bonito libro que había comprado años antes. Como ambos sabían inglés, no les fue muy difícil. Empezaron a platicar con el bebé, que estaba en el vientre de María, y de vez en vez le traducían y contaban alguno de los 20 relatos de aquel libro, y comenzaban y terminaban con una oración. Esto lo continuaron haciendo hasta que por fin el nuevo ser llegó a sus brazos y a sus vidas. Para el bautizo de Pedrito, lo primero que compraron fue un cirio grueso (símbolo de Cristo y de la vida de Pedrito) y una Biblia tamaño bolsillo (para cuando supiera leerla). Con el tiempo, el niño empezó a querer no solo escuchar, sino que le mostraran el libro, y poniendo atención a los relatos de la boca de sus padres, le gustaba al mismo tiempo estar viendo la ilustración del relato.
Tres años después, en 1973, llegó el anuncio del nuevo embarazo de María. De inmediato, como lo hicieron con Pedrito, empezaron a ponerse en contacto con el nuevo ser en camino y a contarle relatos que traducían. Para entonces, Pedrito tenía tres años y tomaba parte ya, a su modo, en el “diálogo bíblico” con el hermanito o hermanita, a quien llamaba “regalo de Dios”, como decían sus papás (inspirados en el salmo 127. El segundo regalo de Dios fue una niña que se llamaría Marta. Así fueron ya dos pequeños y sus papás, que para entonces escuchaban un relato bíblico, un día sí y un día no. Marta recibió también en su bautizo su cirio y su Biblia.
El anuncio del tercer embarazo lo recibieron hacia fines de 1976. Un preescolar, Pedrito, una pequeña de 3 años, Marta, y sus papás, María y José. Juntos, empezaron a procurar el ya acostumbrado contacto humano y bíblico con el nuevo regalo de Dios que estaba formándose en la “pancita” de mamá María. Casi seis meses después, fueron Pedrito y Martita los que recordaron a sus papás que no habían comprado “la velota”, como llamaba Martita al cirio, y la Biblia para el nuevo hermanito o hermanita, y juntos fueron a hacerlo. Los últimos meses de embarazo fueron conflictivos para María y tuvo que dar a luz por cesárea. Al entregarles al bebé, un varoncito recién nacido, el ginecólogo les advirtió que un nuevo embarazo podría ser muy riesgoso. José y María habían pensado en cuatro hijos por eso la advertencia los puso un poco tristes. El tercer hijo fue bautizado con el nombre de Juan. Así, un nuevo participante, Juanito, se integró a la narración bíblica que, para entonces ya no era cada tercer día, sino diariamente, a petición de Pedro y Marta.
Por ese tiempo, María descubrió que el libro de relatos bíblicos que usaban en inglés ya había sido publicado al español con aprobación eclesiástica y bajo el título de El fascinante mundo de la Biblia. Decidieron comprarlo y usarlo y dejar el de inglés para ir ejercitando a cada hijo, según su edad, en el conocimiento de esa lengua. Por ese entonces, sucedió algo muy grave: un hermano de María y su esposa murieron en un accidente, dejando una bebita de año y medio que había sido bautizada con el nombre de Lidia. Dado que por diversas circunstancias no había quien pudiera hacerse cargo de la bebita Lidia, José y María pensaron en adoptarla, y un día en que estaban tratando de explicarles a sus tres hijos la  decisión de san José de aceptar como hijo al niño Jesús, les preguntaron si les gustaría que todos ellos adoptaran a la bebé Lidia como hermana y como hija, y así llegaron al acuerdo familiar de adoptar a Lidia, a quien de inmediato le compraron su cirio y su Biblia, y empezó a ser el sexto integrante del “dialogo bíblico familiar”, como decidieron llamarlo desde entonces, porque no era una simple lectura o narración, sino un verdadero diálogo familiar con Dios.
Los chicos y chicas fueron creciendo, el diálogo bíblico familiar diario nunca se interrumpía, sino por causas de verdadera fuerza mayor. En cierto momento, se fue dejando el libro de historias bíblicas, porque cada uno empezó a leer por turnos para los demás en su propia Biblia. Todos leían, todos cuestionaban, todos opinaban y para todos determinar el mensaje cada vez era más fácil, porque todos preparaban previamente la lectura acordada, se seguían tomando acuerdos para cambiar, corregir, y mejorar en lo humano y en lo cristiano. Poco a poco se fue creando la convicción de que como familia deberían preocuparse por la vida de la comunidad y así se hizo. Se tomaban acuerdos acerca de cómo ayudar y servir en la mejora de la comunidad, tanto en lo humano como en lo cristiano. Mientras vivieron en la casa paterna, fueron fieles al diálogo bíblico familiar cotidiano y a las actividades acordadas para mejorar la familia y la comunidad. Esto último se tomó como un compromiso con la Palabra de Dios.
La herencia bíblica

Hijos e hijas se hicieron grandes, estudiaron y se titularon: un auditor financiero, Pedro; una doctora internista, Marta; un abogado, Juan. Lidia, al iniciar su carrera de enfermera profesional y asistente de cirugía, había pensado integrarse a la congregación de la Madre Teresa, pero en la universidad se enamoró, y al término de su carrera decidió casarse como todos sus hermanos. Todos ya tienen sus propias familias.

María y José están orgullosos, porque los cuatro son muy buenas personas cristianas, porque todos continúan muy unidos, se comunican y se ven con frecuencia,  celebran todos  juntos los cumpleaños en los  hogares de cada uno y, sobre todo, María y José sienten haber realizado su propósito, y los llena de orgullo el saber y ver que todos, hijos e hijas, tienen una profesión que ejercen y porque constatan que cada uno de ellos y ellas “exportaron el diálogo bíblico familiar”  a sus respectivos hogares  y  familias. Ambos esposos creen firmemente que todo se debe a que lograron hacerlos “lectores adictos a la Biblia, Palabra de Dios”. Por su parte, los orgullosos papás continúan leyéndose mutuamente la Sagrada Escritura, y están volviendo a leer su Biblia de Jerusalén de principio a fin.

Un hábito familiar

De esta historia bíblica familiar, la pretensión es dar a conocer este testimonio para animar a otras familias a que se decidan a hacer de la Biblia el libro de la familia y a lograr que sus hijos e hijas se conviertan en “lectores adictos de la Biblia”.

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