En este tiempo de pandemia donde el tema sobre el cuidado ha salido muchas veces en nuestras charlas nos preguntamos, ¿cómo cuida Dios a su pueblo? Para dar respuesta a esta pregunta, la mejor forma es hacer un breve recorrido por el Antiguo Testamento y retomar las enseñanzas de Dios en un tiempo y en un lugar concretos, para darnos cuenta que su Palabra se mantiene vigente, y con ello iluminarnos para seguir cuidándonos entre nosotros.

Retomar estas enseñanzas de cuidado son un excelente ejercicio que, como catequista, puedes hacer en una clase para repasar el Antiguo Testamento y las enseñanzas que éste tiene en nuestra vida actual.

 

Dios quiere lo mejor para ti

Según los biblistas, la historia de Dios con el pueblo de Israel inicia con Abraham. Dios dialoga con Abraham y le hace una propuesta (Gn 12,1-2): «Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición…”

La promesa de Dios responde a las aspiraciones de Abraham: una tierra, hijos y bendiciones. Y lo invita a emigrar en busca de una tierra mejor. Canaán es el inicio de una vida nueva que Dios le promete. A cambio le pide confiar absolutamente en su palabra. Abraham lo hace reflejado en el sacrificio de Isaac (Gén 22,12). Por eso Abraham se convierte en el padre y modelo de fe que estamos invitados a seguir.

Dios aparece como aquel que inicia una amistad. Dialoga, propone, bendice y te desea lo mejor. Dios es aquel que te busca, desea que seas su pueblo, que le escuches y le hagamos caso para que te vaya bien, como lo hizo con Abraham, el primero que creyó. Dios no se impone, por eso permite que Dios entre en tu vida porque sólo va traer cosas buenas para ti.

 

Dios es un amigo que proveerá

La promesa de bendición que Dios hizo a Abraham perduró y fue transmitiéndose de padres a hijos, de hijos a nietos, así es como llegamos a los Patriarcas. De ellos sabemos la promesa que Dios les hizo y la respuesta que éstos dieron.

 

Los Patriarcas vivían como seminómadas, cuidando su ganado y migrando a los lugares donde había alimento para éstos. Rendían culto a Dios al aire libre, debajo de los árboles, en las montañas o a orillas del río; quemando animales o frutos y cantando salmos para alabar a Dios, agradecerle y purificarse de sus pecados.

Entonces, Dios aparece como un amigo cercano, fiel; generador de prosperidad, comida y pastos para sus animales. Así cuida Dios a las personas. Así nos cuida también a nosotros. Él quiere darnos su bendición, desea tu bien. Haz como Isaac, Jacob o José, escúchalo, créele y deja que entre en tu vida. Así podrás heredar algo a tus hijos.

 

Dios es libertad

Con el paso del tiempo, aparece en escena el imperio egipcio. Los hebreos se vieron en la necesidad de acudir a ellos a través de José, el que fue “vendido por sus hermanos por veinte monedas de plata” (Gén 37,28).

“Pasaron muchos años, murió el rey de Egipto y los israelitas se lamentaban bajo la esclavitud. Gritaron, y los gritos de auxilio de los esclavos llegaron a Dios. Él escuchó sus lamentos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Miró a sus hijos y los reconoció” (Ex 2,23-25).

Como se desprende del mismo texto, Dios “oyó”, “se acordó” y “miró”. Así mostró su cuidado con los hebreos. Sacó a su pueblo de la esclavitud, porque Dios quiere hombres y mujeres libres. Es lo mismo que Dios quiere hacer contigo: escucharte, mirarte, estar contigo; salvarte de las malas situaciones y llevarte a un espacio de libertad interior para que crezcas en amor y libertad. Deja que Él sea tu guía.

 

Los mandamientos son las reglas para cuidarnos

Habiendo liberado a los israelitas de los egipcios, Dios no los abandona a su suerte. Con Moisés al frente, Yahvé está pendiente de ellos. Su cuidado lo muestra dándoles de comer con el maná (Ex 16,12-15), dándoles de beber con el agua que saca de la roca (Ex 17,4-7). Pero el momento más solemne de este caminar de 40 años por el desierto es la Alianza, que se expresa en el decálogo o los diez mandamientos (Ex 20,1-21; 24,3-11). Esto hace que Israel renueve su relación con Dios, pero también el reto de ser diferente a los otros pueblos de su entorno. Los mandamientos son reglas para vivir en comunidad, para ser un pueblo de hermanos.

Con la Alianza, Dios aparece como un padre terreno, responsable, pues da de comer, de beber y organiza con un reglamento para que las personas se comporten como hermanos. Así es como el Creador cuida a su pueblo.

 

Ayudar es cuidar a la comunidad

Dios “entrega” la Tierra que les había prometido a los israelitas. Ahora aparece Josué como el primer juez de Israel. En las montañas, las familias se organizaron en clanes y tribus, sin reyes, orientados por los ancianos. Cada tribu producía lo que necesitaba para vivir y no había impuestos que pagar. El acontecimiento más relevante fue la asamblea de Siquem (Jos 24,1-28), donde el pueblo renovó su alianza con Dios. «Por ningún motivo abandonaremos a Yavé para servir a otros dioses, porque Yavé, nuestro Dios, fue quien nos hizo subir con nuestros padres desde Egipto, y nos protegió a lo largo del camino por donde íbamos, y en medio de todos los pueblos por donde pasábamos. Yavé fue quien expulsó delante de nosotros a todos esos pueblos como también a los amorreos que vivían en este país. Serviremos pues a Yavé, él es nuestro Dios» (vv.16-18).

