EDUCAR A LOS ADOLESCENTES Y A LOS JÓVENES PARA SER HUMANOS Y PARA LA HUMANIDAD

 

 

“El sentido de la educación es conservar y transmitir el amor intelectual a lo humano y a los humanos”

Fernando Savater, El valor de educar.

 

Maestros y maestras en la fe de secundaria y preparatoria, nuestros adolescentes y jóvenes están afrontando los avances científicos y tecnológicos que han hecho de la realidad algo cada vez más complejo. La perspectiva económica, comercial y política fragmenta la realidad y la visión del ser humano. Parece que el valor del ser humano reside solo en su calidad de consumidor, contribuyente y votante. La globalización, al no personalizarse, se ha venido convirtiendo más en un instrumento técnico tan nebuloso e impersonal como el Internet. Todo esto ha llevado a los seres humanos a una lucha, más por el egoísta tener y consumir, que por el generoso ser con y para los semejantes. Para Octavio Paz, todo esto desemboca en una “conclusión tremendamente negativa: llamados a la comunión, estamos condenados a la soledad” (Citado por Jaime Antunez en Crónica de las Ideas).

Por toda esta fragmentación social y cultural, a los adolescentes y jóvenes de hoy se les ofrecen dos modelos o estilos irreductibles para su proyecto de vida, ante los que deben elegir: el ser para mí o ser para el otro. De aquí, la urgente necesidad de formar a las y los adolescentes, a las y los jóvenes en lo que algunos pensadores llaman “el oficio de ser hombre” que, por sí mismo, implica el interés por los demás seres humanos.

 

La formación humana de los alumnos

Consideremos 7 puntos que nos ayudan a encontrar el camino para formar a nuestros educandos de secundaria y preparatoria, para que sean seres humanos y sean para la humanidad.

 

  1. Las y los adolescentes de secundaria andan en la búsqueda de reafirmar su identidad y de avanzar a la siguiente etapa de vida; en cambio las y los jóvenes de preparatoria van camino de enfrentarse a tomar decisiones definitivas sobre sus vidas. Por tanto, conviene plantearles el ser humanos y para la humanidad como respuesta a su búsqueda y como un criterio para sus decisiones definitivas.
  2. Reflexionemos y dialoguemos con ellos sobre lo que Joseph Ratzinger enseñó a profesores de religión en Roma: “La vida humana de cada uno o una no se realiza por sí misma, nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto incompleto que es preciso seguir realizando” (diciembre del 2000). Esto significa que no nos creamos por nosotros mismos, sino por mamá y papá, y que, desde nuestro nacimiento, hemos sobrevivido gracias a los cuidados desinteresados de ellos y de los que nos han rodeado. O sea, que desde que empezamos a ser seres humanos necesitamos de los demás seres humanos para subsistir y desarrollarnos.
  3. Como dijo el papa Francisco: “Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla, ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer su propia verdad si no es en el encuentro con los otros” (Fratelli Tutti, n. 87). A propósito de esto ayudemos a que concienticen el hecho de que, aunque todos nacemos como humanos, no llegamos a ser completamente tales sino hasta que los demás nos contagian su humanidad a propósito.
  4. De acuerdo con nuestros obispos, el educar para la vida implica la formación en los valores que nos hacen verdaderamente humanos: formar para descubrir y reconocer de dónde venimos, para qué venimos y a dónde queremos ir, y además formar para el bien, para la verdad, para la belleza, para el sentido último de la vida, para la solidaridad, para la trascendencia, para el amor y, sobre todo, para la libertad (Cfr. CEM, Educar para una nueva sociedad). Reflexionar en diálogo con nuestros educandos desde la secundaria hasta la preparatoria, que este horizonte de finalidades últimas y valores verdaderos es el que nos puede liberar de las tendencias individualistas, egoístas y materialistas reinantes y abrirnos una valiosa alternativa de futuro.
  5. Para la búsqueda del camino de identidad de la secundaria y para las elecciones definitivas de la vida en preparatoria, es imprescindible educarlos para el ejercicio responsable de la libertad. Adolescentes y jóvenes de hoy, tarde o temprano, tendrán que elegir entre dos tipos de proyecto de vida: uno hedonista, consumista, materialista, permisivo y cobarde; o uno con una existencia anclada en el compromiso, la renuncia y el don de sí.
  6. Si queremos educar para el ejercicio responsable de la libertad, desde la adolescencia hasta la juventud, y más allá, debemos acompañarlos a desarrollar las competencias necesarias que los hagan capaces de vivir aquellos tres componentes que constituyen la esencia de la libertad:
    1. La capacidad de compromiso: La persona que se encuentra implicada en profundidad con los vínculos propios de su existencia humana: consigo misma, con su familia, con la naturaleza, con sus sociedades (incluida la Iglesia) y con su fin último, Dios.
    2. La capacidad de renuncia: Todo compromiso implica declinar a todo lo que se opone o es incompatible con los vínculos con los que nos hemos comprometido. Esto implica esfuerzo, porque la razón por la que no somos capaces de comprometernos es por nuestra constitutiva incapacidad de renunciar a nada. La renuncia es la gran ausente de nuestra civilización, excepto en el trabajo.
    3. La capacidad del don de sí: Implica la entrega generosa y responsable de uno mismo a los demás. Constituye el ejercicio más noble y perfecto de la libertad. Es esencial para la formación de nuestra libertad humana. La educación de la entrega de sí mismo a los demás es el acto educativo por excelencia. El don de sí es un criterio esencial para la vida individual, familiar, comunitaria y pública. Porque es un criterio que fecunda e impulsa a compartir tanto lo que somos como lo que tenemos. Implica meter al orden, poner en su lugar y enfocar correctamente a “ese ser tan demandante llamado yo”.
  7. Finalmente, en todo lo que hemos compartido hasta aquí, está implicada la formación en algo ya mencionado como valor que llamamos AMOR. No se trata de esa visión apasionada y rosa del enamoramiento que ciega, sino de aquello que es el origen, el medio de realización y el destino último de todo ser humano: el amor verdadero. El amor verdadero incrementa nuestra mirada, el alcance de nuestra comprensión para tener ideales más allá de lo humanamente posible. La experiencia del amor pertenece a la dimensión de la trascendencia. Si aprendemos a amar, no solo nos abriremos a la vida y a los demás, sino también a la búsqueda incesante de Dios. Tratemos de experimentar y desarrollar junto con nuestros educandos la competencia para el amor, ser capaces de amar, de ser amados y de compartirlo con todos los demás.

 

Como formadores en la fe de adolescentes y jóvenes nos corresponden dos cosas:

  1. Adaptar a cada etapa de vida y transmitir gradualmente los siete puntos compartidos, tratando de iluminar cuantas veces sea necesario las realidades propias de adolescentes y jóvenes.
  2. Pretender con insistencia y amabilidad que las familias se involucren en esta formación, porque es la familia, aunque ellos no lo crean, el mejor “caldo de cultivo” en el que pueden germinar las semillas que nosotros sembremos con esta enseñanza.

 

Si encuentran en sus experiencia salgo que nos pueda enriquecer, agradecemos de antemano que nos lo compartan.

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