El Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también dará vida a nuestros cuerpos mortales, por obra del Espíritu que habita en nosotros.

Antífona de entrada

La liturgia eucarística del 2 de noviembre, como dice el Papa Francisco “[…] alimenta sobre todo nuestra esperanza por ellos y por nosotros mismos”.

La historia de la conmemoración de los difuntos

Orar y recordar a los difuntos es una práctica tan antigua como la misma Iglesia. Pero el que hubiera una liturgia específica para conmemorarlos, y un día preciso para hacerlo, no sucedió sino hasta el siglo X en que un monje benedictino de Francia, San Odilón, fue el primero que comenzó a celebrar cada año una misa en sufragio de los fieles difuntos, y lo hacía el 2 de noviembre. Esta costumbre iniciada por San Odilón empezó a ser imitada en otras partes de Europa, y no fue sino hasta el siglo XVI, cuando fue adoptada por toda la Iglesia del rito latino, como fecha litúrgica para la conmemoración de todos los fieles difuntos.

Un recorrido reflexivo de la liturgia eucarística del 2 de noviembre

Sobre esta liturgia queremos compartir unas reflexiones que nos ayuden a percibir y vivir el sentido litúrgico del día. Para ello escogimos la tercera de las tres misas que sugiere el Misal Romano. No transcribimos todos los textos, sino que comentamos el sentido de las partes principales.

  1. Antífona de entrada. Nos hace percibir la esperanza fundada en el Padre, en el Hijo resucitado y en el Espíritu Santo, de que continuaremos viviendo a pesar de la muerte.
  2. Oración colecta. Dirigiéndonos al Padre, le recordamos que su Hijo Jesucristo venció a la muerte y regresó a su gloria, y le pedimos para todos los que se nos adelantaron la victoria sobre la muerte y la posibilidad de contemplarlo eternamente.
  3. Primera lectura. Del profeta Isaías: 25, 6-9. Profetiza que Dios salvará a su pueblo, vencerá la muerte para siempre, enjugará las lágrimas de todos los rostros y su salvación nos llenará de alegría.
  4. Segunda lectura. De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses 4, 13-14. Transcribimos el texto, porque es muy breve pero importante. “Hermanos: No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él, y así estaremos siempre con el Señor”. El mensaje es no solo importante, sino también claro: nuestra fe y nuestra esperanza radican en la muerte y resurrección de Jesús. La condición es vivir de manera que muramos en Jesús, y el resultado final es que estaremos siempre con el Señor.
  5. Aclamación antes del evangelio. Con el Aleluya, un hermoso texto de Juan, 3, 16 “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. El Padre ama el mundo en el que nos movemos y vivimos y nos da a su Hijo como garantía de vida eterna, si nuestra existencia es una vida de fe en Cristo.
  6. Es del santo Evangelio según san Juan, 6, 51-58. Que se inicia con estas palabras de Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Palabras que son como la confirmación y concretización de la aclamación anterior. “Estas palabras remiten al sacrificio de Jesús en la cruz. Él aceptó la muerte para salvar a los hombres que el Padre le había entregado y que estaban muertos en la esclavitud del pecado. Jesús se hizo nuestro hermano y compartió nuestra condición hasta la muerte; con su amor rompió el yugo de la muerte y nos abrió las puertas de la vida. Con su cuerpo y su sangre, Cristo nos alimenta y nos une a su amor fiel que lleva en sí la esperanza de la victoria definitiva del bien sobre el mal, sobre el sufrimiento y sobre la muerte” (Papa Francisco, comentario a este Evangelio en el 2019). Con esta fe somos cristianos, con esta esperanza caminamos, y con la caridad de Cristo nos solidarizamos con nuestros hermanos del más allá y también con los de acá en la tierra.
  7. Oración sobre las ofrendas. Nos dirigimos al Padre y le pedimos que acepte el sacrificio de su Hijo Jesús, y por ello libere a los fieles difuntos y los lleve a la vida eterna.
  8. Plegaria Eucarística IV.  En esta larga plegaria, en las oraciones después de la consagración, la Iglesia (y nosotros con ella) ora de diversas maneras en favor de las almas que nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos del mundo cuya fe solo Dios conoce, para que todos nos reunamos algún día en la heredad del reino de Dios. Para ello ofrecemos al Padre, por Cristo, con él y en él, y en unión con el Espíritu Santo, el memorial del sacrificio de Cristo que realizamos en esta plegaria.
  9. Rito de la comunión. En la invitación del sacerdote a los fieles, este día, puede usarse esta fórmula sugerida en el ordinario de la misa: “Este es Jesucristo, el Señor glorioso y resucitado. Él es la resurrección y la vida y nos prometió que si comemos de este pan viviremos para siempre. Dichosos nosotros por estar unidos como hermanos con los que ya no están, y por partir y compartir este pan con los que aún caminan junto a nosotros”. R.: Señor, yo no soy digno…

Ayer celebramos la solemnidad de todos los santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a todos los fieles difuntos. La Iglesia, peregrina en la historia de la humanidad, se alegra por la intercesión de todos los santos que la sostienen en su misión de anunciar a los hombres el Evangelio de salvación, acompaña en el dolor y las lágrimas de las separaciones de los seres queridos, a quienes peregrinamos con ella en la Tierra, y comparte con nosotros su acción de gracias al Padre, porque en Cristo nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte.

Compartamos el sentido de la celebración

Obviamente, este breve recorrido por la liturgia del día 2 de noviembre pretende provocar las siguientes actitudes y acciones:

  1. Despertar en nosotros el interés por participar activamente y con sentido en la celebración eucarística del día de muertos.
  2. Compartamos nuestro interés con todos aquellos que peregrinan junto a nosotros, e invitémoslos a hacer una lista de todos sus difuntos cercanos o lejanos, para que, de manera conveniente, sean tomados en cuenta en la celebración eucarística.
  3. Sin dejar de pensar en la muerte, reflexionemos acerca de nuestra vida y cuestionémonos si la fe, la esperanza y el amor que practicamos, serán lo suficientemente auténticas para llevarnos a morir en Cristo Jesús.
Ojalá lo compartido y la participación activa en la liturgia del día, sean  para nosotros ocasión para profundizar la fe en la resurrección prometida a los difuntos y a nosotros, peregrinos todavía en el mundo. Creemos en un Dios vivo que quiere que todos lleguemos a participar de su vida y de su amor eternos. ¿Estamos poniendo nuestro granito de arena, en nuestra vida y en la de los demás, para que eso suceda?

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