5 maneras de combatir la crisis de fe en los jóvenes


«Si eres joven en edad, pero te sientes débil, cansado o desilusionado, pídele a Jesús que te renueve. Con él no falta la esperanza. Lo mismo puedes hacer si te sientes sumergido en los vicios, las malas costumbres, el egoísmo o la comodidad enfermiza. Jesús, lleno de vida, quiere ayudarte para que ser joven valga la pena. Así no privarás al mundo de ese aporte que solo tú puedes hacerle, siendo único e irrepetible como eres” (Vive Cristo, n. 109).

Si en algún momento, como educador o educadora en la fe, te has preguntado ¿por qué educar a los adolescentes y jóvenes en la fe? ¿No fue ya suficiente con lo que aprendieron en prescolar y primaria? Además, ¿cómo hacerlo en la edad de la rebeldía, en una etapa en la que con frecuencia no quieren saber nada de religión ni de una institución con tantas normas y reglas? Te invitamos a reflexionar sobre 5 argumentos que estamos seguros te animarán para seguir haciendo tu labor con mucho entusiasmo y encausarán a los jóvenes al camino de la fe.

  1. La adolescencia es una etapa de búsqueda de identidad

De entrada, podemos decir que educamos en la fe a los adolescentes y jóvenes porque están en una etapa de exploración, de responder muchas preguntas para formar su personalidad. Necesitan construir su identidad, y para ello buscan modelos a quienes imitar, criterios para orientarse en la vida y valores que quizá no encuentran en casa por diversas razones.

En la exhortación apostólica Vive Cristo, encontramos: “En algunos jóvenes reconocemos un deseo de Dios… sensibilidad artística, necesidad de comunicación, profundo deseo de una vida diferente”.

Es en esta etapa, en la que podemos presentarles personajes luminosos, como santos y santas, hombres y mujeres que dieron ejemplo de servicio, de entrega y de vida alegre en favor de los demás. Hay toda una “nube de testigos” a lo largo del caminar de la Iglesia. Pero el “personaje” principal que tenemos que mostrarles es Jesús de Nazaret, el modelo por excelencia de persona, de cómo vivir la vida para hacer un mundo mejor, más habitable y saludable para todos. Jesús vino a decirnos: “Síganme”, “yo estoy con ustedes”, “no teman”, “no tengan miedo”, “ámense como yo los he amado”.

Las formas de cómo hacerlo son muchas: a través de películas, lecturas dirigidas, campamentos, celebraciones especiales, un libro especial para cada grado con actividades varias: cuentos, reflexiones, trabajos en equipo, por mencionar solo algunas.

  1. Acompañar su educación “gradual y sistemática” para la vida

La educación en general, y la de la fe en especial, es un proceso que inicia en preescolar, continúa en la primaria, sigue en la secundaria y hasta en la educación media superior. Y en relación a la fe, siempre hay camino por delante para madurar. Como todo aprendizaje debe ser un proceso gradual y ordenado.

En esta línea, el Directorio para la catequesis nos dice: “La catequesis hace madurar la conversión inicial y ayuda a los cristianos a dar un significado pleno a su propia existencia, educándolos en una mentalidad de fe conforme al Evangelio, hasta que gradualmente lleguen a sentir, pensar y actuar como Cristo”.

En los primeros años se asientan las bases de la iniciación en la fe a través de los gestos y palabras de sus padres y educadores. Aprenden las primeras oraciones, a orar también de manera espontánea. Es una etapa ante todo experiencial. Lo intelectual, los conceptos básicos de la fe vienen después, y también la simbología, los ritos, los colores, las oraciones básicas de la comunidad cristiana (Avemaría, Padrenuestro, el Credo), los sacramentos, las formas de hacer oración y cómo usar la Biblia.

A los educandos se les va guiando poco a poco, teniendo en cuenta que no se trata tanto de memorizar, sino de traducir la fe en la vida de la escuela, de la familia y de la comunidad en que se vive. La fe nos da confianza para relacionarnos con los demás, para salir de nosotros y enfrentar la vida y las dificultades con valentía día tras día.

