Respetar, alimentar, alentar y transformar, sin violentar, la religiosidad popular


“Ante todo, hay que ser sensibles a ella (la piedad popular), saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos”.

Evangelii Nuntiandi (n. 48)

 

Al plantearnos este tema, en realidad estamos pretendiendo algo que quizá inició su planteamiento en Medellín y que se ha clarificado en Aparecida: hace falta una pastoral popular, es decir, una acción de la Iglesia, sobre todo latinoamericana, pastores, y laicos, que, con genuino y sincero interés, se ocupe de valorar y compenetrarse en estas expresiones de religiosidad, piedad y/o espiritualidad popular, aceptando el reto de evangelizar al pueblo desde el pueblo mismo, como una Nueva Evangelización de la Iglesia en América. Obviamente nuestro trabajo de hoy no pretende ser sino una modesta aportación que ojalá ayude a la reflexión del gran reto de la Pastoral Popular.

Tal vez no todos los sectores de la Iglesia en este continente tengan ese “genuino y sincero interés”. Por eso nos hemos propuesto dos partes en esta reflexión: en la primera pensaremos en lo que no se debe hacer para no violentar y, en la segunda, lo que sí se puede hacer en relación con esta pretensión pastoral.

 

Lo que NO se debe hacer para no violentar la religiosidad popular

  • “No podemos devaluar la espiritualidad popular o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu Santo y la iniciativa gratuita del amor de Dios” (Aparecida, n. 263). Es evidente que no podemos aceptar que existen cristianos de segunda porque sería absurdo y vanidoso que otros se consideraran de primera. Tampoco es razonable pensar que el alma de la cultura de este continente, no tenga en sí ningún valor. Finalmente, sería absurdo pensar que el cumplimiento del mandato de Jesús de bautizar y evangelizar a todos los pueblos, para lo cual envió al Espíritu Santo a asistirnos en esta tarea, no haya dejado ningún fruto importante y permanente en la religiosidad de nuestros pueblos.
  • No podemos menospreciar la espiritualidad popular, que es una “verdadera espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos”, porque, ella, “no está vacía de contenidos, sino que los descubre y expresa más por la vía simbólica que por el uso de la razón instrumental” (La alegría del Evangelio, 124). Esto se palpa, por ejemplo, en el cómo se aferra una madre al rosario para pedir por un hijo enfermo o en la devoción con que toca y se santigua frente a la imagen del crucificado. Ahí se descubre una sobrecarga de fe, esperanza y caridad que quizá no se pueda descubrir en muchos de nosotros. Esto no solo debemos apreciarlo, sino también imitarlo (La alegría del Evangelio, n.125). Menospreciar es desconocer la obra del Espíritu Santo, (Ibidem n.126).

 

Lo que SÍ podemos hacer para respetar, alimentar, alentar y transformar la espiritualidad popular de nuestras comunidades

  • Para respetar podemos asumir la posición de la Iglesia “[…] no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad ni siquiera en la liturgia; […]” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, n.37). Debemos respetar las peculiaridades de la religiosidad popular y promover sus emociones, sentimientos y costumbres y la forma de experimentar y vivir la fe de nuestros pueblos.
  • Si queremos alimentarla debemos tomar en cuenta que “La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, (…) sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia…es en sí misma un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo” (Aparecida, n. 264). Es decir, debemos estimular y multiplicar las expresiones que más manifiestan y refuerzan su fe (oraciones, devociones, prácticas piadosas), fomentar que ellos mismos traten de invitar a la comunidad a sus expresiones comunitarias. Estimular que sus expresiones de piedad sean no solo individuales, sino mayoritariamente comunitarias y compartidas con el resto del pueblo cristiano.
  • Para poder alentarla debemos reflexionar en que “[…] se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de la fe… reflejan una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (Evangelii nuntiandi, 48). Ayudar a conocer y seguir los diversos modos y lugares de encuentro con Jesucristo: en la Iglesia, en la Sagrada Escritura, en la sagrada liturgia, en la Eucaristía -lugar privilegiado- que busquen “vivir según el domingo”. En el sacramento de la reconciliación, en el rostro tierno de María, en la oración personal y sobre todo en la comunitaria, donde se reúnen dos o más (Aparecida, nn. 246-257). Motivarlos a que no pierdan, sino que cada vez reflejen más hacia los demás esa “sed de Dios” que les es tan propia.
  • Si queremos transformarla, hemos de basarnos en lo que nos enseña el papa Francisco “Cada porción del pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes” (La alegría del Evangelio, n.122). O sea, que nuestros pueblos no son precisamente objeto de evangelización, sino más bien sujetos colectivos activos, agentes de la evangelización. Por eso podemos decir que la piedad popular es ya de suyo “verdadera expresión de la acción misionera espontánea del pueblo de Dios” (Ibídem).
  • Entonces, ¿cómo podemos transformar la piedad popular? Creo yo que la manera es tomarla y valorarla en lo que es y ayudar a que juntos, vayamos creciendo cada vez más en la conciencia de nuestro ser y responsabilidad evangelizadora que, como enseña el papa Francisco “se trata de una realidad no acabada sino en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal”. Con su pasión característica, el Papa nos advierte: “¡No coartemos ni pretendamos controlar esa fuerza misionera!”. Pidámosle al Espíritu Santo que no permita que metamos la pata al pretender desarrollar la piedad popular de nuestros pueblos. Creo que si procuramos adentrarnos y participar en esas expresiones de piedad “que tienen mucho que enseñarnos” podremos hacerlo bien y hacernos un bien.

Para terminar, compartimos contigo una cita inspiradora para este artículo. Es de Víctor Fernández, relator de Aparecida y autor de Dabar, quien en la tercera de las varias entrevistas que ahí le hicieron, le preguntaron qué había pretendido la Conferencia al tocar el tema de la piedad popular. Él respondió: “Mostrar que la piedad popular no es algo superficial sino que tiene, a su modo, todo lo que hoy se pide a un cristiano madurado por la gracia: fe, eclesialidad, celebración, misión, oración personal y comunitaria, etc…” (Entrevista 3).

Esperamos que asumas, valores e impulses la vida espiritual de nuestros pueblos y pongas un granito de arena en la fuerza evangelizadora de los mismos.

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