Reflexión sobre las expresiones más habituales de religiosidad popular en México


Espiritualidad popular, “es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho de lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera” (Aparecida, n.263).

 

¿Habrá alguien en este país, mujer u hombre de toda edad, que nunca haya leído, visto, oído y, quizá hasta participado de una peregrinación, de una fiesta patronal, de un acto de devoción a Jesucristo, a María, a un santo? Si los hay, serán los menos. En nuestra Patria y en nuestra Iglesia contamos con una gran diversidad de estas expresiones de religiosidad popular.

Nuestros obispos llaman a estas expresiones de religiosidad “espiritualidad popular” y confirman: “Entre las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas, los rosarios, el vía crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folklore religioso; el cariño a los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia”. Y destacan “las peregrinaciones (…) donde el creyente celebra el gozo de sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera” (Aparecida, n. 269).

Pero… ¿Cuáles son los ejemplos más comunes de estas expresiones? Tratemos de descubrir en ellas la espiritualidad de la que nos habla el epígrafe de este artículo.

 

UNA FIESTA PATRONAL

Una parroquia de la diócesis de Iztapalapa, En Ciudad de México, desde hace casi 50 años tiene como patrón al Santo Cristo del Consuelo. Lo representa una peculiar imagen de Cristo crucificado, y lo celebran durante la cuaresma, poco antes de la Semana Santa.

La fiesta se inicia con un novenario, en cuyo primer día la comunidad saca la imagen del templo y, en procesión, la lleva a la casa de una familia previamente designada. Todos van cantando y rezando el santo Rosario. Al llegar al domicilio, la familia y sus vecinos invitados reciben con alegría la imagen y la colocan en un lugar ya adornado y preparado. Han dispuesto también un altar. Al concluir el rezo del rosario, el párroco o alguno de sus vicarios, celebra la Santa Misa. Al terminar, bendice toda la casa y a la familia, y tiene lugar un convivio con todos los asistentes. La imagen se queda en la casa hasta el día siguiente, cuando la comunidad vendrá a buscarla para llevarla al nuevo domicilio designado.

En la víspera de la festividad, después del convivio, se regresa la imagen al templo, acompañada por toda la comunidad, donde la recibe el párroco. El día de la fiesta por la mañana se cantan las mañanitas y empiezan los cuetes, las bandas y las estudiantinas. En la calle ya se encuentran la feria y numerosos puestos de vendimias; es como una gran kermesse. Cada dos horas se celebran misas con gran afluencia de personas. Es impresionante ver la devoción con que las personas acompañan la imagen de su patrón, y la devoción y el amor con que las familias la reciben y custodian. Hay familias que se anotan con un año, o con dos de anticipación para recibirla en su casa. Y esto pasa de generación en generación.

Todo esto no solo exalta la fe de los que participan, sino que es también un testimonio estimulante para el resto de la comunidad y los transeúntes que están de paso. Hay muchos testimonios de que suceden cambios en las personas que acompañan y en las familias que reciben.

También hay otras festividades a Cristo que atraen peregrinos de todo el país, y hasta de otros lugares del mundo, como la de Nuestro Señor Jesucristo de las Cuevas de Chalma, Malinalco, en el Estado de México; o como el Señor del Sacro Monte en Amecameca. Lo expuesto, multipliquémoslo por las más de 7,000 parroquias que hay en todo nuestro país.

 

LA PEREGRINACIÓN DE PEREGRINACIONES

Es impresionante para todos, pero sobre todo para los que vivimos en esta Ciudad de México que lo atestiguamos: el flujo interminable de todo tipo de peregrinaciones procedentes de todos los rincones del País y muchos del extranjero hacia la increíble imagen de la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe. Flujo que es casi ininterrumpido a lo largo de todo el año. Cuando no es una diócesis, es una región, una parroquia de esta u otra ciudad, una empresa o una fábrica, un gremio de comerciantes o un mercado de colonia; un grupo de ciclistas o de taxistas, una televisora o una radiodifusora, o hasta una familia numerosa o grupos de familias que año con año llegan a la Basílica de Guadalupe.