Renovar el compromiso de amar y confiar en Dios y organizar la vida del pueblo según sus mandatos, significa volver a la ayuda solidaria y tener a Dios como único Señor.

En este momento, Dios muestra su cuidado cumpliendo la promesa que hizo allá en otro tiempo con Abraham. Ofrece de nuevo su presencia, renovando su trato con su pueblo. Así nos cuida Dios: él está siempre atento a cada uno de nosotros, cumpliendo su propuesta de diálogo, de bendición. Si por algún motivo te alejaste de Dios, te dejaste deslumbrar con otra cosa (ídolo), renueva tu trato con Él. Y dí como el pueblo: Serviré a Yahvé, pues él es mi Dios.

 

Dios cuida tus derechos

Con el paso del tiempo, los israelitas comenzaron a creer que la solución era nombrar un rey poderoso, con palacio, soldados y lujo. El profeta Samuel les advirtió de los peligros, pero no lo escucharon (1 Sam 8,1-21). Frente a esta nueva realidad, Dios cuida a su pueblo a través de los Profetas. Éstos son hombres del pueblo que Dios llama con la misión de hacer vivir la Alianza y el proyecto de fraternidad (Amós 7,12-15; Jer 1,4-10; 26,10-24).

A Dios no le importa el tipo de gobierno en el poder; le importa la persona, y su cuidado se encarna en la persona del profeta que reclama, habla en su nombre y hace oír su voz. Más que una religión de culto, Dios pide hechos en favor de los que sufren por la marginación, el hambre o el dolor. Así te muestra su cuidado. Él cuida tus derechos.

 

A pesar del grito de los profetas, el pueblo no quiso escuchar y fue exiliado, acabaron desterrados en Babilonia. En medio de esta tragedia, los profetas levantaron la voz para ayudar al pueblo de Dios a comprender las causas que llevaron a tal situación y a mantener viva la esperanza. El profeta Ezequiel recuerda las palabras de Yavé: “Voy a traer de vuelta a los desterrados de Jacob, tendré piedad de todo Israel y defenderé celosamente mi Santo Nombre. Cuando vivan en paz en su país y ya nadie los moleste, se olvidarán de su tristeza pasada y de todas las infidelidades que cometieron contra mí. Los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta del país de sus enemigos. Por su intermedio manifestaré mi santidad ante numerosas naciones. Sabrán que yo soy Yavé cuando me manifieste a las naciones paganas. Ya no les ocultaré mi rostro, sino que difundiré mi Espíritu en mi pueblo de Israel, palabra de Yavé (Ez 39,25-29)”.

Esta fue la experiencia más dura que vivió este pueblo. Al releer su pasado descubre que se portó mal, fue “infiel”, abandonó al bueno, a Yahvé y se fue tras otros dioses. A pesar de eso, Dios siempre estuvo presente, él siempre los cuidó. Entonces nacen cánticos, oraciones, reflexiones de los sabios. Por ahora Dios parece haberse escondido, pero pronto volverá a manifestarse, como afirma Isaías.

El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande; habitaban el oscuro país de la muerte, pero fueron iluminados. Tú los has bendecido y multiplicado, los has colmado de alegría. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; le ponen en el hombro el distintivo del rey y proclaman su nombre: «Consejero admirable, Dios fuerte, Padre que no muere, príncipe de la Paz» (Is 9,1-2.5).

Aquí cabe preguntarnos: ¿Cómo nos hemos portado? ¿Sentimos que Dios nos ha “castigado” o nuestras acciones nos han alejado de Dios? Aun así, Dios nos cuida y no nos dejará en el olvido. No nos oculta su rostro.

 

Como puedes darte cuenta, a través de este breve recorrido por el caminar del pueblo de Israel, Dios-Yahvé cuida a su pueblo. Lo cuida porque lo ama. Lo ama porque él lo creó, lo formó para ser “luz ante las naciones”. Y aunque el Pueblo rompió en varios momentos la Alianza, el pacto de ser pueblo-de-Dios, éste nunca los abandonó.

Dios no abandona su creación, aunque ésta se desvié o lo desconozca. La ama porque es suya, y Dios crea por amor. Hicimos este recorrido para mostrarte que la palabra de Dios es dinámica. Dios no es alguien alejado o escondido, sino que camina en entre nosotros. Él permanece fiel a su promesa de amor y cuando el pueblo se aleja o se pierde, Él lo busca, lo llama para renovar su Alianza de amor. Más que un padre, sus acciones reflejan más bien actitudes de una madre: busca con paciencia, dialoga con ternura, perdona siempre. Su amor no conoce límites. ¿Ya experimentaste o conociste a este Dios? Deja que entre a tu vida, escucha su palabra; Él siempre te está buscando porque para eso te llamó a la vida, para estar con él y darte lo mejor.

Enseña esto a tus catequizandos o a los demás miembros de tu comunidad cristiana, no olviden nunca cómo cuida Dios a su pueblo.