Leonardo Boff


Durante más de veinte años investigué sobre San José en las mejores bibliotecas del mundo. De esa búsqueda resultó un libro de tamaño considerable, «San José, la personificación del Padre», que personalmente considero, por la edad que tengo, mi «nunc dimitis» (mi despedida) de una reflexión dogmático-sistemática sobre la fé cristiana.

Como todas las cosas, así también José, además de su lado visible de artesano, esposo, padre, educador, posee otro invisible, ligado al Misterio que adquirió una expresión singular en el camino de María, en el de Jesús y en su propio camino. En el libro intento mostrar que él significa la personificación del Padre, así como Jesús lo es del Hijo y María, del Espíritu Santo. Este discurso vale únicamente para los cristianos y no voy a abordar ahora esa espinosa cuestión. Me limitaré a lo que todos pueden comprender independientemente de la fe que profesen.

San José es una figura de sombra. No dejó ninguna palabra, sólo tuvo sueños que, no sin dificultad, acató y siguió. No sabemos cuándo nació ni cuándo murió. Sólo sabemos que, valiente y decidido, llevó a su casa a una muchacha embarazada y asumió al hijo poniéndole el nombre de Jesús. Luego tuvo que hacer frente con su familia a la persecución de un monarca sanguinario, huyó al exilio y, al volver, se escondió en un pueblecito del norte, en Nazaret. Inició al hijo en las tradiciones religiosas de su pueblo y le transmitió la profesión de artesano-carpintero. Se dice de él que era un hombre justo. Después, desapareció sin dejar rastro. Únicamente los apócrifos (libros tardíos no aceptados por la Iglesia oficial) saben mucho de José pero de manera fantasiosa y, a veces, ridícula. Llegan a decir que, viudo con seis hijos, se casó con María a los 93 años, estuvo con ella 18 años y murió a los 111.

San José nunca tuvo centralidad en la Iglesia. Solamente después de 800 años aparecieron los primeros sermones sobre él. Sólo en 1870 fue proclamado patrono de la Iglesia Universal, no por el propio Papa, sino por un decreto de la Congregación de Ritos. En los años 60 el Papa Juan XXIII incluyó su nombre en el canon de la misa.

Esta invisibilidad de San José tiene su sentido. Es la base de una espiritualidad bastante olvidada por el cristianismo oficial. En éste son los papas, los obispos y los curas quienes ocupan la escena, hablan y tienen visibilidad. Pero existe un poderoso cristianismo popular, cotidiano y anónimo del que nadie toma nota. En él viven la gran mayoría de los cristianos, nuestros padres, abuelos y parientes que toman en serio el evangelio y el seguimiento de Jesús. Más que patrono de la Iglesia universal, es el patrono de la Iglesia doméstica, de los hermanos y hermanas más pequeños de Jesús. Es un representante de la «buena gente», de la «gente humilde», sepultada en su día-a-día gris, que se gana la vida con mucho trabajo y lleva honradamente a sus familias por los caminos de la honestidad. Se orientan más por el sentimiento profundo de Dios que por doctrinas teológicas sobre Dios. Para ellos, como para José, Dios no es un problema sino una luz poderosa para solucionarlos.

En este ambiente creció Jesús. Su relación con José a quien llamaba padre debe haber sido tan íntima que sirvió de base para sentir a Dios como “Papá” (Abba) y trasmitirnos esa experiencia liberadora. Esto ya es suficiente para estarle eternamente agradecidos.

Este libro, San José, la personificación de Padre, ha sido editado por Ediciones Dabar.

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