El 12 de diciembre –y casi todo ese mes- además de los millones de personas que fluyen dentro de la Basílica para dirigir una mirada doliente y/o amorosa, angustiada y/o esperanzadora, aunque sea por brevísimos momentos, a la prodigiosa imagen de Guadalupe.

En esta ciudad, y en muchas otras del País, se celebra la fiesta con rezos, música y bailes en sitios de taxis, paraderos de autobuses y micros; en fábricas, talleres, mercados y en muchas calles de manzanas o colonias, todos celebran frente al altar que permanentemente mantienen con la imagen de la Guadalupana. Ese y todos los días esa imagen moviliza a millones de personas que así manifiestan su fe en la que consideran su madre que quiere ampararlos y protegerlos en el hueco de su manto. ¡Vaya que sí es la gran inculturadora de la fe en América! Como ella tenemos en este país las imágenes de la Virgen de San Juan de los Lagos, de Juquila, de Zapopan, y otras muchas.

 

LAS DANZAS Y LOS DANZANTES

Las danzas rituales como tales datan de los tiempos prehispánicos en estas tierras. Según algunos investigadores del INAH, los danzantes que actualmente vemos ligados a celebraciones religiosas, se originaron por influencia de los primeros frailes que llegaron a evangelizar y que introdujeron con los instrumentos de percusión que utilizaban: Huhuetl, Teponaztli y Ayacachtli, esa especie de mandolina cuya caja de resonancia se hace con la concha o caparazón del armadillo, y por ello se suelen llamar concheros.

Son un fenómeno cultural de raíces prehispánicas y cristianas: por una parte, dicen seguir principios enseñados por el Tlatoani Nezahualcóyotl, que conducen a anular el mal, a respetar a la mujer, la fauna y al ser humano, y que tienen la convicción de que la guerra no es contra las autoridades ni contra la religión, sino contra la ignorancia.

Por otra parte, impresiona ver que tienen una conciencia muy clara de lo que hacen. Se preparan constantemente tanto física como espiritualmente para bailar, pero no bailan para amenizar la fiesta ni para entretener a nadie, le danzan a Cristo, a María, a los santos patronos y, en su creencia, su baile es su oración. Por eso van a todas partes y tienen una organización en la que la mística de la danza es su inspiración, tanto en hombres como en mujeres de todas las edades, que reciben y transmiten lo que hacen y viven.

 

DOS EJEMPLOS DE ORACIÓN EN FAMILIA

En cada hogar católico de este país se acostumbra tener un pequeño o gran altar con alguna imagen de Cristo o de María, aunque muchas veces es un altar “colectivo”, con varias imágenes. Todos los años, el día último o el primero del año siguiente, en todos los templos se venden cajas con doce veladoras que son bendecidas en la “misa de gallo”, o en alguna de las misas del primer día del año. Estas veladoras se van encendiendo el día primero de cada mes en el altar familiar. En algún momento del día, la familia se reúne frente a la veladora y hace una oración a la Divina Providencia “para que nunca les falte casa, vestido y sustento, y los santos sacramentos en el último momento”, con la convicción de que así sucederá, si no dejan de hacerlo mes con mes.

El otro ejemplo se relaciona con el cirio pascual. Las familias, en la vigilia pascual, llevan su cirio para prenderlo, en su momento, con la flama del cirio pascual que acaba de ser bendecido. Cuando en la familia alguien tiene una necesidad importante por enfermedad, por exámenes, por pérdidas o quizá por eventos positivos, solos o en familia se arrodillan frente al cirio encendido y oran, ya sea para dar gracias o para pedir ayuda, con la convicción de que así Dios los escuchará. Hay cada vez más experiencias y testimonios de que estas dos expresiones de fe, sí funcionan y va creciendo el número de familias que las practican.

Estamos seguros de que estos pocos ejemplos sobre los que hemos podido reflexionar, nos han ayudado a entender que “la piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros” (Aparecida n.264). Ojalá que en adelante no nos conformemos solo con ser espectadores de estas expresiones de religiosidad, piedad y/o espiritualidad popular y aprovechemos las oportunidades de experimentar a Dios de otra manera.

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