Los atributos que distinguen a nuestros actos litúrgicos


“En efecto, la liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra redención, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia”.

(Sacrosantum Concilium 2)

 

Agentes de pastoral y catequistas, seguramente ustedes, igual que nosotros, han visto, oído o quizá hasta experimentado que, a veces, en algunas comunidades se celebra la liturgia sin celebrar nada: se ora sin comunicarse con Dios, se comulga sin comulgar con nadie, se oyen -no se escuchan- las Escrituras sin profundizar el mensaje de Jesús y sin que pase nada en nuestras vidas. En pocas palabras, en esas celebraciones litúrgicas se está, pero no se vive. ¿Verdad que sí? ¿Por qué sucede eso en algunas comunidades?

Según nuestra experiencia, cuando asistimos a cualquier evento público que no entendemos, y que para nosotros no tiene sentido, nos aburrimos y no lo vivimos ni lo disfrutamos. Cuando asistimos a algún acto litúrgico entendiendo que en él se realiza lo que podríamos llamar “la oración pública de la comunidad católica, la Iglesia”, y que todo acto litúrgico implica un don de comunicación de Dios con los seres humanos y una respuesta de nosotros, seres humanos a Dios, participamos, no solo estamos, lo vivimos y hasta lo saboreamos.

Queremos ahora compartir con ustedes las 10 características más distintivas de nuestra liturgia católica, para que en su comunidad y en otras con las que tengan contacto haya celebraciones litúrgicas vivas y con sentido. Enseguida, basados sobre todo en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Vaticano II, las enumeramos y comentamos algo de cada una.

 

 

La liturgia católica es fundamentalmente:

