Los padres y maestros tienen que instruir en la espiritualidad a niños y jóvenes para que aprendan a amar, cuidar y ser solidarios


“En realidad, una de las alegrías más grandes de un educador se produce cuando puede ver a un estudiante constituirse a sí mismo como una persona fuerte, integrada, protagonista y capaz de dar”

Papa Francisco, Christus Vivit, n.221

 

Una mirada rápida al mundo en que vivimos

Estamos viviendo en una “sociedad líquida, de comienzo sin fin” que se caracteriza por preferir lo visible, lo inmediato, lo exterior, lo rápido, lo superficial. Aun la Iglesia se ha venido “licuando” con estructuras y climas poco acogedores, con predominio de lo burocrático, administrativo y el “sacramentalismo”, evangelización fundamentalista y espiritualidad sin Dios.

Nuestras comunidades son cada vez más “sociedades desarraigadas”, es decir, “hechas de personas y de familias que, poco a poco, van perdiendo sus vínculos, ese tejido vital tan importante para sentirnos parte los unos de los otros”. Familias sin historia y sin memoria, en consecuencia, desarraigadas.

Estamos siendo arrasados por un Tsunami digital globalizado que, con sus diversos dispositivos, incide en la formación de la identidad personal y en las relaciones interpersonales. Toca la raíz antropológica que es decisiva en todo contexto formativo, sobre todo en referente a la verdad y a la libertad. A pesar de la presencia de diversas expresiones eclesiales, predomina el secularismo, de relatividad moral y las desestabilizadoras “fake news”.

Lo anterior se añade a los “signos de los tiempos”, presentes hoy: El paso de un cristianismo en una cultura de cristiandad a un cristianismo en un ámbito plural; el paso de un contexto sociológico de la modernidad a la postmodernidad, con sus ventajas y riesgos; en lo pedagógico, el paso del enfoque unidimensional al descubrimiento de las inteligencias múltiples que diversifican las capacidades y posibilidades a educar; el pluralismo de hoy es no sólo cultural sino también religioso. Todo esto exige educar en el desarrollo de capacidades para el diálogo, el encuentro y el cuidado integral.

En este contexto tan diverso, preparar a niños, niñas, adolescentes y jóvenes para que sepan desarrollar su dimensión espiritual parece que hoy representa una urgencia ¿Estás de acuerdo con nosotros?

Algunas reflexiones que nos ayudarán a reforzar tu convicción y la nuestra

El psiquiatra austriaco Víctor E. Frankl, en su libro “La Presencia Ignorada de Dios”, percibe el espíritu humano como el eje que une y atraviesa el consciente, el preconsciente y el inconsciente; por lo que el ser humano es existencial, dinámico y capaz de trascenderse a sí mismo. Al no ser un “manojo de instintos” ni un títere movido por alambres pasionales, interiores o exteriores, el hombre es libre y espiritual. Para Frankl lo que le permite al ser humano superar los condicionamientos biológicos, psicológicos, culturales y sociales es la “trascendencia”.

Para ti y para nosotros, la espiritualidad es esa dimensión profunda de nuestro “ser humano”, que trasciende nuestras dimensiones más superficiales y que constituye el corazón de una vida humana con sentido, con pasión y compasión, con veneración y respeto de toda realidad y de la “realidad fundante” que nos ama y nos hace capaces de amar, de dar, de cuidar y de ser solidarios en el Espíritu de Cristo, que es el don del Padre a la humanidad.

Un gran teólogo del siglo pasado, Karl Rahner, decía: “el cristiano del futuro será un místico o no será cristiano”. Místico para él es el cristiano que hace, personalmente y por convicción propia, la experiencia de fe; es el que pasa de un cristianismo impersonal, sociológico y de masas a un cristianismo personal y personalizante.

Es, por tanto, necesario que eduquemos a nuestros educandos para que sean capaces de “personalizar su cristianismo”, que sean capaces de realizar personalmente la experiencia cristiana con su pluralidad de dimensiones que abarcan la totalidad de la persona: razón, corazón, sentimientos, decisión, opción libre por los hermanos y su acción en el mundo.

Que nuestros alumnos sean capaces de preguntarse por la propia vida, de buscar y encontrar por sí mismos horizontes de sentido, que sean capaces de elegir y clarificar sus propios valores, de discernir y elegir libremente las propias respuestas y, sobre todo, que sean capaces de explorar la propia interioridad. Despertar en ellos de modo adecuado la capacidad que hay en todo ser humano de acoger en su interior la presencia del misterio de Dios.

Cuando nuestros chicos y chicas tengan viva esa espiritualidad sabrán amar, es decir, sabrán dar y recibir, confiar, mirar con el corazón, escuchar atentamente para poder dialogar y comunicarse, pedir perdón y perdonar; sabrán interesarse activamente por las necesidades y acontecimientos, en solidaridad, de su comunidad; cuidar a las personas, cuidar a las especies, cuidar la madre tierra, contemplar y cuidar la creación, y dar gracias por todo ello al Creador. Entonces ellos y ellas serán libres y espirituales; estarán listos, no sólo para dar y ayudar, sino para darse como Cristo.

En fin, estamos seguros de que, como nosotros, has quedado convencido de la emergencia educativa que significa la formación y desarrollo de la interioridad, de la espiritualidad de nuestros educandos, lo requieren ellos, y lo necesita la sociedad, la Iglesia y el mundo.

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