La fe y la liturgia se pertenecen mutuamente en el hecho mismo de creer


La liturgia, en su dimensión más profunda, es mucho más que un espectáculo, más o menos hermoso, al que uno puede asistir como espectador u oyente, sin sentirse vinculado a él.

Martín Irure (Una liturgia para la vida, Dabar).

 

La celebración de los sacramentos

Tenemos que reconocer que existen ya muchas comunidades cristianas, tanto en escuelas como en parroquias, que participan “plena, consciente y activamente” en las celebraciones de los sacramentos. Pero debemos reconocer también que son más las comunidades que están aún muy lejos de la participación ideal.

En un rápido sondeo, en un buen número de esas comunidades, encontramos diversos factores de la escasa participación; los más frecuentes los resumimos en dos palabras:

 

Una es “clericalización”: cuando el sacerdote se encarga de todo, oraciones, lecturas, cantos, moniciones (algunos con sus diáconos o religiosas, si los tienen), sin importarle si los fieles responden o no. En ocasiones incluso él mismo pronuncia o canta las respuestas, y todo es rápido y sin interrupciones. No existe equipo de liturgia.

La otra es “privatización”; se produce cuando los integrantes del equipo de liturgia, se supone que con la anuencia del sacerdote,

se apropian y se distribuyen entre ellos todos los servicios y/o ministerios que pueden desempeñar las y los laicos. En ambas situaciones la comunidad no es una asamblea sino solo un público de espectadores. Pero, sobre todo, en ambas el pueblo se ve privado del carácter didáctico y pastoral de las celebraciones litúrgicas, y eso, por lo que nos pudimos enterar (por breves entrevistas y observaciones), tiene serias consecuencias en la vida humano-cristiana de la comunidad.

 

La ausencia de la vida litúrgica

  1. La comunidad que asiste a las celebraciones es de personas cada vez de mayores (de más de 50 años) y su número tiende a disminuir. Las y los jóvenes hace ya mucho tiempo que casi brillan por su ausencia. Los niños y adolescentes solo se hacen presentes durante su preparación y celebración de los sacramentos de iniciación, y después muy pocos regresan. En los colegios, las y los adolescentes asisten a tales celebraciones por obligación, pero con frecuencia se distraen con el celular, chateando y hasta jugando.
  2. Se ora, o más bien se reza, sin comunicarse realmente con Dios. Se observan personas con el rosario en las manos, pasando las cuentas o con un viejo libro de oraciones, rezando mecánicamente, algo que no tiene que ver con la celebración y que repiten casi de memoria. Saben que en el templo se ora, y ellos, dado que nadie les dice nada, rezan como pueden o como acostumbran.
  3. Se oye la Palabra de Dios sin interiorizar el mensaje. Hay personas que dormitan durante la predicación del sacerdote. Algunos varones se salen al atrio y regresan cuando termina. Los más, oyen y hasta asienten o niegan con la cabeza, pero en realidad no escuchan. Sus actitudes son mecánicas.
  4. Muchos comulgan sin comulgar con nadie. Se recibe al Señor sin aceptar a los demás ni reconciliarse con ellos. No se saluda, no se comparte, no se perdona ni se pide perdón, no se interesan por los demás ni por lo que pasa en su ambiente; comulgan para sí y consigo mismos.
  5. No se da ni el silencio ni el recogimiento propios de las celebraciones. Se asiste con muchos ruidos en la mente y en el corazón, tanto los adultos mayores como las y los adolescentes escolares. No se puede celebrar si el corazón y la mente están ausentes.
  6. Se celebra sin celebrar nada. Esto se da, sobre todo en las fiestas patronales, en las que suele participar el mayor número de personas, pero totalmente volcadas a lo exterior: los tapetes, los arreglos florales, la banda, la kermesse, la vendimia, los juegos mecánicos, la recolección de las cooperaciones económicas. La participación en las celebraciones eucarísticas no refleja el número de personas que participan en la “fiesta” exterior. La mayor parte de quienes organizan o disfrutan y “consumen” en la fiesta saben, quizá, cuál es el “Santo Patrón”, pero no saben ni les interesa saber algo más de él ni del sentido de su patrocinio. Esto mismo sucede en las escuelas, en las que la congregación religiosa que las dirige, acostumbra hacer algo similar en la festividad de su santo fundador. “Participan” maestros, alumnos, familias y sus amigos, pero predominantemente en la “fiesta exterior”.
  7. Según dicen los adultos, las razones más frecuentes que las nuevas generaciones dan para no querer asistir a las celebraciones litúrgicas son las siguientes: “no tengo tiempo”, “no me nace”, “puedo creer en Dios sin ir a misa”, “creo en Dios y hasta en la Iglesia, pero no en los sacerdotes”, “mi familia casi no acostumbra ir a misa”, “la misa no me dice nada”, “La misa es muy aburrida”, “no me gustan las cosas obligadas” “ir a misa no me sirve para mi vida”, etc. Los mismos adultos y algunos sacerdotes añaden otras razones que, a su juicio, influyen en la “disociación y distanciamiento” de los jóvenes: las pandillas, la drogadicción, la violencia intrafamiliar, el desempleo, la frecuente maternidad juvenil, la pobreza y la miseria crecientes.

Todo esto nos lleva a descubrir que la fe, la liturgia y la vida no pueden estar disociadas ni alejadas entre sí; y a hacernos las siguientes interpelaciones:

  • ¿No debería ser tarea prioritaria de nuestras comunidades ayudar y acompañar a los fieles a vivir su propia experiencia interior del misterio de Dios?
  • ¿No debemos sentirnos responsables de hacer hasta lo imposible para que la fe no se vaya perdiendo poco a poco en nuestros pueblos, en nuestros hogares, en nuestra sociedad y en nuestras conciencias?
  • ¿Cómo lograr que en nuestras comunidades se despierte la capacidad que todos tenemos de acoger en nuestra vida el misterio de Jesús?
  • ¿Cómo reavivar la experiencia comunitaria de nuestras eucaristías dominicales y no dejarlas morir?
  • ¿Cómo hacer lo que sea necesario y más para transmitir una fe viva y vivificante a las nuevas generaciones?

 

La respuesta es la liturgia parroquial

Resaltando el carácter didáctico y pastoral que por naturaleza tiene la liturgia, sea viva, alegre, comunitaria, participativa y comprometida con la vida y la realidad de hombres y mujeres de todas las edades. Como agentes de la pastoral en nuestras comunidades nos corresponde:

  1. Hacer un esfuerzo respetuoso pero insistente y firme para convencer a los sacerdotes de nuestras comunidades que los primeros animadores de la liturgia son ellos, y que el hecho de que haya un grupo de laicos que se corresponsabilicen con ellos de la animación litúrgica de la comunidad, es también responsabilidad de ellos.

Promover y promovernos para que en nuestras comunidades integremos y formemos un equipo de animación litúrgica incluyente, en el que todos los laicos que desempeñan alguna labor pastoral en la comunidad se corresponsabilicen de la animación litúrgica de todas las celebraciones de la misma.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.
Tienes que aprobar los términos para continuar