  1. Trinitaria: es don y obra de la Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Si observamos, toda celebración litúrgica se inicia con una fórmula trinitaria: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, que nosotros confirmamos con un “Amén”. Todas las oraciones, en la liturgia, “se dirigen al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo”, y nosotros nos unimos con un “Amén”. ¿Por qué? Porque el Padre es fuente y fin de la liturgia, Cristo es el único mediador entre el Padre y nosotros, y el Espíritu Santo es el dador de la gracia, la vida que nos transmite la liturgia (Cf. n. 5). Es una invitación a que vivamos en comunidad a ejemplo de la Trinidad.
  2. Cristocéntrica: el centro de la liturgia es Cristo, muerto, resucitado y glorioso, “por él, con él y en él” damos al Padre “todo honor y toda gloria”, “en la unidad del Espíritu Santo”, porque Cristo es el mediador por excelencia entre el pueblo y el Padre. Cristo, en cada celebración, “ora por el pueblo, ora en el pueblo y es invocado por el pueblo (Cf. n. 5). Cristo es el modelo a seguir para lograr un mundo más justo y fraterno.
  3. Comunitaria y eclesial: “Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de Iglesia, que es sacramento de unidad, es decir, pueblo santo congregado…” Por eso, toda celebración litúrgica deberá ser preferencialmente comunitaria, o sea, con asistencia y participación activa de fieles de la comunidad. La Iglesia celebra todos los actos litúrgicos y todos y cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, los celebramos con y en (n. 26 y Cf.27). Ser y saber hacer comunidad es tarea imprescindible para encontrarnos con Jesús.
  4. Bíblica: es muy grande y significativa la importancia de las Sagradas Escrituras en la liturgia; de ellas son las lecturas y los salmos y en ellas se inspiran la homilía, las oraciones, las antífonas y los himnos, lo mismo que muchas de las acciones y símbolos. La liturgia, celebrada con espíritu, fomenta el amor suave y vivo hacia las Escrituras, a través de las que Cristo le habla a su pueblo. (Cf. n. 24 y 51). La razón por la que la Biblia norma nuestra fe es porque en ella encontramos testimonios de hombres y mujeres que, a través de la historia de la salvación, han vivido la experiencia de Dios que la liturgia, aquí y ahora, quiere provocarnos.
  5. Pascual: la liturgia, como medio a través del cual la Iglesia “ejerce la obra de nuestra redención” y “la perfecta glorificación de Dios”, nos centra y nos hace participar de la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Cristo, misterio pascual por el que realizó la redención humana (Cf. n.5). La liturgia nos llama a pasar de la no-vida a la Vida (con mayúscula) que solo podemos recibir de aquel que nos ha convocado y reunido.
  6. Sagrada: Sagrada significa profunda, con hondura tal que infunde respeto como a Moisés frente a la zarza ardiente. Así nos acercamos a Jesucristo, que, siempre presente en las celebraciones, viene a nuestro encuentro como sacerdote para realizar, junto con nosotros, su pueblo, su Cuerpo Místico, su Iglesia, esa “acción sagrada por excelencia” que es la liturgia (n.7). La Sagrada Liturgia, vivida con profundidad y hondura, nos ayuda a vivir con mayor naturalidad el valor del respeto cuidadoso a lo sagrado de las personas y al cuidado del medio ambiente y de todos los dones de Dios que nos rodean.
  7. Simbólica: en la liturgia expresamos con símbolos y signos realidades divinas. La liturgia, bien vivida, es un modelo de comunicación de ida y vuelta (dialogal) en la que mediante palabras, gestos, símbolos, aclamaciones y cantos expresamos un hecho, una realidad maravillosa: Dios dialoga con su pueblo (Cf. n. 21 y 33). En la liturgia usamos símbolos sensibles para expresar “con mayor claridad las cosas santas que significan” y que no vemos, y así el pueblo fiel pueda comprenderlas y vivirlas. Y lo hacemos porque los seres humanos necesitamos sentir para comprender y creer.
  8. Participativa: la participación real de cada uno de los laicos y de la comunidad en las celebraciones litúrgicas es un derecho y una obligación. Dicha participación debe ser:
    • Plena: con mente, corazón y vida; con toda el alma y con todo el cuerpo.
    • Consciente: no somnolientos ni dormidos; no distraídos, sino concentrados; no ignorantes, sino sabiendo lo que hacemos.
    • Activa: no ser espectadores sino activos protagonistas en todo; escucha, respuestas, aclamaciones, cantos, gestos, acciones y posturas.
    • Fructuosa: tratando de obtener todo el fruto espiritual, toda la gracia propia de cada celebración litúrgica. Esto depende de nuestra disposición interna y externa, es decir, de la pasión, emoción y fervor con el que participemos, y de que nuestra manera de estar de pie, sentados o de rodillas demuestre que sabemos y sentimos que estamos frente a Dios, para que su gracia no se dé en vano.
    • Sincrónica y sinfónica: cada uno de los participantes, ministros y fieles, harán lo que les corresponde: presidir, acolitar, leer, monitorear, cantar, responder, aclamar, escuchar, dialogar, animar, pero con tal piedad, entusiasmo, concordancia y armonía que cada celebración resuene como una sinfonía.
    • Vitalmente alegre: porque la liturgia nos pone en contacto y presencia con el Dios que nos participa de su “agua viva” y es la causa más verdadera de nuestra felicidad y nuestra alegría. Para que, cuando se nos invita: “¡Levantemos el corazón!”, respondamos con alegre verdad: “¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!”. (Participativa: nn.11,14,28-30)
  9. Enmarcada en el año litúrgico: la liturgia toda gira anualmente entorno a los misterios de la redención, protagonizada por Cristo, a los misterios de María, coprotagonista de la encarnación, del nacimiento y de toda la vida de Jesús y las misteriosas vidas de los mártires y los santos, revalorizando todos los domingos del año. Desde el Adviento y la Navidad, hasta la Pascua y Pentecostés, “se conmemora convenientemente el ciclo entero del misterio salvífico”. Este ciclo abre a los fieles, haciéndoles presentes en todo tiempo “las riquezas del poder santificador y los méritos de Cristo”, para que puedan ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (Cf. nn. 102-106). De esta manera la liturgia nos ayuda a elevar nuestra mente, abrir nuestro corazón y tomar en cuenta en nuestra vida a Dios, durante todo el año.
  • Escatológica: la liturgia de aquí es de peregrinos, pero nos invita siempre a ver más allá, al final de los tiempos hacia el que peregrinamos y en donde esperamos poder participar en la liturgia eterna y celestial. Significa que en cada celebración preguntamos la realidad que Dios nos tiene preparada al final de los tiempos. Así, la liturgia nos invita a estar abiertos a la realidad que desconocemos, pero la creemos y esperamos (Cf. n. 8).

 

Estamos seguros que la reflexión sobre cada una de las 10 características de nuestra liturgia católica que les compartimos, les ayudará a ser mejores participantes en ella, mejores animadores de la misma, sobre todo si lo hacen en equipo. Ahora comprenden con más claridad por qué “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”.

Les agradecemos, de antemano, que nos compartan los resultados de su propia reflexión.

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