  1. Consolidar los valores que orienten su vida

Hoy sabemos que existe una estrecha relación entre la profunda crisis de valores que padece nuestra sociedad y nuestro sistema educativo, esencialmente instrumental, funcionalista, neutro, con escasas opciones para un compromiso social, sin confrontación ante los problemas de la sociedad y sin contenidos éticos.

La crisis de fe en adolescentes pareciera estar promovida por una educación programada para no pensar, para no analizar, para no cuestionar, para no comprometerse y no autoformarse está orientada, fundamentalmente, al examen, a la promoción, al título, pero no a la vida misma. Esta educación está orientada al consumo, no solo de bienes materiales, sino de ideas, de datos, de conceptos prefabricados, empastados y enlatados. Un autor la ha definido como la cultura de la “domesticación”. Y los educandos no tienen más remedio que aceptarla porque si no, no hay título; y si no hay título, no hay profesión; y si no hay profesión, no hay dinero; y si no hay dinero, no hay estatus; y si no hay status, pues no hay nada.

El sistema educativo está orientado más hacia el desarrollo de lo cognoscitivo, desconociendo lo emocional, la afectividad, los sentimientos, la autoestima, los valores.

Los valores constituyen el corazón mismo de todo el proceso educativo. Necesitamos recuperar esa educación que genere en los educandos capacidad de síntesis, espíritu crítico, iniciativa, personalidad autónoma asentada sobre profundos valores estéticos y evangélicos.

Necesitamos recuperar de la educación aquello que los griegos llamaron la paideia y que la concebían como una formación para la autonomía personal, para la autoestima, para el dialogo, para la creatividad, para la criticidad, para la identidad personal y social. Para todo esto, y más, puede ayudarnos la educación en la fe.

  1. La fe en Jesús: nuestra mejor herencia

Como maestros de adolescentes, deseamos lo mejor para ellos. Es por eso que compartimos lo que gratis hemos recibido: la fe. Y es que en la medida en que les compartimos la fe, se fortalece, como afirma el apóstol Pablo.

Esto es lo primero que deberíamos trasmitir a nuestros hijos e hijas. Porque la fe en el Dios de Jesús les ayudará a enfrentar todo lo que venga. Así tendremos personas más autónomas y resilientes, porque se sentirán abrazadas por un Dios que los ama y los acompaña en todo su caminar. Con autónomas queremos decir responsables, que deciden por sí mismas y no se dejan llevar por lo que escuchan de otros, como los medios de comunicación y las redes sociales. Y aunque los medios de comunicación sean “su mundo”, tienen criterios para decidir lo mejor para sí y para los demás.

¿Cómo podemos trasmitir esto que hemos recibido?

  • Dando testimonio alegre y auténtico de nuestra fe.
  • Usando un lenguaje narrativo y sencillo acorde a los adolescentes y jóvenes.
  • Poniendo en práctica la recomendación del papa Francisco: el lenguaje de la mente, del corazón y de las manos.
  • Promover diversas actividades, como trabajos en equipo, lecturas dirigidas, retiros de un día, celebraciones varias a lo largo del año.
  1. La formación en la fe es permanente y la vida es dinámica

Hoy sabemos que la formación en cualquier materia no se agota al recibir un título. La formación en esa área es un gran reto en un mundo tan cambiante, y hay que seguir estudiando, profundizando, porque cada día viene cargado de novedades y sorpresas. El tema de Dios, aún más, el misterio de Dios es tan amplio que no se puede agotar en un curso, ni dos, ni tres. La fe acompaña a lo largo de nuestra vida.

“Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que vale (…) Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual (Vive Cristo, n. 161).

Estas 5 consideraciones son los motivos para seguir educando en la fe a los adolescentes y jóvenes. Necesitamos hacerlo porque ellos están buscando de dónde agarrarse para enfrentar la vida. Están buscando modelos a quienes imitar, criterios para orientarse y propuestas que no encuentran fácilmente. Pero, también, como sabemos por experiencia, la fe es buena y ayuda a las personas a encontrarse y ser más felices. Por último, no olvidemos hacer equipo, alianza con la familia, la escuela y la comunidad cristiana para que juntos busquemos caminos que ayuden a cada adolescente por el bien de todos.

Si te gustó nuestro artículo, estaremos muy agradecidos si nos comentas algo de tus descubrimientos con tus alumnos y alumnas.

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