7 actitudes valiosas para interiorizar y practicar con nuestros hijos
“La educación es el momento que decide si amamos lo suficiente al mundo como para responsabilizarnos de él y salvarlo de la ruina, lo cual es inevitable sin renovación, sin la llegada de nuevos seres, de jóvenes. En la educación se decide también si amamos tanto a nuestros hijos al punto de no excluirlos de nuestro mundo, dejándolos a merced de sí mismos, al punto de no quitarles su oportunidad de emprender algo nuevo, algo impredecible para nosotros, y los preparamos para la tarea de renovar un mundo que será común a todos”.
Arendt H. (Entre el pasado y el futuro, Garzanti, Turín 1999).
Una preocupación constante de los padres
Como padres y madres de familia, muchas veces no sabemos dónde inspirarnos o con qué criterios podemos enseñar a nuestros hijos e hijas para que crezcan con valores, tengan herramientas básicas y puedan discernir cada situación por sí mismos en la vida. Frente a esta inquietud, podemos decirte que la Iglesia, y especialmente el papa Francisco, está muy interesada en la educación de los niños, adolescentes y jóvenes.
La propuesta del Santo Padre
El Papa ha afirmado en diferentes momentos lo que él espera de la educación. Su propuesta es una invitación a cuidar la fragilidad de las personas y del mundo en el que vivimos -una invitación que no concierne realmente solo a los cristianos, sino a todos los hombres y mujeres de la Tierra- la educación y la formación se convierten en prioridades, porque ayudan a ser protagonistas directos y co-constructores del bien común y de la paz.
Dicha propuesta se presenta en 7 puntos:
- Poner en el centro de todo proceso educativo formal e informal a nuestros hijos e hijas: su valor, su dignidad, para hacer sobresalir su propia especificidad, su belleza, su singularidad y, al mismo tiempo, su capacidad de relacionarse con los demás y con la realidad que los rodea, rechazando esos estilos de vida que favorecen la difusión de la cultura del descarte. Nos corresponde llevarlos de la mano, dialogando, caminando, hasta tener la madurez suficiente.
- Escuchar la voz de nuestros hijos e hijas (niños, adolescentes y jóvenes), sus deseos, anhelos o sueños para construir juntos un futuro de justicia y de paz, una vida digna para ellos y quienes los rodean.
- Fomentar la plena participación de nuestros hijos e hijas en su educación. Nosotros podemos sugerirles, compartirles testimonios de vidas luminosas, darles criterios de orientación, sugerencias que a nosotros nos fueron útiles, pero, finalmente, ellos y ellas son quienes dan dar el paso que sigue.
- Tener a la familia como primera e indispensable educadora. La familia es la célula principal en la educación de valores morales, religiosos, éticos, disciplinarios, que ayudarán al niño a construir su identidad como persona dentro de una sociedad con la capacidad y las herramientas necesarias para pensar por sí mismo y para llegar hacer individuos independientes y autónomos. Hacer nuestra labor de compartir con nuestros hijos e hijas lo que sabemos, lo que recibimos de nuestros mayores, lo que ha sido valioso para nosotros. La comunicación y el establecimiento de normas claras es la clave para una mejor convivencia familiar y social.
- Educar y educarnos para acoger, abriéndonos a los más vulnerables y marginados. Aprender de la doctrina de la Iglesia, de Jesús, de las grandes mujeres y hombres que nos dieron muestras de apertura a los otros, como a san Francisco o madre Teresa de Calcuta con los enfermos.
- Comprometernos a estudiar para encontrar otras formas de entender la economía, la política, el crecimiento y el progreso, para que estén verdaderamente al servicio del hombre y de toda la familia humana en la perspectiva de una ecología integral. Que nuestros hijos e hijas nos vean estudiando, buscando respuestas, y no dar muestras que ya lo sabemos o tenemos todo resuelto.
- Salvaguardar y cultivar nuestra casa común, protegiéndola de la explotación de sus recursos, adoptando estilos de vida más sobrios y buscando el aprovechamiento integral de las energías renovables y respetuosas del entorno humano y natural, siguiendo los principios de subsidiariedad y solidaridad y de la economía circular. E inculcarles cada día acciones pequeñas como cuidar el agua, hacer buen uso de la luz, de sus cosas personales.
Papás y mamás tienes que practicar
Estas siete pistas suenan muy propositivas y alentadoras frente a la educación tradicional vigente. Hay que conocerlas, practicarlas, sabiendo que “no se puede improvisar una educación en valores ni se puede suponer que solo los valores conocidos en sí mismos son capaces de actuar en la realidad. Se requiere de un ejercicio continuo en acciones, conductas, palabras, testimonios, ejemplos, donde los valores pueden ser actuados en nuestra condición humana; frente al otro o los otros. Valores que efectivamente despierten la conciencia de que existen y que hay otros seres humanos que son nuestros prójimos y que merecen de nuestra atención y escucha” (Lipman, M., El valor de educar y la filosofía para niños).
Educación temprana
Al hablar de introducir a los niños en los valores, dice Lipman, hay que hacerlo desde la primera fase de su educación, es decir, en la etapa preescolar o inicial. De tal manera que podamos formar, a lo largo de su crecimiento y aprendizaje, niños y jóvenes con criterios sólidos, capaces de saber distinguir e incorporar en su personalidad valores genuinos, abiertos, tolerantes solidarios, críticos, etc., desde una verdad que no se distorsione en el transcurso de sus vidas ni en las actividades y experiencias que vivan, bien sea en su desempeño como profesionales o en el ejercicio de su oficio.
De tal manera, que durante toda la etapa de formación escolar, logren una experiencia personal que les permita tomar las mejores decisiones que contribuyan cada vez más a definir sus roles como personas, siendo capaces de regirse y poner en práctica su «mundo de ideas» en sus relaciones con otras personas, con apertura, pluralismo y sentido crítico, para ser exitosos en las actividades y tareas cotidianas que se propongan realizar. Así podrán ir gradualmente pasando de una identidad personal rica en valores familiares, a otra llena también de valores éticos y morales, para un mejor desarrollo como personas.
La educación es transformadora
Entremos en estas pistas, interioricemos su significado y pongámoslo en práctica “con acciones, conductas, palabras, testimonios…” Es muy probable que la educación, “llamada a crear una ciudadanía ecológica” (Laudato si’, n. 211), puede convertirse en un instrumento eficaz para construir, en una perspectiva de largo plazo, una sociedad más acogedora y atenta al cuidado de los demás y de la creación. Es decir, el compromiso educativo no solo se dirige a los beneficiarios directos, niños y jóvenes, sino que es un servicio a la familia y a la sociedad en su conjunto, que al educar se renueva.