Hace 52 años, en 1968, llegó a São Félix do Araguaia, en el Mato Grosso de Brasil, a fundar una misión católica en plena dictadura militar. Tres años más tarde fue consagrado obispo de la Prelatura, el mismo día en que publicaba su primera carta pastoral: La Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social. Pocos meses más tarde ya escribía: “esta es mi tierra, este es mi pueblo. Con ella, por él, caminaré hasta la Patria”.
Y lo cumplió a cabalidad. Ni las reiteradas amenazas de muerte, ni los intentos de expulsión del país por parte del gobierno pudieron doblegar la voluntad férrea de quien había decidido vivir y anunciar el evangelio liberador a los pobres y excluidos de la Amazonía.
El trabajo pastoral de Don Pedro se centró especialmente en la catequesis y las celebraciones de la fe, la educación, la atención de la salud, la defensa de los derechos humanos, la lucha por la tierra y la causa indígena.
Sus cartas abiertas, artículos, entrevistas, libros y poemas, pero sobre todo su ejemplo de lucha, entrega y congruencia han inspirado a varias generaciones de cristianos dentro y fuera del continente, y lo seguirán haciendo por mucho tiempo, porque sus causas continúan.
Esta misma casa editorial hizo eco de algunas de las cartillas de pastoral elaboradas por el equipo de catequistas de su diócesis, que han inspirado y aún siguen inspirando a tantos catequistas y agentes de pastoral.
La muerte se produjo el sábado 8 de agosto a las 9.40, hora de Brasilia, a los 92 años de edad, debido a complicaciones respiratorias y al debilitamiento causado por el Parkinson que padecía desde hacía 36 años.
Dios, los pobres, la tierra, los indígenas, los que nada pueden, los que no cuentan… fueron las causas que lo acompañaron siempre y dieron sentido a su vida. Un hombre sencillo, y frágil en lo físico, pero un gigante insobornable cuando se trató de defender a “los que mueren-matados tantas veces antes de tiempo”. Un obispo con sandalias y sin mitra. Un obispo del pueblo.